La historia de Alejandro David no es la de un entusiasta que apostó por la hidroponia ni la de un emprendedor que empezó a cosechar lechuga en el patio de su casa. Por el contrario, su encuentro con esta técnica de cultivo que prescinden de suelo está signado por la necesidad.
Y es que esta familia productora de verduras y hortalizas, de la cual él representa la tercera generación, mantuvo siempre la tradición de trabajar la tierra. Pero este productor, dueño de la reconocida e innovadora empresa hortícola en Mendoza, tuvo que contrariar esa tradición cuando descubrió que el suelo de sus fincas, ubicadas en las localidades de Guaymallén y Lavalle, se estaba agotando por tantos años de siembra continua.
Para un entusiasta de la tecnología, que ya había sido pionero en otras técnicas, esto representó un desafío interesante. Inició la hidroponia hace más de una década, y su idea inicial fue aprovechar la infraestructura de riego en la que ya habían invertido unos cuantos miles de dólares. Pero ahora la utiliza para alimentar el sistema hidropónico, mientras deja “descansar” la tierra por algunos años.
Hoy, maravillado por los resultados, empieza a volver de forma paulatina a los suelos pero al mismo tiempo no ve ninguna chance de despegarse de la hidroponia. En definitiva, se convirtió en un entusiasta más de esta actividad.
Tampoco esta es la tradicional historia de quien cultiva verduras de hoja bajo esta técnica. Con su marca propia –Finca El Sauce– esta familia mendocina se puso a producir bajo hidroponia una amplia variedad de verduras, que coseha rápido y comercializa como “baby”: Desde tomates cherry de todos los colores, hasta pimientos, berenjenas, pepinos, zanahorias y ajíes picantes de pequeño tamaño.
“No hacemos productos extensivos ni comunes”, señaló Alejandro, que disfruta de trabajar con alimentos curiosos porque eso le permite acceder a mercados de nicho. De hecho, su adopción fue hace más de 20 años y mucho antes de la hidroponia, como un modo de adaptarse al “boom” turístico en Mendoza que se había generado desde las bodegas, y a los cambios en la matriz productiva.
Su verduras y hortalizas “baby” resultaron ideales para sumarse a ese circuito. Así y todo, explicó el productor, cada año incorporan “semillas, variedades y colores nuevos” para ampliar y mejorar su oferta.
Así, por ejemplo, en El Sauce lograron ofrecer tomates arrugados -de la variedad raf- en vez de redondos, o sandías de carne amarilla y naranja en vez de sólo roja.
Cabe aquí una salvedad: Que hayan adoptado la hidroponia no significa que en la finca haya sandías flotando en el agua. En realidad, lo que hacen es combinar las técnicas de balsa, en la cual el cultivo posa sobre un flotante; la NFT, que usa perfiles similares a un caño; y la de hidroponia con sustrato, en el cual se usan macetas que se las riega por goteo.
Es una diferencia abismal al modo de trabajar hace varios años atrás, cuando se regaba por surco y se inundaban las fincas con el manto de agua que llegaba desde la acequia. Y es un proceso que fue facilitado por el interés que tuvo siempre esta familia en apostar por la infraestructura.
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“Tenemos la idea de que todo lo que sea tecnología para el campo es mejor para producir”, describió Alejandro. Eso fue lo que lo motivó a invertir fuertemente en los sistemas de riego, cañerías e invernaderos hace varios años atrás y lo que, a fin de cuentas, lo obligó a volcarse a la hidroponia cuando sus suelos estaban agotados.
“Llevarse toda esa infraestructura a otro lado era imposible, porque son millones de pesos invertidos en 4 o 5 hectáreas. La solución fue la hidroponia”, describió el productor, que aún trabaja con su papá de 80 años y ya le inculca la actividad a sus hijos, la cuarta generación.
El agotamiento de los suelos utilzados en horticultura (un fenómeno frecuente en muchos cinturones verdes) explica por qué una familia con tanta tradición productiva se haya visto obligada a “pegar el volantazo” y volcarse a esta técnica de cultivar en el agua. Más de 10 años pasaron desde entonces y, más allá de que paulatinamente están volviendo a usar los suelos que dejaron descansar, ya están seguros de que no abandonarán la hidroponia.
“Es difícil volver atrás, porque la producción es mayor y de mejor calidad en comparación con el campo. Las verduras tienen mejor color, peso, brillo y sabor”, expresó Alejandro.
Un caso de éxito de este tipo demuestra que hay soluciones palpables al agotamiento de la tierra que ya se ve en varios cinturones hortícolas de las grandes ciudades. Es el caso de La Plata, por ejemplo, en donde muchos productores deben alquilar fincas cada vez más alejadas para conseguir un buen suelo. Allí, la hidroponia representa una alternativa interesante.
En realidad, explica Alejandro, la reconversión no tiene mucha “ciencia”. En su finca, lo que hicieron fue no remover la tierra por 6 o 7 años, sin siquiera aplicar fertilizantes, y así dejar que los insectos y microorganismos hicieran su trabajo.
El meollo del asunto está, más bien, en la inversión energética y de infraestructura que requiere montar desde cero un establecimiento hidropónico que funcione a gran escala, donde se necesitan sistemas que muevan el agua continuamente, ajusten la temperatura y fijen determinados parámetros de nutrientes.
Aunque ya contaban con los sistemas de riego y las carpas, en su caso se vieron forzados a instalar 140 paneles solares al ver lo difícil que se hacía pagar la factura de luz. Superada esa inversión, hoy ya pueden pensar en sumar otros “chiches” a su producción, como lo son las máquinas que oxigenan el agua con nano burbujas o las que “rompen” los cristales de sarro con ondas de radio.
También tiene sus dificultades a nivel mercado. O, al menos, las tenía. Aunque hoy, gracias a su amplia difusión y popularidad, las verduras y hortalizas hidropónicas forman parte de varios circuitos comerciales y gastronómicos, hace más de 10 años Alejandro recuerda haber tenido que abrirse paso por su cuenta para dar a conocer lo que hacía.
“Al principio me costó mucho. Me acuerdo que sacábamos lechugas y la llevábamos al mercado a venderla y la gente tenía miedo de consumirlas porque decían que era artificial”, recordó.
Era 2012, recién había apostado por esa técnica y no sabía qué hacer para vender lo que cosechaba. Pero la respuesta se la dio el marketing: Una vez al mes, invitaba a vecinos, proveedores y conocidos a su quinta a que cosecharan y comieran las verduras, una jornada didáctica en la que les explicaba los beneficios y daba a conocer su marca.
Que funcionó, no le caben dudas. Hoy, finca El Sauce vende sus productos a todo el país e invierte para seguir creciendo. A Alejandro no le quedan dudas de que sus hijos continuarán con el legado que inició su abuelo, y que, desde ya, la hidroponia será parte de ese crecimiento.