En cuestión de segundos el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, combinó dos razonamientos que están en las antípodas sin que se le moviera un pelo (en sentido figurado, claro).
“Muchos no entienden ni se dan cuenta, o no son capaces de entender, cómo una cosa tan sencilla como esa empieza a cambiar la organización económica del país”, señaló Francos en referencia al ordenamiento macroeconómico propiciado por el gobierno de Javier Milei.
“Veníamos recorriendo desde Río Cuarto hasta aquí una enorme zona productiva del agro –muchos silobolsas vimos; vimos gente que todavía no liquidó– pero bueno, no importa, es un detalle”, señaló inmediatamente después durante una conferencia realizada en la ciudad de Córdoba en la cual se inauguró el proyecto de reversión del Gasoducto Norte, que permitirá abastecer a la región central del país con gas natural de origen patagónico.
El comentario de Francos revela lo que piensa la mayor parte de los políticos argentinos –sean libertarios, radicales o peronistas–, aunque algunos se esfuerzan por ocultarlo mejor que otros.
El prejuicio en cuestión indica que el único rol del agro es el de proveedor de divisas indispensables para poder financiar importaciones, realizar obras de infraestructura, subsidiar a sectores considerados “estratégicos” –cuyo atributo destacado consiste invariablemente en liderar la industria del lobby– y pagar deuda pública denominada en moneda extranjera.
El hecho de que Francos haya realizado esas declaraciones en un evento en el cual estaba presente el gobernador de Córdoba, Martín Llaryora, es una señal de torpeza o saña increíble, pues esa provincia es una de las más vapuleadas por la política agro-extractivista implementada por los diferentes gobiernos nacionales en las últimas dos décadas.
Ese razonamiento, además, es un tanto curioso –especialmente proviniendo de un funcionario de un gobierno supuestamente libertario–, porque los granos en poder de los empresarios agrícolas no son un bien público, sino una reserva de capital del sector privado.
A ningún político se le ocurriría pedir a las empresas mineras, petroleras o alimenticias –entro otros muchos ejemplos– que “liquiden” su capital para recomponer las reservas internacionales del Banco Central (BCRA) porque seguramente entienden que el mismo es producto de la inversión y la iniciativa privada.
Pero no sucede lo mismo con el agro, lo que implica, en términos simbólicos, que la “casta” considera que la actividad agrícola no es producto de la inversión y la iniciativa privada, sino parte de un sistema de vasallaje moderno en el cual las empresas agrícolas deben ser “exprimidas” hasta el límite de contar solamente con los recursos necesarios para poder financiar la próxima campaña y repetir así ese ciclo feudal hasta el infinito.
Las naciones de la región que entendieron que ese razonamiento “atrasa” van inexorablemente para adelante. Paraguay este año logró alcanzar el “grado de inversión” por parte de la agencia Moody’s gracias, en gran medida, a la solidez cambiaria aportada por las divisas generadas por sector agropecuario. En Brasil las zonas más pujantes son las de base agropecuaria y las divisas aportadas por el agro no dejan de crecer año tras año.
Las políticas orientadas a consolidar la estabilidad macroeconómica son indispensables para garantizar el desarrollo de la economía argentina, pero, tarde o temprano, terminarán siendo insuficientes si no se pone a funcionar a la principal máquina generadora de divisas, que no es otra que el sector agropecuario.
Confiar en vivir de “mangazos” sistemáticos de divisas a los evasores, a los organismos multilaterales y a los gobiernos de naciones centrales es humillante cuando se tienen las capacidades necesarias para poder sustentarnos con nuestros propios medios, como hacen, muy dignamente, los vecinos de la Argentina.
Por tales motivos, Francos debería pedir disculpas –especialmente a los cordobeses, ¡donde Milei arrasó en las últimos elecciones!– y mencionar que, durante el viaje por la provincia mediterránea, tuvo la oportunidad de ver en la ruta muchos silobolsas con reservas de capital que son propiedad de empresarios agrícolas argentinos. Limpiar el lenguaje de prejuicios medievales es un primer paso para intentar, algún día, llegar a ser un país normal.