El “vino de la costa” tiene una historia de más de 100 años y es un emblema de Berisso. En su época de esplendor, se llegó a producir 1 millón de litros al año, y, aunque hoy estén muy lejos de esas cifras, son muchos los que trabajan para reposicionar ese producto regional y de paso rescatan una tradición que trajeron sus familiares desde Italia.
Leonardo Corazza es uno de los protagonistas de ese movimiento de recuperación iniciado hace ya más de 20 años entre varios productores de la zona lindera al Río de la Plata. Tras participar de la fundación de una cooperativa local que reúne a varios productores, él decidió volcarse a la producción agroecológica y abrir su propio viñedo, “Don Pedro”, al que considera un “legado” de su abuelo.
“La meta fue rescatar el vino de la costa, que se estaba perdiendo como producto típico”, explicó Corazza a Bichos de campo. En esa trabajosa misión, empezada a fines de los 90, fue un actor clave porque fue uno de los socios fundadores de la “Cooperativa de la Costa de Berisso” en 2003, en donde trabajó por más de 15 años.
A principios de los 2000, varios productores de Berisso conformaron el Grupo de Viñateros y se abocaron al estudio del sistema productivo y la organización en cursos de extensión junto con especialistas de la Universidad Nacional de La Plata. Su rol fue fundamental en el rescate de quintas abandonadas y en volver a plantar la uva Isabella, “que es un emblema”, según señaló Corazza.
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También conocida como “parra brava”, la Vitis labrusca es la cepa americana que trajeron los inmigrantes al instalarse en Berisso, Ensenada y La Plata, destinos atractivos por su cercanía a la actividad portuaria. Tras el proceso de adaptación, y con mano de obra de varias generaciones, el resultado fue un vino de sabor diferente y aroma frutado, que consumían generalmente los trabajadores al finalizar su jornada.
Parte del rescate del “vino de la costa” implicó volver a implantar la uva Isabella en la denominada Ribera, y así obtener un vino artesanal, con una graduación alcohólica de entre 9 y 10 grados, que resultaba una excelente compañía para carnes y fiambres. Se estima que la superficie cultivada ronda las 25 hectáreas distribuidas en varias fincas. Alcanza para superar el consumo familiar y vender al por menor.
Leonardo decidió ir un poco más allá y adaptar la tradición local a un movimiento en alza: la producción agroecológica. Como buen descendiente de italianos, desde hace muchos años produce vino como lo hacía su familia. “Yo decidí ir por el camino de la producción agroecológica y en la cooperativa no había espacio para eso. Tras algunos desacuerdos, seguí mi camino”, explicó.
Con el objetivo de producir “un vino sano, sin aditivos ni químicos”, desde la etapa de cultivo hasta finalizar la elaboración, Corazza viaja a diario en una embarcación hasta su viñedo, que está ubicado en la Ribera, a la orilla del Río Santiago. En “Don Pedro” están dibujados los pasos que hizo su abuelo, porque todavía hoy cosechan aceitunas del árbol que plantó hace 75 años y que comercializan en salmuera, encurtidas y a la griega. También hace vinagres y hasta una curiosa harina de uva. Sus productos, que tienen un proceso artesanal y respetuoso de la tradición familiar, se venden al público en el Mercado de la Ribera, que congrega un domingo al mes a trabajadores de la zona.
Llevar adelante una producción agroecológica no es sólo modificar algunos procesos y reemplazar fórmulas, sino también enfrentarse a mayores dificultades. Es “probar suerte”, gráfica Corazza, que considera que de ese modo se logra un “vino de mayor calidad” y muy buscado por los consumidores, pero sabe que todo el trabajo está supeditado a inclemencias, como la presencia de hongos, humedad o insectos varios.
En el fondo, no hay rivalidades. El del “vino de la costa” es un sector en el que todos persiguen un objetivo en común, que es aumentar la producción y cubrir la creciente demanda. El clima, la historia, el conocimiento, la tierra y la cepa están, pero el producto no ha podido salir aún de los límites de Berisso. “El producto lo piden de todos lados, pero no tenemos cantidad para abastecer ni al Gran Buenos Aires, ni a otras regiones del país”, señaló el referente, que aún así confía en que tienen mucho por crecer.
Además de la sede de la cooperativa, el producto también está en las góndolas de los comercios de barrio y en restaurantes. De todos modos, una de las bocas de expendio más importantes es la Fiesta del Vino de la Costa, de la que Corazza fue ideólogo y que acumula ya 21 ediciones. “Estamos todos muy orgullosos”, expresó, ya que el evento anual es una oportunidad para que el turismo se acerque a degustar el producto, conocer a los productores y recorrer el municipio, ubicado a tan sólo una hora de distancia de Capital Federal.
Si bien hay un proceso activo de promoción de la producción, la revalorización cultural del “vino de la costa” se encuentra con un limitante. “Hay poca gente trabajando en las quintas, necesitamos más mano de obra calificada”, explicó Leonardo, que considera que el “potencial inmenso” del producto se lo debe a la historia y su calidad. “Es un emblema en Berisso”, destaca, y por eso enfatiza en la importancia de que se formen trabajadores para desempeñarse en la viña.