Aunque el girasol es uno de los cultivos claves del sector agrícola nacional -gracias a su poder de adaptación a diversas regiones, y a su aporte en materia de estabilidad y diversificación ante los desafíos comerciales y del ambiente-, sus rindes están curiosamente lejos de su potencial.
Un estudio interinstitucional realizado por la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA), el INTA, ASAGIR y otras entidades, determinó que la diferencia entre lo cosechado y lo que se podría obtener, es decir la brecha de rendimiento, oscila entre el 34% y el 40% a nivel país. El dato ciertamente llama la atención, en medio de una campaña que se encamina a tender rindes históricos.
“El cultivo de girasol es estratégico, y aunque los rendimientos son buenos, todavía hay margen para aumentarlos. A ese incremento de kilos por hectárea lo llamamos brecha de rendimiento”, dijo Ignacio Rodríguez, primer autor del estudio y profesional del Grupo Don Mario, al medio Sobre La Tierra.
“En el trabajo, primero definimos el rendimiento potencial en base a modelos de simulación, a ensayos comparativos de rendimiento y a los rindes de los productores más eficientes del CREA. Después, comparamos esos rendimientos con los registros de producción del Ministerio de Agricultura. Además, lo hicimos para todas las zonas girasoleras”, añadió a continuación.
Por su parte, Pablo Cipriotti, docente de la Facultad de Agronomía de la UBA, detalló que “las diferencias regionales variaron desde 25% en el sudeste bonaerense hasta 50% en el norte”.
De acuerdo con el trabajo publicado en la revista Field Crops Research, entre las principales causas de este fenómeno se encuentran la baja fertilización fosforada (P) y nitrogenada (N), el uso de labranza convencional y la adopción de genotipos de bajo potencial de rendimiento.
Cipiotti ejemplificó indicando que “en el norte, las mayores mermas en los rindes ocurren por emplear labranzas convencionales, mientras que en el sudeste de Buenos Aires se deben, sobre todo, a la poca fertilización con P y N”.
Según se indicó, para este estudio se aplicó el modelo CROPGRO, que de acuerdo con Rodríguez “simula el desempeño del cultivo en distintos suelos, climas y prácticas agronómicas. Incluso, considera el alto costo energético de producir aceite, lo cual es crucial en girasol”.
Entre numerosos parámetros ajustados, el equipo priorizó dos aspectos: la capacidad de generar hojas y de profundizar las raíces hasta 3 metros en ciclos de crecimiento cortos. “Quedamos muy satisfechos con los resultados que brindó el modelo”, comentó.
Para analizar los rendimientos, el equipo de investigación recurrió también al Relevamiento de Tecnología Agrícola Aplicada (ReTAA), elaborado por la Bolsa de Cereales de Buenos Aires.
Cipriotti sostuvo que este proyecto fue un buen ejemplo de articulación público-privada: “La generosidad al compartir datos y la coordinación entre actores con distintas formaciones fueron esenciales para identificar causas y sentar las bases de futuras investigaciones”.