Beatriz Giobellina es arquitecta y se dedica a trabajar por la agroecología y la transición ecológica desde el ordenamiento territorial. Su pregunta principal hoy es: ¿Cómo se alimentarán las ciudades si continúan las tendencias de extralimitación del crecimiento urbano y frente a amenazas globales y locales como el cambio climático, la trasformación del uso del suelo y la pérdida de biodiversidad y de servicios ecosistémicos? Ella entiende que esta pregunta es fundamental cuando se debate sobre la sustentabilidad de las ciudades y los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenibles).
Y como esta pregunta nos interpeló, desde Bichos de Campo nos acercamos a entrevistarla. Lo primero que nos dice la especialista es que el crecimiento urbano con mala o sin planificación, sin tener en cuenta los territorios adyacentes como lugares clave para producir alimentos, es un fenómeno global que comenzó a investigar cuando realizaba su doctorado en Valencia, España, y que retomó cuando regresó a vivir en Córdoba, Argentina, en 2012 gracias al Programa de Repatriación de Científicos.
“Este es un fenómeno que se da en muchas provincias argentinas; por eso empezamos a articular desde el INTA y la FAUD-UNC (Facultad de Arquitectura de Córdoba). En 2013 creamos el Observatorio de Agricultura Urbana, Periurbana y Agroecología de Córdoba (O-AUPA) para trabajar de forma colaborativa. queríamos analizar lo que está pasando con compañeros distribuidos en todo el país, pertenecientes a diversas organizaciones, universidades e instituciones”, explica Giobellina.
“Esto tomó fuerza cuando en 2015 empecé a trabajar a nivel nacional en el Programa de RRNN (PNNAT) que coordinaba el Dr. Pablo Titonell, que es uno de los grandes referentes a nivel mundial de la agroecología en el campo científico y tecnológico. Empezamos a recorrer casi todas las ecoregiones y principales ciudades del país, y corroboramos que esta forma de crecimiento urbano extralimitado, más otros cambios de usos del suelo y disputa por los recursos del territorio, están implicando la pérdida sistemática de la capacidad de autoalimentarse de las ciudades por pérdida de sistemas de regadío, sistemas productivos generados a lo largo del tiempo, con familias productoras que tienen que deslocalizarse o abandonar la actividad. Comprobamos también que son cambios acelerados y que se vuelven más críticos cuando afecta cada vez más la variabilidad climática o los cambios en la moneda y la economía global y local”.
Para Giobellina esto es muy grave porque hoy la planificación territorial se centra en lo urbano y se pierde de vista “que el cemento no se come”, y que una ciudad es más sustentable (entre otras cuestiones) cuando la producción de bienes básicos se realiza en la cercanía y contribuye al autoabastecimiento y a la soberanía alimentaria. La producción de alimentos de proximidad ayuda a fijar población rural en sus hábitats, mantener bienes ecosistémicos del territorio o disminur el precio de los alimentos al evitar enormes gastos económicos y de combustible en transporte, entre otros beneficios.
“Hay un crecimiento exponencial de los cambios perjudiciales a los que debemos atender en las políticas públicas de todos los niveles de gobierno”, recalca. “Por ejemplo, lo que más se conoce es el cambio climático, pero también hay pérdida de la biodiversidad y eventos meteorólogos cada vez más críticos, como esta sequía que hoy estamos sufriendo”, detalla y agrega que los alimentos frescos (frutas, verduras, huevos) que consumimos a diario y que la OMS recomienda como la dieta más saludable, justamente son muy vulnerables al clima (olas de calor, granizo, heladas, tornados).
“Por ello estamos desarrollando un proyecto específico que reune horticultura periurbana, eventos meteorológicos extremos y salud ambiental, financiado por el Programa de la Nación “Ciencia y Técnica, Argentina contra el hambre”, explica. “Este proyecto incluye familias productoras, equipos técnicos y grupos de distintas instituciones y organizaciones” (INTA, SSAF, GEACC (grupo de Epidemiología Ambiental del Cáncer de Córdoba de la FCM UNC, FAMAF-UNC, IG-CONAE, OHMC, MTE, APRODUCO, Fed. Rural, SAFCI, entre otros).
-Hace poco se organizó un Congreso nacional en Tecnópolis que se llamaba “Periurbanos hacia el Consenso. Por la soberanía alimentaria y tecnológica para garantizar el derecho humano a la alimentación”. ¿Por qué se hizo?
-Es el segundo evento que organizamos, el primero fue en 2017 en Córdoba. Son jornadas científicas y de encuentro entre distintas organizaciones y entidades que trabajan en la multidimensionalidad de los periurbanos. Porque más del 90% de nuestra población vive en ciudades, así que lo que pasa en el espacio que nos rodea es esencial para nuestra calidad de vida.
La cuestión específica de los periurbanos es otra deuda para la política pública y el planeamiento, puesto que es una problemática invisibilizada e insuficientemente desarrollada, aunque todos los municipios del país la tienen de una forma u otra. Las ciudades conviven en sus interfases periurbanas con basurales, feedlots, barrios, sistemas de regadío para la fruti-horticultura, producción aviar, ladrilleras, industrias y countries: pero no hay una política pública que atienda y entienda esta complejidad desde lo sustentable y estratégico para el futuro. Por eso proponemos estos encuentros que ayudan a entender e intercambiar experiencias e investigaciones.
-¿Por qué los funcionarios no consideran valioso este ordenamiento territorial?
-Porque la sociedad no valora suficientemente que se produzcan sus frutas y verduras cerca, entonces quien toma decisiones tampoco lo considera valioso. No hay una demanda clara de la ciudadanía para proteger a las familias agricultoras para que sigan produciendo en predios cercanos a la ciudad. Pocos se preocupan por cómo viven ni por el acceso a la tierra y al agua para producción. Se sigue tomando como normal que los alimentos viajen cientos de kilómetros para llegar a nuestra mesa. Nadie se pregunta de dónde viene lo que comemos, cómo se produce o quienes son las manos que las trabajan. Entonces, ¿quién va a proteger algo que no se ve ni se le adjudica un valor social y ambiental.
-¿Cómo se relaciona esto con el concepto de “inteligencia territorial” que usted utiliza?
-En general este concepto se define por la incorporación de tecnologías de la información para monitorear los flujos de personas y bienes en pos de una eficiencia del sistema; pero yo me remito a otra cosa: a un territorio que se autopreserva y que es capaz de sostener su vida a lo largo del tiempo en las mejores condiciones para los seres humanos y no humanos que lo habitan. Es un territorio que debe recuperar esa capacidad de ser sustentable y regenerar su proceso de producir bienes y servicios, donde se incluye la interacción entre lo humano y el ambiente, sin socavar el futuro. Un territorio inteligente es aquel cuidado por las personas que lo habitan porque han comprendido que lo que les brinda es esencial para su vida.
-¿Cómo se inserta la agroecología en estos territorios?
-Como un modelo de desarrollo humano deseable, porque no se trata solo de producción de bienes sino de los procesos en los cuales esa sociedad interactúa con la naturaleza para producir alimentos o lo que necesita y, a la vez, cómo se relacionan esos humanos entre sí y con los otros seres vivos con los que cohabita. No es solo un tema agroproductivo o de tecnología, esto es una visión reduccionista. Es social, es político, es económico, es espiritual y habla de una identidad y de soberanía. Es justicia ambiental y reciprocidad. Implica un bien general por encima del interes sectorial o individual.
-Los productores que se pasan a este tipo de producción, ¿por qué lo hacen?
-Puedo hablar del sector frutihortícola, que es el que conozco más. Muchos llegan por la evolución de su mirada sobre el mundo y la salud. Sin embargo, el motivo principal de la transformación de los convencionales es porque alguien de la familia se ha enfermado por el uso de agroquímicos y quieren cambiar. Los otros motivos que se evidencian son los costos de los insumos dolarizados y el rechazo social a la contaminación ambiental, que sufren sobre todo los productores que están cerca de ciudades y escuelas. Y cada vez más crece la valoración social por lo agroecológico y ecológico. La pandemia en Argentina ha demostrado esto: la gente buscaba comida saludable; pero en el mundo el mercado de alimentos ecológicos y orgánicos crece exponencialmente desde hace décadas.
-¿Y la producción con agroquímicos?
-El tema con este tipo de producción es que con el fin de aumentar los rindes se han traspasado ciertos límites y la dependencia de agroquímicos, no solo es cada vez más costosa, sino que ha ido generando un gran desgaste en el ambiente. Por ejemplo, aunque se quiera negar, cada vez existe más evidencia científica de alto nivel de que hay ríos, napas y aires contaminados por la deriva y la permanencia de estos productos en el ambiente, a lo cual se le suma el incremento de las malezas resistentes. Este modelo requiere cada vez más productos de síntesis química y estos, usados en millones de hectáreas en el país, están generando un terrible impacto en el suelo, la biodiversidad y en las personas.
Por otra parte, así como a nadie se le ocurre apelar a que la gente se autoregule para conducir bien y respetando las reglas del tránsito sino que hacen falta semáforos, exámenes para obtener el carnet y un control estricto aun así hay muchas faltas y sería un caos sin todo aquello. Sin embargo, el uso a campo abierto de millones de litros de productos químicos (que superando ciertas dosis, son tóxicos y hasta letales), no tienen casi control. En el mejor de los casos puede haber una receta de un profesional o la “responsabilidad” del productor. Pero el impacto negativo está allí. Algo no va bien en este modelo, no?
-¿Pero se puede producir sin agroquímicos?
-La evidencia científica y empírica demuestra que sí, que es rentable en múltiples aspectos (no solo el económico), y que se puede y debe iniciar una transición en forma urgente. No es de un día para el otro, sino que implica todo un proceso durante el cual hay que acompañar a los productores con políticas públicas: financiación, capacitación, investigación, regulaciones específicas, políticas de promoción, por ejemplo, para el acceso a la tierra para lograr estabilidad en los sistemas a medio y largo plazo, porque se necesita regenerar el suelo, la biodiversidad y la capacidad productiva de la tierra en amplios territorios. Puesto que de poco sirve que haya una quinta, como una “isla agroecológica”, en una zona donde se fumiga (pulveriza) y la deriva llega hasta kilómetros de distancia; esto destruye el nuevo sistema agroecológico que se está construyendo… Por eso, la transformación debe ser colectiva y territorial y no solo individual. Y debe tener apoyo del sistema de ciencia y técnica (INTA y universidades, entre otras) y de la entidades gubernamentales.
-¿Y en cuanto a la calidad de los alimentos?
-También ya hay mucha evidencia científica sobre la superioridad organoléptica y nutricional de los productos orgánicos o agroecológicos. Dolores Raigón de la UPV tiene un extenso trabajo en este sentido. Por ejemplo, una naranja producida sin agroquímicos tiene un 30% más de valor nutricional, así que hace falta menor cantidad de naranjas para alimentarse de igual manera. La agroecología propone una forma de producir mejor, solo que todavía hay un discurso muy fuerte que apunta a seguir validando el sistema de producción con agroquímicos y se encarga de infundir miedos entre los productores para que permanezcan dentro del modelo, como el decir que se “van a fundir” si se pasan a la agroecología y aseverar que no es posible producir de esa manera. Incluso se persigue y ataca a quienes defienden el modelo alternativo y posturas más ecológicas. Los “ambientalistas” son mal vistos y denostados por una parte del sector productivo y político. Hay una lucha entre modelos que solo se puede dirimir mediante evidencias científicas y empíricas. Pablo Tittonell, entre muchos otros en nuestro país, viene aportando investigaciones indiscutibles en las principales publicaciones del mundo. Fue una gran pérdida para nuestra institución que se lo desvinculara de su programa en el 2018.
-Entonces no hace falta producir más sino mejor…
-En el mundo hoy se desperdicia un 30% de los alimentos frescos y lo que se produce alcanza para la población actual del planeta y para varios millones más de personas. Lo que se necesita es evitar los desperdicios y distribuir los alimentos de forma más eficiente, y así el mundo estaría mejor alimentado. Lo que pasa es que esto significa un cambio en las relaciones de poder, con relaciones más equitativas, con justicia social y ambiental. Sería otro salto evolutivo de la humanidad.
-¿Un mundo más “inteligente”?
-Así es, donde cada uno de nosotros sabe que no está solo en el mundo y que depende de la interrelación con los otros para vivir, con plena consciencia de que “para que me vaya bien a mí nos tiene que ir bien a todos”. Hoy prima lo contrario… y después nos quejamos de que hay inseguridad y de que nos roban. Pero en realidad es solo la consecuencia de la desigualdad social estructural que hemos creado y que sigue creciendo, en Argentina y en el mundo. Lo mismo nos pasará, y cada vez peor, con la crisis ambiental de nuestro planeta finito que estamos destruyendo.