El consumo de cervezas experimentó un fuerte cambio en los últimos años con el desarrollo de muchos establecimientos chicos y artesanales que aprendieron a procesar y vender esa bebida con marca propia y que se apuntalaron en la enorme recepción que tiene el producto entre los jóvenes.
A esas empresas le vende el lúpulo Klaus Leibrecht, que tiene su chacra en el Bolsón. Su padre fue el que comenzó con esta actividad y quien le trasladó la pasión por la producción de esta planta cuyo fruto le aporta el sabor amargo a la cerveza y compensa la dulzura de la malta.
“Fue una de las locuras de mi papá, quien en el 82 tenía corralón en Bariloche y se venía a El Bolsón a buscar madera. Un día un lupulero lo convenció de comprar la chacra, pero nunca había trabajado en el campo. Para el 86 ya estaba produciendo. Es que lleva tiempo preparar la tierra y 4 años para que las plantas sean adultas y produzcan”, rememoró Klaus.
“Yo me sumé a la empresa que llamamos Lupulos Patagónicos en el 89″, explicó Klaus, que ahora trabaja con su hijo, la tercera generación al mando de la firma- mostrando clara admiración por su padre: “El viejo le metía para adelante, le metía mucho. Este es un cultivo raro, no hay asesoramiento en el país y somos pocos productores y hectáreas sembradas. Por eso se iba a Alemania a estudiar y así fuimos aprendiendo. Luego me enseñó a mí y hace 10 años estoy a cargo de la chacra. El falleció hace un año y 4 meses, pero llegó a ver su emprendimiento funcionando a pleno”.
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En diálogo con Bichos de Campo, Klaus recordó las dificultades que pasaron con la pandemia: sus clientes estuvieron parados 5 meses en 2020 y otros 4 en 2021, debido sobre todo a las diferentes restricciones impuestas a la vida social. Fueron dos años complicados que dificultaron la venta de la cosecha. “Antes se vendió por contrato y al momento de tener la cosecha ya estaba todo vendido. Ahora no es así, de todos modos estamos esperanzados en que la situación repunte”, indicó.
Con respecto al cultivo, explicó que el lúpulo es una planta perenne que tarda 4 años en llegar a su producción plena. En primavera se produce la brotación y para el inicio del otoño se da la cosecha. Mientras tanto la planta, que es una especie de enredadera, se va enroscando a mano en una estructura de hilos de hasta 5 metros a medida que va creciendo. Lo hace de forma muy rápida.
En este emprendimiento la cosecha no pasa por el lote. Las plantas son llevadas a un galpón donde se encuentra una máquina que separa las diferentes partes hasta que dar con el cono (que es parecido al cono de los pinos), dentro de los cuales está la resina.
“Los conos se deben secar en el día sí o sí para que no se echen a perder. Luego los enfardamos y se guardan en cámaras a 22 grados bajo cero. La cosecha dura 24 y 30 días, y a fin de marzo se termina y se prepara todo para pelletizar. Eso se embolsa, se le inyecta nitrógeno y se guarda en cajas otra vez en la cámara de frío para luego ser comercializado en envases de 1 hasta 1.000 kilos en forma directa o a través de distribuidores “, explicó Klaus.
El productor dijo que el lúpulo es una planta que se adapta muy bien a aquella zona de la comarca andina porque “necesita muchas horas de luz en verano, buenas temperaturas en el día y frío de noche, poco viento y humedad. El Bolsón es uno de los lugares ideales para producir este cultivo”.
En la empresa tienen 18 hectáreas en producción en las que obtienen 30 toneladas de lúpulo cada año, aunque “esperamos producir más porque estamos reconvirtiendo a nuevas variedades que es lo que nos piden nuestros clientes que son muy exigentes”, dijo Leibrecht.