Roberto Feletti parece formar parte de esa amplia camada de funcionarios públicos que cree que la historia comienza a escribirse cuando a ellos les dan el poder de la lapicera y suponen entonces que sus recetas prosperarán aún a pesar de la múltiple evidencia en contrario. De otro modo, no se puede entender por qué insiste en decir que subiendo las retenciones a las exportaciones de carne se podrán “desacoplar” los precios locales de ese alimento de los internacionales, logrando abaratar los bifes en el mercado doméstico.
Por cierto, como telón de fondo hay una verdad evidente: los precios de la carne argentina ya están bastante desacoplados de los del resto del mundo. El alimento es aquí mucho más barato que en muchos otros países, casi todos. Y eso no sucede porque haya retenciones del 9%. Se debe sobre todo a que existe una oferta de carne vacuna (casi 65 kilos anuales por habitante) que, a pesar de haber caído bastante sigue estando entre las más generosas del mundo. Acá todavía hay muchas vacas y por eso la carne vacuna es más barata que otras opciones alimenticias. En Mongolia es barata la carne de cabra, porque es la más difundida.
Feletti, de todos modos, insiste en decir que quiere “desacoplar” todavía más los precios de la carne vacuna que pagamos los argentinos. Bien, buenísimo. Será malo para los productores pero buenísimo para los consumidores mientras dure. Ya sucedió entre 2006 y 2009, con la gran intervención de Néstor Kirchner y Guillermo Moreno: los productores liquidaban su hacienda, sobraba carne y por eso salía muy barata, hasta que descubrimos que nos habíamos comido el 20% del stock, cerca de 10 millones de cabezas.
Feletti insiste en que no quiere “desacoplar” imitando los malos modos de Moreno, su antecesor en el cargo, sino incrementando las retenciones a la exportación de carne, que es una medida civilizada. Según publica el diario El Cronista, el secretario analiza con seriedad un “plan desacople” para elevar del 9% actual (que ya es la retención más elevada que paga un producto agroindustrial) primero al 12% y de ser necesario hasta el 15%, que es el tope que impone la Ley de Emergencia Económica.
Es aquí que sería recomendable que el médico le recetara a Feletti abandonar la lectura de los clásicos del “vivir con lo nuestro”, que siguen endiosando a los derechos de exportación (DEx) como principal herramienta de la política económica para “desacoplar” los precios internos de un producto de los internacionales. La carne vacuna no es como la soja, o como el trigo, o como el maíz. Su proceso de formación de precios es muy diferente. Sus fundamentos son otros.
La historia reciente muestra que de poco sirve subir los DEx para frenar la escalada de precios de la carne. Cuando en 2005 el ex ministro de Economía, Roberto Lavagna, elevó las retenciones a la carne vacuna del 5% al 15% -como Feletti querría hacer ahora- no pasó nada de nada, y por el contrario la carne siguió aumentando hasta forzar a Néstor a bloquear las exportaciones un año después. Lo mismo le pasó a Cristina y a Axel Kicillof, que tiempo después subieron las retenciones de 5 a 9%. No pasó naranja.
¿Por qué? Comparemos con la soja, que tiene un valor internacional de, más o menos, 450 dólares por tonelada. Ese precio surge de los movimientos de la oferta y demanda en Chicago, y es el que cobran los agricultores de todo el mundo menos los de Argentina. ¿Por qué? Porque aquí rige una retención del 33% (también es el tope establecido por el Congreso). En este caso sí actúa “desacoplando” el precio local, pues los exportadores exportan soja de 450 dólares, pero pagan tributos por un terció de eso (150 dólares) y entonces restan forzosamente ese impuesto del precio pagado al productor, que finalmente embolsará 300 dólares convertibles a pesos de curso legal.
Los mismo pasa con el trigo, con el maíz y con los otros granos que tienen un precio de referencia en dólares. Ese es el precio que la Argentina acepta sin chistar porque debe mantenerse dentro del comercio mundial de esos productos. Si no exportara quizás la historia fuera distinta. Pero como exporta el 95% de su soja, y el 70% de su trigo y su maíz, debe aceptar el valor impuesto por el mercado externo y no chistar con el precio que le ofrecen.
El descuento alcanza también la soja, el trigo y el maíz que se consumen dentro del país. Por la supremacía exportadora en esos rubros, los tres granos toman el valor internacional y las retenciones se descuentan al 100% de la cosecha. Incluso si un productor de maíz lo vende a un vecino para alimentar a sus gallinas, ese cereal reflejará el descuento por retenciones. Por eso, en ese caso la teoría del “desacople” es bastante pertinente.
Pero pasa algo muy distinto con la carne, que tiene un precio en pesos, surgido de adentro de las propias entrañas de la argentinidad al palo.
Esto se explica por una sencilla razón: en este caso (como en el de los lácteos), el 75% de la producción se consume internamente, la compran los propios argentinos, y se exportan solo los saldos. De la carne vacuna producida por la Argentina, unas 3,2 millones de toneladas al año, se venden al extranjero solo 800.000 toneladas. Es decir que quien manda en el mercado es el consumidor local, que cobra y paga en pesos. Por eso razón de entrada la carne aquí es mucho más barata que en Francia, a pesar de que el taimado de De Mendiguren diga una cosa muy distinta. La capacidad de pago es muy diferente aquí y allá, y por lo tanto los precios de la carne reciben las señales bajistas de una demanda que pone límites por su menor capacidad de pago.
Por supuesto que los saldos exportables de carne (las 800 mil toneladas) se cobran en dólares, y a los precios que impone el mercado internacional. Así, cuando un frigorífico exportador vende Cuota Hilton a 10.000 dólares por tonelada, la retención del 9% le descuenta de un saque 900 dólares al exportador. Si fuera soja, esa empresa descontaría ese valor de inmediato de lo que paga al productor ganadero. Pero es carne. Se trata de algo mucho más complejo.
Para empezar, porque la carne no viene de un poroto. Hay tiempos, plazos, costumbres, modalidades comerciales, decenas de mercados. Hay distintos tipos de ganado: novillitos livianos o novillos gordos, o incluso vacas viejas de descarte. Productores grandes que pueden esperar su hacienda y si es necesario la cambian de campo. Y productores muy chicos a los que no le queda otra que vender si los aprieta la seca. Por lo tanto no hay un único jugador sino cientos.
Para continuar, porque la carne no es un poroto: no es un producto homogéneo que por lo tanto tiene un único precio. Por el contrario, de un bovino se saca el sebo para hacer jabones, el cuero para los zapatos, las menudencias para la parrilla, los cortes sin hueso para la milanesa, el costillar para el asado, los lomos para Europa, los penes de toro para China, los osobucos para el puchero y hasta ciertas sustancias extrañas para la industria farmacéutica. Con la carne se hace morcilla y con lo que queda se hace harina animal, para que coman los salmones del sur de Chile.
El precio de la carne, entonces, surge de “la integración” de un montón de precios y mercados diferentes. Con negocios realizados por múltiples y multifacéticos actores, en mercado formales y no tanto. No hay un Chicago que te diga ‘la carne vale tanto’ y sobre ese valor te permita efectuar al ganado un descuento del 15% en concepto de retenciones.
Además, como ya dijimos, la Argentina exporta solo 1 de cada 4 kilos de carne vacuna que produce. No 3 de 4, como en los cereales. ¿En qué cabeza entonces cabe pensar que los 3 kilos que se quedan en el mercado local van a aceptar que les apliques un descuento por retenciones que permita “desacoplarse” del valor internacional?
La retención del 9% que rige actualmente para la carne vacuna se aplica solamente al 25% de la producción local de carne, cuyo precio no es todo igual como el de la soja (porque el hueso con carne que va a China cotiza a 2.500 dólares la toneladas y el bife angosto que va a Europa lo hace a 15 mil dólares). El otro 75% de la producción se mata de risa de las retenciones, porque se tributo no les hace ni cosquillas.
Y se mata de risa sobre todo porque de los más de 400 frigoríficos y mataderos que tiene la Argentina, además de cerca de un millar de matarifes abastecedores (que no tienen planta, pero sí faenan bovinos alquilando instalaciones), solamente hay un grupo de 50/60 que son realmente exportadores. A ellos sí les impactan las retenciones del 9% que ahora Feletti quiere llevar a 15%. Porque es plata que dejan en el Fisco pero que difícilmente puedan recuperar de los productores -como hace una cerealeras con la soja-, descontándolo directamente del precio que le paga al ganadero.
¿Y por qué no puede descontar esas retenciones cuando compra la hacienda? Pues por la sencilla razón de que el verdadero mercado de la carne argentina es… la Argentina, y absorbe el 75% de la oferta total. ¡Imaginen que los brasileños de Marfrig, por ejemplo, intentan descontarles el 9% que ellos tributaron por una carga de osobuco a sus proveedores de hacienda! Estos seguramente le darían vuelta la cara y se irían a venderle sus bovinos a cualquiera de los otros quichicientos actores que hay en el mercado.
Entonces, entendido el proceso hasta aquí, las retenciones a la carne vacuna que quiere aumentar el secretario de Comercio no son un tributo que se reparta -como sucede con los granos- entre miles de productores, o al menos no directamente. Más bien, actúan como un lastre para un grupo de plantas frigoríficas exportadoras que, en el mejor de los casos, representan solo 30% de la faena de bovinos (es decir de las compras) y la producción de carne.
Históricamente ese grupo de frigoríficos -el que exporta y por eso tributa retenciones- está enrolado en el Consorcio ABC, una de las entidades a las que Feletti recibió días atrás en su despacho, y a las que todos los secretarios de Comercio suelen manguear carne barata para abastecer a los supermercados de “cortes populares”. De hecho, Paula Español venía reclamando de este sector unas 6.000 toneladas de cortes que no se exportan como parte del programa de precios cuidados. Feletti, menos comedido, reclamó ahora unas 20.000 toneladas de carne barata en los supermercados para pasar las fiestas de diciembre.
El contrasentido es que una eventual suba de las retenciones, entonces, implicaría una carga más elevada para este grupo de frigoríficos. Y por lo tanto les costaría cada vez más ceder esos tonelajes mensuales a precios populares que les reclaman Feletti y compañía. Pero mientras tanto, el 70% de los operadores que abastece el mercado interno no se vería afectado por el impacto de la suba impositiva. El “desacople” tan mentado volvería a ser absolutamente inofensivo y hasta lesivo para la estrategia oficial de al menos ofrecer un poco de carne algo más barata en los supermercados.
Repetimos para que se entienda: Al 70% de los operadores del negocio de la carne les importa un rabanito las retenciones, porque no las sufren, porque no exportan. Los más afectados serían un grupo de grandes frigoríficos exportadores al que ese tributo solo les encarece los costos, y de los que siempre se reclama que abastezcan de cortes más baratos (los que no exportan) a los supermercados. Mientras tanto, del “desacople” ni noticias en las carnicerías.
Es imposible, debería entenderse a esta altura, extrapolar lo que sucede con las retenciones a la soja con lo que pasa en el caótico mercado de la carne vacuna. Feletti, o cualquiera, podría subir las retenciones al complejo bovino al 80% que el grueso del mercado casi no lo sentiría. Por el contrario, la situación dejaría casi fuera de competencia y sin oxígeno a las empresas con capacidad exportadora, a las cuales los funcionarios no solo terminan reclamando carne barata para los supermercados. También, muchas veces, y en el oficialismo sobran los ejemplos, son las que ponen la carne para los asados.