Hace muchos años que el agrónomo José Crotto insiste sobre dos consignas muy vinculadas entre sí: el cambio climático existe y el Plan Maestro del Río Salado se hizo dándole la espalda al proyecto original, por lo que es una obra mal gestada desde su comienzo.
Nunca ocupó un cargo en la Dirección de Hidráulica provincial, ni en los comités que se distribuyen en la cuenca, pero estuvo en el lugar justo y en el momento indicado para saber lo que sabe. Por eso, cuando Bichos de Campo lo visitó en su departamento del centro porteño, para conocer de cerca esa historia, no hubo preguntas que hayan quedado en el tintero.
Sin ninguna ayuda memoria, arriba de la mesa del living sólo están los discos que celosamente guardan el auténtico Plan Maestro y que demuestran que lo estudió en profundidad, página por página. No necesita nada más este agrónomo de trayectoria, que puede explicar por horas y con lujo de detalle lo que aprendió en sus años recorriendo la cuenca.

“Siempre trabajé y viví en la Cuenca del Salado”, explica José, que por tradición familiar se dedicó desde muy joven a la ganadería en la zona de su pueblo natal, Tapalqué. Fueron esas raíces, combinadas con una suerte de obsesión personal, la que lo llevaron a recorrer 12.000 kilómetros de un cauce que engloba muchos misterios pero, sobre todo, desmanejos.
Lo cierto es que gran parte de esa expedición la emprendió hace algunos años atrás, una vez que se retiró de la actividad profesional y le dio rienda suelta a una cuenta pendiente que tenía desde que fue parte de la secretaría de Agricultura.
Como coincidió con el estallido del 2001, fue un breve lapso de tiempo el que se desempeñó allí como experto forestal. Pero fue suficiente y valioso porque, gracias a eso, accedió al plan original diseñado para el Salado por una consultora inglesa, el mismo que, recuerda, “los de Hidráulica provincial guardaban bajo 7 llaves y era imposible conseguir”.
Kilómetros, mapas, registros fotográficos y mediciones mediante, hoy el agrónomo puede describir uno por uno, los errores y desviaciones del proyecto inicial que tuvo luego el Plan Maestro implementado. Una obra que lleva 25 años de vigencia, aún no se terminó y, a pesar de haber consumido más de 2000 millones de dólares, no alcanzó para evitar las inundaciones en gran parte del territorio bonaerense.
Intentaremos resumir la explicación de Crotto de la forma más didáctica posible, enumerando cada uno de los errores que él identifica.
El primero, explica, fue tal vez el menos percibido pero el más determinante: cuando la consultora Halcrow & Partners, contratada en 1999 para elaborar el proyecto, preguntó si había señales de cambio climático en esta región, se le dijo que no.
Esa respuesta, señala Crotto, era errónea, porque los registros mostraban que en los últimos años había llovido mucho más que la media y que, por lo tanto, no había que usar registros anteriores a 1950 para evaluar la cantidad de agua que pasaba por la cuenca. Ese cálculo inicial terminó siendo el vuelo de mariposa que generaría un huracán en otra parte, porque desde el “vamos” se hizo un plan diseñado para un menor caudal.
Pero eso no es lo único, sino sólo un mal comienzo.

“Hidraúlica se adueñó del tema porque asegura que el Salado es sólo un río de la provincia de Buenos Aires”, explica José, que asegura que allí está el segundo gran error detrás del proyecto.
No es de una sola provincia, sino de cinco, y no abarca 5 millones de hectáreas, sino 28. “La Cuenca nace en realidad a 2200 metros de altura en San Luis, donde nace el Río Quinto. Ese río llega luego al dique La Florida, luego al de Paso de las Carretas y entra a Córdoba a 400 metros sobre el nivel del mar, en Justo Daract. Sólo una parte del agua del Quinto original entra a la provincia de Buenos Aires por la Cañada de las Horquetas”, señaló el agrónomo.
Por ende, no sólo fue diseñado para sacar menos agua de la que debería, sino que además se concentró en sólo una porción de esa gran cuenca.

Vayamos ahora al tercer y más importante error. En el plan original de Halcrow, que José se encarga de recordar que está ahí, arriba de su mesa del living, la consultora había explicado con detalle hasta dónde había que perfilar el río, qué cuellos de botella había que sacar y los canales alternativos que eran fundamentales.
“El problema fue que hidráulica provincial un día se juntó con la Universidad de Avellaneda y cambiaron el Plan Maestro. Ya no fue el de Halcrow, sino que fue el Plan Maestro de la provincia”, recuerda Crotto. Lejos de ser una sutileza, ese cambio de planes implicaba controlar presupuestos y el pedido de recursos y había ciertos trabajos que despertaban más “motivación” que otros.
Fue así como, en vez de dragar y perfilar el río hasta la laguna de Las Flores, que era hasta donde recomendaba la consultora, se siguió avanzando aguas arriba. El famoso cuarto tramo, que aún sigue sin terminarse, ni siquiera debería haberse perfilado, de acuerdo al plan original.
“Así se gastaron la plata sin haber hecho lo más importante”, lamenta el agrónomo, que recuerda que lo perentorio era en realidad hacer toda una serie de canales hacia el oeste -que aliviaran el cauce del Salado- y a la vez solucionar los “cuellos de botella” que constituyen varios puentes a lo largo de toda la traza.
“El río queda más lindo perfilado, pero llegás al puente y hace de dique. El río corre todo lo que los puentes permiten, porque la zona tiene muy poca pendiente”, explica, llegando así al meollo del asunto.
La lista de cuellos de botella es extensísima. Tal vez uno de los más importantes es el “tapón” de la ruta 2 en Guerrero, el mismo puente que hace 60 años no deja pasar más de 1000 metros cúbicos por segundo, y condiciona todo lo que llega desde aguas arriba a ese ritmo de salida.
De todos modos, mucho antes hay otros pequeños tapones que también hacen lo suyo: En General Belgrano, el puente tiene 250 metros, de los cuales la mitad está sobre tierra; en Bragado, el Mercante no da a basto para sacar el agua; y un poco más arriba cuando el Salado entra a la provincia de Buenos Aires, el acceso es aún más estrecho.
Son sólo algunos ejemplos, pero en cada uno de esos casos está el verdadero problema, opina José, que disiente con los diagnósticos hechos durante el último tiempo. “Lo de Ameghino y el famoso Tramo 4.2 es todo cuento. Le echan la culpa a ese pedacito que no se hizo y en realidad no pasa nada porque el agua corre igual”, señaló.
Tres graves errores bien delimitados. ¿Y las soluciones? Sencillas, pero costosas.
“O sacamos más agua o nos ahogamos. Ese es el punto, y hasta ahora nunca se ha discutido”, explica Crotto que opina que, por lo menos, debería poder drenarse un 25% más de caudal a lo largo de toda la traza.
Para eso, hay dos soluciones simultáneas. Por un lado, solucionar los cuellos de botella y lograr que, desde el famoso Nodo Bragado en adelante, no salgan menos de 450 metros cúbicos por segundo, prácticamente el triple de lo que sale ahora.
La segunda solución estaba también en el plan original de Halcrow: insistir con los canales aliviadores. “No hay lugar para todos para salir por el Salado”, asegura el experimentado en el tema, para quien toda el agua que llega desde el sur, de Vallimanca, Las Flores y Tapalqué, debería poder sacarse por otro lado para dejarle lugar a los 450 metros cúbicos que llegan desde más arriba.
Todos esos planes necesitan de mucho dinero, porque significa volver sobre los propios pasos de los últimos 20 años. “Pero es menos de lo que se ha gastado y menos de lo que se pierde en cada inundación”, advierte Crotto, que insiste en que, antes que ambiental o político, este problema es fundamentalmente económico. A fin de cuentas, cuanto más demore su solución, mayores serán las pérdidas productivas acumuladas.
“A esto hay que buscarle la solución, porque va a venir otro 2001”, augura. Y no habla del estallido social, económico y político de ese año, sino de la histórica inundación que azotó a la provincia.
Testigo privilegiado en aquel entonces, como así también de la ocurrida en el año 85, el agrónomo recuerda que esta “no es aún una inundación histórica” y que puede esperarse un daño mayor el año siguiente si la situación hídrica no mejora.




