El 7 de marzo de 2021, Guillermo Indaco junto a seis amigos triatletas se tiraron a las aguas de Mar del Plata para correr un triatlón solidario. ¿Cómo? Vendieron cada kilómetro que iban a recorrer (226km producto de los 3,8 nadando, 180km pedaleando y 42,195 de maratón) y lo que juntaron se lo dieron a una ONG que trabaja para la inclusión de chicos que están saliendo de adicciones a través del deporte.
“En la sociedad hace falta más deporte”, reflexiona Indaco, protagonista del último capítulo de El Podcast de tu Vida. Nació y se crió en Villa Regina, Río Negro. Hijo de un médico y una maestra. Papá de Mateo de 14 y Joaquín de 11 años. Es del grupo de los que eligió la ruralidad como su medio de vida, aún sin provenir de una familia rural.
“Siempre me gustó hacer deportes, de chico jugué al básquet, nadé y corrí en bicicleta, cuando me fui de Villa Regina a estudiar a Buenos Aires vivíamos en Flores y como no me gustaba andar en colectivo iba y venía a la FAUBA en bici, incluso los días de lluvia”, cuenta Indaco.
Su carrera profesional comenzó en una agronomía chiquita del Mercado Central. Ahí empezó a codearse y conocer el mundo de las agroempresas. Su camino profesional estuvo ligado durante varios momentos al girasol. Pasó por distintas multinacionales también hizo su propio camino hasta su trabajo actual en una empresa que produce y comercializa fitosanitarios.
También hablamos de la escritura, porque desde su juventud le ha gustado rubricar en palabras escritas lo que pasa por su cabeza. “Era algo que hacía las noches de estudiante en una máquina de mi abuela, después pasé a la computadora y ahora lo retomé”, dice.
-Te criaste en Villa Regina, una ciudad, para mi infancia, ligada íntimamente con el básquet. Por entonces yo jugaba en Gimnasia y Esgrima de Pergamino y uno de los equipos con los que se media en el ascenso, era Villa Regina de Río Negro. ¿Qué cosas recordás de tu infancia? ¿Qué te gustaba hacer? Te criaste haciendo que…
-Me crié con mucha libertad. De chico jugué al básquet. Nunca tuve un físico demasiado grande así que la camiseta me llegaba a las rodillas. Villa Regina por entonces tenía, no sé, 20.000 habitantes, hoy tendrá 50.000. Nos conocíamos todos. Era mucho de jugar en la calle, andar en bicicleta, hacer guerra de bosta de caballo atrás del cementerio, ir a chacras, nos pasábamos muchas horas fuera de casa obvio sin celular, yo le dije a mamá ¡no sabés las cosas que hacíamos! Eramos una banda de 15, hacíamos diabluras. Y siempre he hecho deporte. Además de básquet, hice patín, natación, corrí en BMX hacíamos pistas en los baldíos para saltar… era la época de “Los bicivoladores” (película australiana de 1983).
-Lo de nuestras madres en aquella época era un acto de fe… jaja… Che, papá médico, mamá maestra, ¿Cómo se fue gestando el Guillermo agrónomo?
-Lo veo a la distancia y no lo sé con certeza. Sí sé que no me imaginaba trabajando bajo un techo, 8 horas por día. Aunque hoy estoy bastante bajo techo, pero con la libertad de viajar. Lo que sí no me imaginaba es el trabajo de papá, médico pediatra, a la mañana iba al hospital, al a tarde hacía consultorio y cuando sonaba el teléfono a deshoras en casa era para él. Eso no lo quería para mí. Y existía la guía del estudiante… esto va a ser casi un podcast histórico (se ríe), para ilustrar a los jóvenes. El mundo al que uno tenía acceso no era tan amplio. Hoy las generaciones jóvenes pueden conocer mucho más que nosotros a su edad. Sí había un mandato no escrito en casa que había que estudiar. Y como éramos del interior, el destino era afuera, en mi caso, con una hermana ya en Buenos Aires, mi destino estaba ahí.
-¿Y entonces?
-Estaba entre veterinaria y agronomía. Veterinaria me llevaba más a lo doméstico y la parte que conocía era más de animales pequeños, lo vinculaba con eso. Y además era más de medicina, aunque de animales. Que no me gustaba. Se me cruzó agronomía y empecé. Calculo que como soy bastante obstinado en la vida, aunque después me fui flexibilizando un poco, suelo terminar lo que comienzo. Así que sin saber mucho de qué se trataba, porque mi relación con el campo era ir a jugar a los galpones de frutas guerras de manzanas cuando el empaque estaba cerrado. O meternos en la cámara frigorífica a comer manzanas. Esa era la realidad, no conocía la agricultura extensiva… que es lo que me dedico hoy. Y encontré un lugar, que fui construyendo a lo largo ya de 25 años, que disfruto mucho.
-Sí. Uno va desandando el camino, y va encontrando nuevos caminos que no sabía que existían. ¿Qué te gusta de lo que hacés hoy de tu laburo?
-Lo que más disfruto hoy son las relaciones humanas. Y es algo que la agronomía me dio muchísimo. Gente de calidad, la que digo la pena que vale la pena conocer. Poder profundizar las relaciones humanas, más allá de la relación cliente-comprador, es lo que me gusta más. Hoy me toca un rol, pero la idea es poder construir un negocio juntos, que nos sirva a los dos y que sea de largo plazo. parece fácil decirlo, pero es difícil hacerlo.
-Esa parte de las relaciones humanas no se estudian en la facultad de agronomía, y es fundamental porque es una actividad de permanente relacionamiento.
-Sí, somos seres emocionales que tomamos decisiones con cierta racionalidad. Es importante tener en cuenta eso. Lo leí en el libro de Estanislao Bachrach. Porque uno tiende a pensar que el ser humano es el que más piensa, pero no dejamos de ser seres emocionales. Está bien aceptar que somos así.
-Llegamos a la parte de la charla en la que vamos a hablar de deportes, running, triatlón. Y quiero arrancar por una carrera que hiciste ad honorem. ¿Cómo fue eso?
-Teníamos un grupo de amigos que nos preparábamos para carreras, y siempre la idea era hacer un triatlón de distancia para una causa solidaria. Y empezó la pandemia, no se podía entrenar. Entonces Nico, más conocido entre nosotros como “Alambre man”, en contraposición a Ironman (“iron” significa hierro en inglés) que es el que empuja, dice de hacer un full triatlón, la carrera emblemática, que son 3800 metros nadando, 180 km de bicicleta y después correr un maratón que son 42,195 metros. Empezamos a entrenar en medio de la pandemia y cuál iba a ser la causa. Se nos acercó una ONG que trabaja con la inclusión de chicos que están saliendo del tema adicciones a través del deporte. No tenían recursos para comprar pelotas y otros elementos que les permitirá desarrollar el deporte. Ahora bien, ¿Cómo se vende o gestiona económicamente esto? Cada uno iba a hacer 226 km en total. Esos kilómetros cada uno los vendía y todo lo que juntáramos lo íbamos a dar a esta fundación.
-¿Y cómo entrenaban en pandemia?
-Yo vivía en un departamento, entrenaba en la terraza y las escaleras. Y un 7 de marzo, después de entrenar casi un año, lo largamos. Siete personas, a las siete de la mañana, en Mar del Plata, nos tiramos al mar y arrancamos. La bici la hicimos entre Mar del Plata y el peaje de Mar Chiquita, y después corrimos los 42 km. Fue la única vez que hice esa distancia en mi vida. Tengo pendiente volver a hacerla alguna vez. Y fue muy emotivo porque valió cada kilómetro recorrido. Y es algo que es muy raro porque esas distancias nunca las entrenás. ¡Y menos entrenás las tres cosas juntas! La carrera se va construyendo. Son doce horas que dura en un amateur como yo. Hay que estar machacando el cuerpo durante 12 horas.
-A propósito de eso, quería consultarte sobre cuánto hay de cabeza, de mental en carreras tan largas. Está claro que tenés que estar entrenado, pero ¿Se entrena lo mental?
-Juega mucho. El entrenamiento te da la capacidad de recuperarte. Alguien me dijo que el que corre un maratón en tres horas probablemente se rompe menos que el que tardó cinco, que estuvo dos horas más castigando muscularmente al cuerpo. El entrenamiento te da la parte física, pero también te da cabeza, porque cuando vos salís a hacer salidas largas buscas resistencia aeróbica, pero también la tolerancia. Hay veces que no te da ganas de entrenar, pero sos vos el que le tiene que decir a tu cabeza “che, hay que entrenar”. Y en ese ida y vuelta vas entrenando tu cabeza. El maratón es una carrera mítica, es muy especial. El maratón en algún momento te rompe, te quiere hacer parar, duele, duele de verdad. No importa cuántos kilómetros hayas corrido, en algún momento el cuerpo te va a decir, pará, te va a querer hacer abandonar. Entonces sos vos el que le tiene que decir a tu cabeza, “yo quiero terminar esta carrera, vamos bien, faltan 8 kilómetros, y esos cuestan muchísimo de descontar”. Me acalambro, cómo controlar un calambre, qué saber de los dolores musculares y que no me preocupen. Todo eso tiene mucho de cabeza. Cabeza y el físico van palo y palo.
-¿Qué cosas vas pensando mientras vas poniendo un pie delante del otro? No te digo en carrera que por ahí vas atento a la estrategia, sino en entrenamientos… ¿Es cierto que te aclara la mente -por así decirlo- y se te van ocurriendo cosas o soluciones a problemas que tenías trabados?
-A mí me pasa, sobre todo si salgo a entrenar solo, o saldo a nadar, donde el único ruido que se escucha es el del agua, y eso se parece bastante a meditar. Entonces yo llego a esos estados mentales. Que es la sensación de cuando meditás, de poder ir sacando pensamientos, corriéndolos, y lograr esa paz y libertad mental. Y es el deporte así es terapéutico, cuando hacés un trote de fondo o salís a pedalear dos horas.
-Vamos y venimos en el tiempo, ¿Cuándo empezaste a correr? Con el running. Y también me contaste que le metías a la bici porque cuando te viniste a Buenos Aires no querías andar en colectivo y te ibas desde Flores hasta Agronomía pedaleando…
-A mí de entrada no me gustó ir en colectivo. Y empecé a hacer esas 35-40 cuadras en bici. Y los fines de semana salía a pedalear por costanera sur. Para mí la bicicleta es como una analogía de la libertad en toda su expresión. Arriba de la bici sos libre. Y disfrutaba mucho eso. aprendí después que llovía más que en Río Negro que llueven 170 mm por año. Casi no conocés la lluvia. Pero en Buenos Aires sí. Así las cosas, me compré un traje de lluvia y seguí en bici. Me robaron una en Agronomía. Después de eso, cuando pude comprarme otra, pedía permiso y la empecé a entrar al aula. Eso es lo bueno, que te conocen todos.
-A modo de recomendación para alguien que quiera arrancar, ¿qué le dirías? Porque debe haber mucha frustración también… empezar y dejar, cansarse, no tener la fortaleza para continuar…
-Yo hice muchas cosas mal. Primero, arrancar sin un entrenador. Yo salí de una empresa en un momento, y tenía mucho tiempo. En ese momento nadaba, surfeaba, y mi amigo corría. Y él empezó a inculcarme el hábito. Creo que la clave es esa. Transformar un entrenamiento en un hábito. Cuando es un hábito ya no molesta tanto. Y lo necesitas porque es parte de tu vida. Pero hay que construirlo. Es como si vos querés empezar a pintar, o a escribir. Eso requiere de disciplina, constancia, esfuerzo. Si no estás dispuesto a pagar esas tres cosas no lo vas a lograr y te frustrás. Y después está la otra parte que son los objetivos. Por eso es importante tener un entrenador que te guíe. Cuando uno empieza a querer correr más y exigirse, está bueno tener objetivos, que son propios, el entrenador tiene que marcarte cómo tratar de cumplir ese objetivo, los tiempos, el camino. A veces el cuerpo manda mensajes de “che, hoy descansá”. Y también hay que escucharlo. Si entendemos nuestro cuerpo, y vamos construyendo de a poco, es lo correcto. Hay que ir madurando la concreción de ese objetivo.
-¿De las carreras que has corrido tenés una que guardes en tu corazón por algo en especial?
-Hay dos carreras que para mí fueron muy lindas por lo que me dejaron. Una un triatlón, de media distancia. En El Cóndor, era una carrera que yo quería hacer, me gané en un sorteo la inscripción, hablé con mi entrenador, y era en poco tiempo. Entonces mi entrenador me sugirió que no vaya a buscar mi mejor tiempo porque yo ya estaba inscripto un mes después en Entre Ríos, entonces él me dijo, vamos a entrenar lo que después vamos a hacer en la carrear siguiente. Me gustaba el desafío porque era una carrera que había anhelado, en la provincia donde nací, y salió mejor de lo esperado.
-¿Y la otra carrera que te quedó en el alma?
-Fue en diciembre último, en Mar del Plata, uno de los triatlones más lindos que se organiza todos los años, distancia olímpica, ese lo preparé, lo busqué y se dio todo como yo esperaba. Y lo que más me gustó es lo que aprendí. Porque terminó la carrera y yo sabía que no había hecho tan bien. Y qué cosas podía mejorar. Y esa misma noche lo hablé con el entrenador. Mi satisfacción de esa carrera fue que pude entender muy fino lo que estaba haciendo. Para saber dónde puedo mejorar y dónde están mis límites, porque uno no puede hacer cualquier cosa. Sé que en mi categoría no puedo subirme al podio, pero sí sé que puedo mejorar un minuto en el agua, dos minutos en la bici y eso era pensar la carrear distinto. No todo es físico.
-¿Tenés mascotas? ¿Tuviste?
-En casa siempre hubo mascotas, perros, patos, conejo. Hubo un pato que era anecdótico porque se lo dimos a la gente que tenía gallinero en la casa y le atamos una cintita roja para saber cuál era el nuestro… cuando volvimos se parecía poco al nuestro. Jaja.. Hoy tengo a “Kobe”, un perro callejero negro, mis hijos le pusieron ese nombre por “Kobe” Bryant. Y es un perrazo. El día que llegó a casa estaba cortando el pasto y estaba dando vueltas, y yo sabía que si lo metía para el otro lado de la reja chau, se quedaba, y así fue. Es muy fiel y super inteligente.
-Bueno, ahora sí llegamos al tirando paredes, el pin-pong de El podcast de tu vida. Quiero preguntarte por otro de tus hobbies, la escritura. ¿Cuándo arrancaste? ¿Qué te inspira?
-Son dos etapas distintas. Me da una forma más de expresar lo que me pasa. Cuando era adolescente o joven todo lo que escribía era auto referencial. Leía a Gabriel García Márquez mi escritura era muy romántica. Hoy trato de escribir cosas más generales, ensayos cortos, que parten de una idea que me anda dando vueltas en la cabeza, trato de ponerle un título y después lo voy desarrollando. Lo voy rumiando. Sobre la libertad, la injusticia, o cualquier otra cosa. es una forma de expresión. Y para mí es una forma de arte, si escribimos es porque queremos decirle algo al mundo, entonces esconderlo en un cajón no tiene sentido, entonces algunas cosas las hago públicas. No todo. Escribir es un hábito que estoy tratando de reencontrarme, es algo que necesita tiempo.
-¿Y libros que recomendarías o qué lees o has leído?
-No leo tanto ahora. Últimamente leí cosas sobre el desarrollo del cerebro y el pensamiento. Por eso leí a Estanislao Bachrach.
-¿País o ciudad que te gustaría conocer?
-Siempre quise conocer Australia y sin duda Hawái.
-¡A surfear una gran ola!
-Bueno, ja, si, o verla desde la orilla. Es un lugar donde nació el Ironman, la historia nació ahí. La cultura del pacífico me llama mucho la atención. Lo maorí, su relación con el océano. En algún momento voy a ir.
-¿Cómo te va en la cocina?
-Del guiso de lentejas nunca se han quejado. Me llevo mejor con la olla y el sartén que con el fuego y el asado. Me gusta lo que transmite per a la hora de cocinar voy más para la hornalla.
-¿Cómo es tu desayuno?
-Trato de respetarlo. Arranco con mate, mi día no arranca si no tiene mate. Pero el mate solo no alcanza. En general como tostada con huevos revueltos y alguna fruta, luego una colación a media mañana. Salvo los días que entreno bicicleta temprano a la mañana, que no me gusta salir con el estómago cargado que desayuno cuando vuelvo de entrenar.
-¿Series y películas? ¿Por dónde vas?
-Me gustan las series cortas, 6-8 capítulos. Trato de buscar las de intriga, suspenso. También las épicas.
-Si pudieses tener un super poder ¿Cuál te gustaría tener? No valen Aquaman o Flash… jaja
-El superpoder de sanar. Sobre todo, para los demás. Y me gusta lo que representa el martillo de Thor, pero él es inmortal, no es algo que elegiría.
-Si pudieses subirte al Delorean, a qué lugar en el tiempo viajarías.
-A mi infancia, ahí hay momentos muy lindos, donde no tenés responsabilidades. Y de la historia me iría al siglo XV, a mirar de cerca esa vida tan hostil que tenían en esa época. Espadas, hachas, batallas épicas. Había que tener mucho coraje no sólo en la guerra, también en el día a día.
-La última, ¿Qué tema musical elegirías?
-Te voy a recomendar un disco entero, “Cincuenta palos”, de Jarabe de Palo, para mí es una obra de punta a punta, una persona que lo tuvo todo y tiene que entregarse al final de su vida a los 50. En cada tema hay un sentimiento involucrado. Pero de ese disco me voy a quedar con “Hoy no soy yo”.