Con el perverso y delirante mecanismo del “dólar soja”, una devaluación sectorial por tiempo limitado, la corporación política llevó hasta la máxima expresión el uso del campo como “caja” de recursos. Ya no se trata de asfixiarlo con impuestos o incluso de cobrarle tributos por adelantado –como sucede en el caso de los derechos de exportación–, sino de pedirle que anticipe las divisas generadas por embarques de soja que aún no fueron ni siquiera comercializadas.
Lo único que se necesitaba para restablecer el flujo de divisas era instaurar confianza por medio de una rebaja de las retenciones sobre los productos del complejo sojero. Así lo advertí a fines de agosto pasado, cuando se estaba terminando de “cocinar” lo que luego sería popularmente conocido como “dólar soja”.
Pocos saben que ese régimen cambiario especial es en realidad un auténtico “caníbal” de divisas porque alteró la normal comercialización de soja tanto a nivel interno como externo y terminó perjudicando a todos los argentinos y, finalmente, también al propio gobierno, que ahora se encuentra mendigando un crédito extraordinario al Fondo Monetario Internacional (FMI) para intentar evitar una devaluación brusca que desnude el artificio del “tipo de cambio oficial”.
La principal fuente de divisas que tiene actualmente la Argentina es la exportación de harina de soja y, gracias a los “servicios” del “dólar soja”, prácticamente no se realizaron Declaraciones Juradas de Ventas Externas (DJVE) de ese producto en el período de mayores precios internacionales.
La declaración de DJVE, que es lo que termina definiendo el ingreso de divisas en el caso de los principales productos agroindustriales de exportación, fue bastardeada por el mecanismo del “dólar soja” para obtener un adelanto extraordinario de un recurso clave a cambio de propiciar la escasez del mismo en el futuro más que inmediato.
Es el “cuento de la cigarra” en versión cambiaria: disfrutar el verano para llegar al invierno y darse cuenta que no queda nada. Si estuviésemos en 2001, con EE.UU. como potencia dominante, ya nos habrían soltado la mano, tal como le sucedió a Domingo Cavallo, que de tanto viajar a Washington a “manguear” dólares, un día se cansaron de verlo y lo mandaron a Buenos Aires con las manos vacías. La historia que siguió después es bastante conocida.
Ahora tenemos la suerte de tener soja y litio y ser un territorio disputado por la potencia emergente de China, así que, si bien hablan por lo bajo cada vez que ven a un funcionario argentino en Washington, el dinero “mangueado” siempre, de alguna manera, aparece.
Sin embargo, esa “suerte” también puede ser interpretada como un calvario, porque lo que parece malo hoy, mañana resulta ser peor y nadie parece demasiado interesado en cambiar el curso de los acontecimientos que inexorablemente provocan una progresiva degradación tanto moral como económica de los rehenes que forman parte de la población interna.
A comienzos de los años ’80 Australia tenía una matriz económica similar a la presente actualmente en la Argentina. Había inflación, desempleo y desánimo. Tenían la autoestima por el piso: incluso el entonces presidente de Singapur los había calificado como “pobre basura blanca”. Pero en marzo de 2013 fue elegido un nuevo gobierno de centroizquierda encabezado por un sindicalista, Bob Hawke, quien eliminó gradualmente todas las protecciones que impedían la libre importación de muchos bienes (como vehículos, vestimenta y calzado) para focalizarse en incrementar las exportaciones en las áreas en las cuales los australianos son competitivos (como minerales, trigo, carnes o vinos). El resultado: más de tres décadas de desarrollo económico.
Lamentablemente, la agenda pública argentina está colmada de discusiones estériles que no tienen capacidad alguna de construir el sueño de un ámbito próspero para la mayor parte de los habitantes del maravilloso territorio localizado en el extremo sur del continente americano.
Así, entre un eventual “dólar soja 4”, un nuevo crédito del BID para algún propósito altruista, un discurso aleccionador, algún novedoso (¡otro más!) cepo cambiario del Banco Central y uno que otro artilugio innovador con pretensiones de desafiar, al menos en el corto plazo, la más básica regla económica, van pasando los días, aunque no pase nada. Por ahora.
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