Cuando se arman los “picaditos” en el recreo, a los alumnos del Colegio Agronómico Regional (CAR) de Venado Tuerto no se les ocurre jugar cerca de las plantas. Eso es porque durante la doble jornada muchos aprenden a hacer jardinería y se sumergen en las las historias, la identidad y el cariño que hay detrás de cada variedad.
Juan Pablo Casal, profesor de biología y jefe del taller de parques y jardines del colegio, es uno de los grandes responsables de eso. Puede que cuando eligió ser ingeniero agrónomo, por su amor por las plantas, lo que menos se esperaba era tener que enseñar a adolescentes. Pero, tras 20 años en la docencia, reconoce que comulga bien con sus alumnos.
“Conformamos un equipo de trabajo como si fuera un equipo de fútbol, en donde cada uno juega, tiene su papel y va aprendiendo”, explicó a Bichos de Campo tras su recorrida por las instalaciones de la histórica institución venadense. Ese equipo sí juega los “picaditos” entre las plantas, y lleva varios partidos ganados.
Es que entre las casi 150 hectáreas que tiene el predio del CAR, unas 20 son sólo de jardines y espacios comunes. Entre ellos está uno de los mayores proyectos del agrónomo amante de las flores, que es el parque de las rosas, un espacio con más de 160 variedades antiguas, que van desde el año 1400 hasta el siglo XIX.
“Amar las plantas es una forma de preservar la identidad cultural del lugar donde vivimos y parte de la historia del país”, señaló Casal, que recorrió personalmente campos y casas para encontrar cada uno de esos rosales antiguos. Según comenta, muchos pertenecen a la época de la fundación de la ciudad, que estuvo a cargo de irlandeses y escoceses, y otras llegaron desde Francia durante la época de oro argentina.
Lo que el profesor intenta inculcar en sus alumnos es el amor por las plantas. Y más que ponerlos sólo a trabajar la tierra, elige hacerlo a partir de las historias que esconde cada gajo, cada árbol y cada arbusto que hay en el colegio. “Las plantas nos sobreviven a nuestra vida e historia”, aseguró el agrónomo, que hoy puede recorrer su parque de rosas y recordar quiénes le abrieron las puertas de su casa y le permitieron multiplicar ejemplares de su jardín.
Desde ya que muchos se enganchan en el proceso, porque los jóvenes son permeables a esas historias y evocan las propias. “Se crea un lazo de cariño entre la naturaleza y el chico”, destacó Casal, que considera que cuidar variedades es honrar a personas que ya no están y preservar un acervo muy sensible a los cambios de moda o al abandono producto del desconocimiento.
Mirá la entrevista completa con Juan Pablo Casal:
Tal vez el freno a su trabajo llegue más por parte de la dirección del colegio que por sus alumnos, porque muchas veces, en su afán de expandir los jardines, ocupan espacios comunes. “Ahí me dicen basta”, dice entre risas el profesor. De todos modos, ahora, durante el otoño, les toca llevar a cabo las podas para empezar la siembra durante el invierno, y ya luego intensificar la época de riego durante la primavera y verano.
En ese proceso, que acompaña los tiempos del ciclo lectivo, se tejen lazos al aire libre. Casi en paralelo al tambo, los laboratorios o las clases de matemáticas, hay alumnos trabajando en los jardines con plantas de variedades que tienen siglos de historia. Para Juan Pablo, no son necesarios los pizarrones ni extensas charlas, porque sabe que se aprende al andar y que, casi sin quererlo, se consolida ese cariño por las plantas que a él mismo lo metió dentro de una facultad de agronomía.