El cambio generacional y las ganas de lanzarse a lo desconocido hicieron de La Criolla un feedlot al que todos miran con buenos ojos. El tradicional engorde a corral a gran escala se combina con la gestión ambiental, protocolos de bienestar animal y soja certificada. El pasado y el futuro se dan la mano en una empresa centenaria nacida en 1914 pero en constante cambio.
Carlos Barrios Barón, marino de profesión y padre de 4 hijas, es un entusiasta de la innovación y lleva al extremo las nuevas formas de pensar a la agricultura y ganadería. Ahí está la clave de su proyecto, porque ha tenido la cintura necesaria para no traicionar su tradición ganadera pero virar hacia lo que pide el mundo hoy. Casi una pieza de relojería.
Bichos de Campo visitó la localidad de América, en el oeste de la provincia de Buenos Aires, para recorrer junto a Carlos el predio con capacidad para 20.000 cabezas de ganado y para producir granos que se asienta en una fuerte responsabilidad ambiental y social y una historia familiar de larga data.
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“Yo tengo mucha facilidad para el cambio positivo, creo que siempre voy a seguir creciendo”, se sincera el productor. Lo dice porque recuerda muy bien cómo tuvieron que reinventarse frente al avance de la frontera agropecuaria, cuando ya no quedaban pasturas en el epicentro de la invernada y muchos productores se volcaban a la producción de granos.
“Cuando la agricultura apretó y quitó tierras, allá por 2004 y 2005, empezamos a hacer los primeros corrales”, recuerda Barrios Barón. En su caso, apostó por la cría con prácticas de pastoreo rotativo, se diversificó, pero no perdió la identidad: si cuando la fundó su bisabuelo La Criolla surgió era un emprendimiento agrícola-ganadero, así debía continuar.
Como familia, fueron resilientes. Carlos supo escuchar a sus hijas, puso todos sus esfuerzos ante las inundaciones y crisis económicas, y se tecnificó y capacitó para estar a la vanguardia. El giro definitivo llegó hacia 2018, cuando decidieron que, para ser completos, debían incorporar el cuidado del medioambiente. Era la recta definitiva para convertirse en un establecimiento modelo.
“Fue como un click”, recuerda Carlos. Hoy habla de capturar carbono, bienestar animal, biodiversidad y certificaciones; pero seguro estaría muy lejos de ahí si no fuera por sus pilares, María Paula, María Pilar, María Pía y Carla. “Con la llegada de mis hijas, mi proyecto se aggiornó y reforzó. Lo que era un sueño mío, se transformó en un sueño compartido”, destacó el productor.
Si se hace un paneo general por el establecimiento, podría destacarse la producción de granos bajo la Certificación de Agricultura Sustentable de Aapresid, la fertilización con compost propio o la estructura para albergar hasta 20.000 cabezas de ganado. Pero hay un proceso muy fino y aceitado detrás del feedlot, y eso es lo que lo hace especial.
Lo que Carlos destaca, que cuentan con un mix de 40% de pasturas para la recría liviana, no es menor. Previo al ingreso al feedlot, el animal se engorda sin engrasamiento y a un bajo costo por kilo, lo que es una ventaja competitiva clave. Encima, a eso se suman sus habilitaciones para exportar a la Unión Europea y China.
Pero La Criolla combina una unidad de negocios muy rentable con una intensa acción ambiental. “Queremos seguir con la actividad feedlot porque lo llevamos en el alma, pero buscamos bajar emisiones, no queremos contaminar, y somos respetuosos de todas las formas saludables de producir y de todos los alimentos”, explicó el productor.
Tal es ese compromiso, que ha llegado a modificar un elemento clave de su identidad como lo es el logo del establecimiento: antes era naranja, y ahora, verde. El feedlot, además, está certificado bajo protocolos de Bienestar Animal y Buenas Prácticas de Manejo, y, como se dedican al engorde para terceros con su servicio de hotelería, son muchos los productores que confían en el valor agregado que genera el establecimiento.
“Ni perros, ni palos, ni picanas, ni nada”, advierte el productor, que se considera “inflexible” en ese aspecto y ha llegado a apartar a trabajadores de su equipo por maltrato animal. En su negocio hay respeto y, aunque sea chocante ver animales encerrados, ratifica que eso es más positivo en términos de impacto ambiental. “En el corral, a diferencia de las pasturas, el ciclo es más rápido y se emite menos”, explicó.
Carlos le imprime toda su impronta al negocio. Pertenece a CREA y Aapresid, preside la Mesa Argentina de carne sustentable (MACS) y también está al frente de la Fundación René Barón, por lo que el trabajo en red es parte de su rutina diaria. “Me abre mucho la cabeza rodearme de gente que me ayuda a mejorar”, destaca.
Ese camino personal se entrecruza con su negocio familiar. Por eso, La Criolla tiene un estrecho vínculo con instituciones educativas y organizaciones de la zona, a las que brinda recursos materiales, apoyo y conocimientos. “Las empresas tienen que estar apoyadas en valores. La sustentabilidad es todo eso, no solamente manejar los purines”, expresa Carlos.
El triple impacto económico, ambiental y social va más allá de brindar donaciones, limpiar los corrales, invertir en la última tecnología y certificar su soja: también penetra muy fuertemente puertas adentro. El capital humano es prioridad para la empresa, lo que se ve reflejado tanto en el perfil de sus empleados como en la rutina de trabajo.
“En 2008 éramos 14 personas con un promedio de 43 años. Hoy somos 55 con un promedio de 35”, grafica Carlos. Ese recambio generacional se complementa, además, con el ingreso de un mayor número de mujeres al campo. Es parte de la diversidad que aplauden en La Criolla.
Lo que para Carlos era inimaginable, hoy está dentro de lo posible. Con su gestión ambiental integral apuntan al valor agregado y ya han hecho grandes avances. Una de sus buenas nuevas es que lograron disminuir las emisiones en un 35% en los últimos cinco años, y trabajan en conjunto a Carbon Group y Corteva para vender bonos verdes a futuro.
Por el lado de las buenas prácticas, en La Criolla la rotación de cultivos, el bajo uso de agroquímicos, la elaboración del compost y el control del agua son aspectos clave. “La preocupación más grande es la contaminación de las napas”, señaló el productor, lo que explica su empeño por cuidar el ciclo con mucho recelo.
Los desagües, mangas, patios de compostaje y hasta el cementerio cuentan con sus propias lagunas impermeabilizadas. Eso, por supuesto, no sólo requiere de mucha atención, sino también recursos. “Ser muy cuidadosos es muy costoso”, asegura Carlos.
El camino hacia la economía circular es largo. Capacitaciones tras capacitaciones, en la empresa trabajan mucho en incorporar novedades y, fue tanto lo que se avanzó, que hoy pueden proyectar sobre cuestiones muy específicas, como la búsqueda de aditivos que mejoren las dietas para que bajen las emisiones.
Carlos sabe que ha llegado muy lejos, pero no se confía. “Tenemos que sostenerlo”, advierte, y considera que hay que “dar un nuevo salto” todo el tiempo. Ese inconformismo, la sensación de que siempre se puede estar mejor, es lo que ha hecho que su feedlot sea modelo en la región.
-Explicaste que, en este camino, no hay una meta. Pero, ¿cuál es el próximo paso?
-Tenemos muchas ideas en carpeta. Nos gustaría procesar soja para generar energía o biodiesel y, si soy ambicioso, mi sueño sería tener un frigorífico. Hay pasos intermedios, como armar un biodigestor una vez que no tengamos más espacios para aplicar los purines. Estamos atentos a lo nuevo para no quedarnos atrás.
-¿Qué tecnologías específicas están incorporando?
-Trabajamos con softwares muy específicos y el recuento de animales lo hacemos con drones. Eso hace que los procesos sean más rápidos, que la hacienda tenga menos estrés, y haya más precisión