Al día de hoy, Adrián Milanesio todavía oficia de asesor de los mismos productores que conforman su grupo original del programa Cambio Rural, desde hace ya 3 décadas. Esa iniciativa, que nació en 1993 y fue discontinuada por el actual gobierno, era una herramienta de extensión que agrupaba a varios establecimientos bajo una misma problemática y subsidiaba, por un plazo breve, los honorarios del agrónomo que los asesoraba.
“Una vez que se terminó el subsidio, el grupo quedó consolidado y todavía hoy está funcionando con 7 productores”, explicó Adrián, que aún lleva a cabo el mismo trabajo por el que fue convocado hace muchos años atrás. Además forma parte de una pujante empresa de agrónomos llamada Consultora del Sur.
Es que el área de influencia de este profesional es, justamente, el sur de Córdoba, con epicentro en Laboulaye, una zona que -aunque con cada vez más lotes sembrados- es ganadera por excelencia pero a la vez muy desafiante, por sus condiciones climáticas y de suelos.
Allí, afirma el agrónomo, no hay un año igual al anterior, lo que obliga a cambiar de estrategias todo el tiempo y a plantear esquemas defensivos para evitar que las inundaciones, sequías, suelos salinos y la mala calidad del agua se queden con toda la rentabilidad.

“El programa Cambio Rural fue una forma de mejorar las condiciones en un periodo muy crítico para el sector como lo fue la década del noventa, cuando desaparecieron muchos productores”, recuerda Adrián. El programa ya no rige, pero la necesidad de asociarse y planificar para subsistir sí, y por eso su trabajo no se ha visto alterado.
Y eso es tan patente que, de hecho, ya lo tienen calculado. “En el grupo tenemos un dicho: un año se pierde por inundación, el otro se pierde por sequía, al tercero sacamos un empate, y finalmente un año nos va bien”, señaló el agrónomo, que ha visto repetirse esa tendencia cíclica las últimas 3 décadas.
La única forma de trabajar en ese contexto es con estrategias defensivas y sólo un puñado de proyectos a largo plazo, reservados para las zonas más aptas. Para la ganadería, los períodos de sequía alternados con grandes inundaciones, sumado al agua y suelos salinos, ha generado que la zona sea hoy más expulsora de terneros que de ciclo completo.
“No queda prácticamente engorde a pasto, y lo que hay es todo a corral, sea en feedlots profesionales o con encierres sencillos”, señaló Milanesio. En ese último caso, de hecho, explicó que se trata de “corrales que no tienen toda la infraestructura necesaria pero que sirven para hacer una explotación de bajo riesgo”.
La contracara de esa apuesta es, por ende, la producción de maíz. Si ese cultivo persiste en esa región del sur cordobés es porque tiene una doble salida: cuando la carne tiene buen precio, se lo usa para agregado de valor, y si conviene vender el grano, se opta por esa alternativa.

De todos modos, las zonas aptas para los cultivos agrícolas, explica el agrónomo, son escasas y también complejas. “Son suelos con poca permeabilidad, por lo que enseguida entran en saturación y anegamiento. Y como son halomórficos, cuando sube la napa se concentra mucho sodio en la superficie”, describió.
La contracara de esas dificultades es evidente para la actividad ganadera, ya que se pierde productividad y se cuenta con menor cantidad de pasturas y granos para alimentar a los animales.
En definitiva, una gran porción de la agricultura de la zona está en función del ganado y, por eso, lo que se busca es trabajar sobre todo con diferentes fechas de siembra y estrategias de rotación. “Ahora estamos haciendo cultivos de cobertura para evitar los procesos de salinización de la primavera, porque ayudan a mantener el manto verde”, explicó Milanesio.
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El panorama no es mejor respecto a la disponibilidad de agua, que es de muy mala calidad por la salinización que le aporta el suelo y, por consiguiente, también golpea de lleno en la actividad.
“Acá tenemos años en donde la hacienda toma hasta 12 gramos de sal por litro. En 2023, hubo campos que perdieron el 30% de la preñez por la calidad del agua”, lamentó Milanesio.
Una forma de paliar esa deficiencia estructural es la acumulación de agua de lluvia mediante un sistema de represas, que igualmente no alcanza para cubrir la demanda. La solución definitiva, señala el agrónomo, es que se avance con obras de acueductos ganaderos para llevar agua dulce de mejor calidad, muchos de los cuales están “en carpeta” pero aún no iniciaron.
Por su parte, también se observan deficiencias en los caminos y rutas que fueron diseñados hace varias décadas, con otros niveles productivos, y ya no resisten el paso de los camiones. El mantenimiento que tienen a su cargo los consorcios camineros, señalan, no alcanza.
Si a esa infraestructura hidráulica se le suma la vial, opina el agrónomo, eso “garantizaría que la ganadería pegue un salto en productividad”. Tal vez, sea la forma en que, tras varias décadas, pueda dejarse un poco de lado las estrategias defensivas para pensar en el largo plazo.





