La historia es así de sencilla. Nos escribió la joven ingeniera agrónoma María Lucila Alvarez y nos ofreció escribir unas líneas por el Día Nacional de la Conservación del Suelo, que se conmemora hoy. Le dijimos que sí y este es el gran resultado de esta breve interacción:
Por María Lucila Álvarez:
El 7 de julio se celebra el Día Nacional de la Conservación del Suelo, decretado en el año 1963 por la Presidencia de la Nación Argentina en reconocimiento al doctor Hugh H. Bennett, pionero norteamericano en la disciplina.
Quizás no tan sorprendente a la vista como un bosque verde o un lago espejado del sur, el suelo es uno de los ecosistemas más complejos del planeta, albergando una cuarta parte de la biodiversidad. Como si esto no fuera suficiente, el 95% de nuestros alimentos provienen del suelo. Sin embargo, según la FAO cada año se pierden en el mundo hasta 50 mil kilómetros cuadrados de suelo, aproximadamente la superficie de Costa Rica.
Además de la provisión de alimentos, el suelo nos brinda gran parte de los servicios esenciales que hacen posible la vida en la Tierra.
El suelo contribuye a la mitigación del cambio climático a través de la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero y del secuestro de carbono, constituyendo la mayor reserva terrestre de carbono orgánico. Al mismo tiempo un suelo sano contribuye a la regulación de las inundaciones a través de la infiltración del agua de lluvia, a la detoxificación de contaminantes, al ciclado de nutrientes esenciales para los cultivos y es además, el hábitat de miles de organismos.
No menos importantes son los servicios culturales que nos brinda, siendo un elemento fundamental del paisaje y del patrimonio cultural, y espacio para actividades recreativas y espirituales.
Sin embargo, estos servicios se ven amenazados por una creciente presión producto de la intensificación en el uso del suelo. Como si esto fuera poco, el cambio climático y sus fenómenos extremos que varían entre intensas sequías y grandes inundaciones, las prácticas de manejo muchas veces insostenibles, el crecimiento demográfico con la consecuente expansión de las ciudades y el aumento de la contaminación, han provocado la degradación de los suelos.
Esto ha traído importantes consecuencias como la pérdida de biodiversidad, la salinización y sodificación de suelos que antes eran productivos, procesos de compactación que no solamente afectan la producción sino que además agravan las inundaciones, y la disminución en el contenido de carbono orgánico y la pérdida de los centímetros más fértiles de suelo por erosión eólica y escorrentía, por sólo nombrar algunas.
Ahora bien, ¿qué acciones deberían ser llevadas a cabo para frenar la degradación de los suelos? La respuesta puede y debe ser amplia, comenzando por políticas de gobierno enfocadas en la promoción y la sensibilización de la sociedad respecto al cuidado del suelo, el desarrollo de capacidades y el fortalecimiento de la extensión así como también el establecimiento de sistemas de información de suelos y la implementación de la planificación en el uso de las tierras.
También debemos empezar a preguntarnos si el modelo actual de producción es sostenible a mediano y largo plazo e implementar prácticas de manejo tendientes a la conservación y al incremento de la materia orgánica, incluyendo rotaciones de cultivos, manteniendo la superficie del suelo cubierto y haciendo un manejo racional de los nutrientes. Conservar el suelo y gestionar de manera sustentable este recurso tan valioso, es y será esencial para garantizar la seguridad alimentaria mundial.