Por Matías Longoni.-
La Bolsa de Comercio de Rosario publicó un informe elaborado por su analista Sofía Corina, que resulta muy útil para comprender algunos de los procesos que se han venido registrando en la zona agrícola núcleo en los últimos años. Por ejemplo, por qué han retrocedido los pooles de siembra. O, al revés, por qué muchos pequeños y medianos productores han decidido dejar de producir para comenzar a alquilar su campo para ponerse a jugar a las cartas en el club de su pueblo.
Explica Corina, en base a cálculos finos y actualizados de márgenes agrícolas, que quien es dueño de la tierra y la alquila a otro para que la produzca obtendrá esta campaña 2017/18 más de tres veces los márgenes brutos de su arrendatario, que es quien asume casi todos los riesgos de producir.
Para sacar esta conclusión se toma el caso de un campo agrícola ubicado a 180 kilómetros de Rosario, en plena zona núcleo. El arrendatario pagó por el 16 quintales de soja al propietario, lo que a valores Matba de mayo de 2018 implicará un ingreso para el dueño de 392 dólares por hectárea.
En tanto, quien produce y arrienda logrará un margen bruto de solo 116 dólares por hectárea en soja de primera después de haber pagado el alquiler. Es menos de la tercera parte.
Explica la especialista de la BCR que, en colaboración con el ingeniero agrónomo Germán Baroli, analizaron el caso de una explotación de 300 hectáreas de soja “con el objetivo de mostrar de donde proviene la mayor parte del ingreso del negocio agrícola”. Este cuadro resume la situación:
Según este ejercicio, el dueño de ese campo va a obtener en el ciclo agrícola 2017/18 un margen bruto de 117.600 dólares anuales (antes del pago de los impuestos nacionales y provinciales). Su riesgo será “mínimo” y pasará por una muy improbable “incobrabilidad” del alquiler.
El productor que alquile esas 300 hectáreas, en tanto, obtendría un margen bruto de 34.837 dólares este año, “es decir casi la tercera parte y con un riesgo altísimo que deriva de la actividad producida especifica”. Tampoco en este caso se computaron el impacto de los impuestos, salvo claro las retenciones que actúan deprimiendo el precio de la soja y los márgenes del negocio.
Establecidas estas cuentas, Corina analiza las cosas desde el punto de vista de los inversionistas, es decir de quienes arriesgan su capital para obtener por el una renta.
En ese caso, “si tomamos una hectárea en la zona núcleo productiva cuyo valor de mercado es de u$s 16.000 y considerando un ingreso por alquiler de 16 quintales de soja, se obtendría una renta inmobiliaria de la tierra de 2,5% anual. En cambio, un locador en un modelo productivo bajo alquiler, al dividir el margen bruto de la producción (u$s 116/ha) por una inversión menor (u$s 864 entre capital operativo y alquiler) la renta sube a 13% en la hectárea de soja”.
Desde este punto de vista, “esta mayor tasa de retorno de quien alquila tiende a compensar el mayor riesgo asumido por llevar adelante la explotación”, explica el análisis.
Hay otro punto interesante: ¿Qué sucedería si todos los productores decidieran trabajar su propia tierra? Esto solamente pasa, de acuerdo con diversas estimaciones, sobre un 30 o 40% de la superficie agrícola de la zona núcleo.
Dice el estudio: “si el dueño del campo decidiera trabajar su propia tierra sumaríamos ambos ingresos, tanto por la titularidad de la tierra como por su producción. El total sería u$s 152.437 siendo un 77% de su ingreso obtenido por ser dueño del campo (es lo que obtendría si lo alquilara) y el 23% restante por explotar su tierra”.
La conclusión de los expertos de la bolsa rosarina es casi de manual: “Producir la tierra bajo estos valores de alquiler no es negocio para improvisados, sino para aquellos productores que entienden y monitorean numerosas variables, y de todo ese algoritmo logran obtener un resultado positivo. Demás queda aclarar que sienten pasión por lo que hacen”.
Yo agregaría que además de pasión tienen que tener una cuota de osadía interesante.
Creo que la confusión surge de expresar los costos por ha de tierra, así se soslaya el costo del producto, pues la amortización de un equipo de última generación exige trabajar por los menos más de 1.200 has por año. Así cualquier propietario de menos de esa superficie, con maquinaria propia entra rápidamente en obsolescencia, por eso conviene más arrendar el campo en esas escalas, hoy pequeñas.