Las vainillas de la marca Mauri son muy reconocidas en todo el país, pero bastante menos de lo que la gente sencilla de Bigand reconoce y agradece a Gerardo Mauri, que lidera hoy una fábrica familiar que iniciaron sus padres y que ahora se ha convertido en la principal fuente de empleo privado para esa localidad agrícolas del sur santafesino. Mientras Bichos de Campo entrevistaba al empresario, uno de sus vecinos pasó y afectuosamente le palmeó la espalda.
La historia de Mauri SA viene de 1954 y de una modesta panadería que alquilaron Ramón Mauri y su esposa Gladys Aleu de Mauri. Era un local alquilado llamado “La Victoria”. Allí ambos, hijos de inmigrantes españoles que llegaron a esa zona del país, comenzaron produciendo pan, aunque al poco tiempo vieron que había una veta de trabajo con el pan dulce, muy requerido durante tres meses del año, para las fiestas.
Gerardo recuerda haber crecido jugueteando entre los pan dulce en los primeros años de la década de los 60. El horno todavía era a leña, y se alimentaba con cargamentos de madera dura que llegaban en camión del norte del país.
Mirá la entrevista:
“En un momento mi padre toma la decisión de comprar un horno de 60 centímetros de ancho para comenzar a elaborar galletitas en forma continua, en bandejas. Estamos hablando de 1965”, recuerda Mauri. Don Víctor Bigand, dueño de la estancia donde nació el pueblo homónimo, luego le vendió un primer terreno donde montaron una vivienda y una pequeña fábrica. Entrados los años 70, la empresa pudo comprar dos hectáreas a la salida del pueblo, sobre la ruta 178 que se dirige a Alcorta. Allí montaron un horno ciclo térmico de 45 metros de largo para la fabricación de otro tipo de galletitas dulces y crackers.
Allí trabajan 250 operarios. Es la principal industria de Bigand, que se acerca a los 6.000 habitantes. Las líneas de producción ya son cuatro, y dos de ellas están dedicados al producto estrella, la vainilla.
“La vainilla siempre fue nuestro producto líder, además de las galletitas surtido Fauna. Hoy tenemos gente que ve el producto en la calle y nos dice que es lo mismo que comía en su infancia”, describe Gerardo.
-Imagino que será de mucha responsabilidad sostener empresas industriales de esta envergadura en pueblos pequeños como Bigand.
-Hemos sufrido mucho menos vaivenes que otras empresas como las de la metalmecánica. El ser humano necesita comer y este es un producto alimenticio. Pero estamos en la Argentina, claro. Tantos vaivenes los hemos superado teniendo una muy buena conducta de administración, de comercialización… Estamos todo el día en la empresa, le ponemos el hombro. Yo personalmente soy un fanático de la industria y la tecnología.
-¿Y qué cree que se necesita para que haya más empresas de este tipo en el interior del país?
-En esto hay que ser visionario y tener ganas. Hay que estar, moverse y viajar, Nada te viene solo. Todo hay que ir a buscarlo.
Mauri, que administra la empresa familiar junto a su hermana, sus hijos y sus sobrinos, resulta se run empresario atípico, que no se queja ni de la política ni reclama créditos u otras facilidades. Más bien plantea los escollos como desafíos más individuales que colectivos. “Nada es fácil, los primeros pasos son muy difíciles: tenés que hacer un producto que convenza al consumidor, hay que reinventarse de modo permanente”, define su propio manual.
Allí es que pasan sus vecinos del pueblo, acaso empleados de la empresa que dirige, y le palmean la espalda para que siga adelante.