Tenés un negocio y te está yendo mal. Necesitás dinero urgente. Y se te ocurre una ideal genial para aumentar las ventas: reunís a tus empleados y les decís que son unos inútiles, que no valen nada y que ni se les ocurra pedir ajustes de salarios. ¿Suena lógico? Por supuesto que no. Pero eso es precisamente lo que acaba de hacer el gobierno de Alberto Fernández.
El Banco Central (BCRA) anunció esta semana que los turistas extranjeros que visiten Argentina podrán abrir una caja de ahorro bimonetaria, en la cual “tendrán habilitada la posibilidad de realizar operaciones financieras para el cambio de moneda”. Eso, en los hechos, implica que podrán recurrir al mercado bursátil (MEP) para obtener casi 180 pesos por cada dólar que traigan.
Pero los argentinos que todos los días se levantan a las cuatro, cinco o seis de la mañana para “fabricar” divisas, seguirán cobrando poco más de 100 pesos por cada dólar generado. El monto restante se lo queda de manera compulsiva el Estado nacional gracias a la “retención cambiaria” creada en septiembre de 2019 por el gobierno de Mauricio Macri, mediante de la comunicación “A” 6770 del BCRA, y reforzada por la actual gestión de Fernández.
Un país como la Argentina, que ya no le puede pedir prestado dinero a nadie y con una deuda gigantesca con el Fondo Monetario Internacional (es decir, con el resto del mundo), debería estar premiando, con un tipo de cambio altísimo, a todos los exportadores de bienes y servicios que generan las divisas necesarias para importar lo que no se produce en el país, además, claro de empezar a pagar algo de lo que mucho que se debe.
Pero lo que hace el gobierno argentino es exactamente lo contrario: aplica un “castigo” a todos los exportadores, quienes vendrían a ser los “empleados” del país, para luego “premiar” a los turistas extranjeros que quieran traer sus divisas y así aprovechar los precios regalados provocados por las distorsiones cambiarias generadas por el propio Estado argentino.
Se trata de un auténtico “Plan Desmotivación”, porque implica aceptar que el esfuerzo que hacen propietarios y trabajadores de empresas agropecuarias, cárnicas, lácteas, pesqueras, mineras y de informática y programación –por mencionar algunos sectores “fabricantes” de divisas– se encuentra degradado y que esa situación, increíblemente, es inadmisible para los extranjeros.
Así, una medida orientada a evitar que los dólares o euros de turistas extranjeros se pierdan en el mercado informal, termina siendo una declaración tácita de ciudadanía de segunda para aquellos que tuvieron la mala suerte de nacer en territorio argentino.
Los efectos perniciosos del “Plan Desmotivación” podrían llegar a pasar desapercibidos por algún tiempo gracias a los altísimos precios internacionales de los commodities agrícolas. Pero si las cotizaciones de los principales productos exportados por la Argentina regresan en algún momento a niveles promedio históricos o incluso se derrumban ante una nueva crisis financiera global, entonces el plan oficial seguramente tendrá oportunidad de mostrar todo su potencial destructivo.
A diferencia de Brasil, que tiene un gran mercado interno y, por lo tanto, recibe inversiones foráneas de manera regular para proveer de bienes y servicios a más de 210 millones de personas, Argentina es un pequeño país con un mercado aún más pequeño, dado que la mitad de la población carece de capacidad de consumo y debe ser asistida con ayudas oficiales.
Argentina, si quiere seguir teniendo una vida relativamente digna –y por dignidad entendemos el hecho de ir a una carnicería sin tener que recurrir a las cuotas de la tarjeta de crédito para comprar un asado–, no tiene otra salida que salir a “ganarse el mango” en el mundo. Y para eso se necesita tener “empleados” motivados. Escupiéndoles en la cara no se va a lograr nada bueno.
Las “retenciones cambiarias” están a un paso de alcanzar un nivel del 45%