Desde 1997, cada 15 de octubre se celebra el Día Internacional de las Mujeres Rurales, con el objetivo de reconocer su función y rol clave en tareas como la promoción del desarrollo agrícola, la mejora de la seguridad alimentaria y la erradicación de la pobreza rural.
La historia de la misionera Cristina Silva, miembro de la pequeña cooperativa quesera Sarandí, ubicada a las afueras de El Soberbio, es para Bichos de Campo una prueba viva de lo que se conmemora en esta fecha.
Criada en el corazón rural de esa localidad, Silva encontró la manera de permanecer siempre en contacto con los productores rurales de la zona. A pesar de dedicarse por un tiempo a la docencia, luego de recibirse de profesora de educación física, Dios –como le gusta decir- la llevó a vincularse a un proyecto cooperativo que inició su padre entre los años 2000 y 2001.
“Era el desvelo de mi padre y la charla cotidiana de sobremesa: por qué no podíamos hacer que pasara un camión lechero y se llevara los excedentes de la leche de los productores locales, para que tuvieran un ingreso mensual. Él era un hombre muy trabajador y tenía el don de lo social, de preocuparse por los demás”, recordó la misionera en conversación con este medio.
En aquel entonces, la lechería de la zona era una actividad precaria y destinada principalmente al autoabastecimiento, por lo que cualquier sobrante del ordeñe diario se distribuía entre los animales y los propios vecinos.
“En el seno del consorcio del paraje empezó a surgir esta idea de vender el excedente. A partir de un artículo en el diario El Territorio, que siempre se leía en casa, mi padre vio que Leandrito, una empresa de Alem, buscaba materia prima”, contó Silva.
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Aquel aviso motorizó el interés de los locales de colocar allí los 2.000 litros que se acumulaban a diario. Una gestión de la municipalidad permitió que se consiguiera un freezer para la leche y, posteriormente, un préstamo del programa PRODERNEA les permitió adquirir herramientas para animarse a sumar valor agregado.
“Cuando se cubre la demanda de Leandrito, se pensó en producir queso. El préstamo, que en ese momento eran 25 mil pesos, permitió dar inicio a eso. Durante la primera recorrida, la maestra quesera Andrea Schwingel recogió 125 litros e hizo queso. Hasta el día de hoy ella es el alma mater de la industria”, señaló la misionera.
De los 60 socios que llegó a tener la cooperativa en su inicio, hoy permanecen activos solo unos 20. Silva atribuye eso a varias cuestiones como la zona geográfica, la rentabilidad del negocio y la “cercanía con la frontera”, que a veces tienta con otros negocios a los locales.
“En el auge de la soja, con pasar un par de bolsas hacia el otro lado ganabas lo que era un año de trabajo en la lechería. Aún así la seguimos peleando y logramos mantenernos. Y creo que se va a mantener mientras esté la gente”, afirmó Silva.
En efecto, aquel emprendimiento –que fue pionero en la provincia- ha logrado mantener un nivel de producción medianamente estable, a pesar de que todavía tiene mucho techo para crecer. Sucede que la planta de procesamiento tiene capacidad para recibir 5.000 litros diarios de leche, y hoy la cooperativa apenas trabaja con 30 mil mensuales.
“Lo interesante de nuestra cooperativa también es que hoy por hoy está totalmente gestionada por mujeres. La lechería en pequeña escala tiene que ver mucho con la mujer a nivel industrial. Si la mujer en la familia no se pone las pilas con eso, la lechería acá no avanza”, reconoció la cooperativista.
-Te referís a los productores como héroes de los que hay que aprender. ¿Por qué lo decís?- le preguntamos.
-Porque es una actividad que te demanda la vida. Vos le dedicás un mes, seis meses o un año a una producción, y de repente alguna cosa te tira todo abajo y hay que empezar de cero. En la lechería, lo que destaco, y que creo que es una bendición, es la exigencia de ser cotidiano. Y eso te da un ingreso mensual. En los 21 años que estamos, todos los 20 de cada mes los productores reciben el fruto de su trabajo. Tratamos de mantener el concepto de que ellos venden la leche, no que la entregan.
-El Soberbio parecer ser una de las zonas del país en que se mantiene la vida rural en la chacra. El objetivo final es ese: que la gente siga viviendo allí en vez de juntarse en el pueblo.
-Exactamente, esa es una de las cosas que yo, con mi experiencia de vivir fuera de la chacra, decía. La calidad de vida que se tiene en la chacra no es fácil tenerla en cualquier otro lado. Hoy hay acceso a la energía, a la comunicación, a los caminos. Seguir en la ruralidad hoy por hoy es casi un lujo.
Además se haber festejado junto a sus compañeras una distinción obtenida por uno de los quesos de la cooperativa, que fue elegido como el mejor en una fiesta de la agricultura familiar local, Silva también celebró algunos años atrás un reconocimiento a su trabajo en el marco de los Premios Lía Encalada.
Se trata de una distinción que, según define la asociación civil Mujeres de la Ruralidad Argentina (MRA), busca reconocer a mujeres que “impulsan cambios reales en la ruralidad” como la “producción con perspectiva de género, innovación y agregado de valor, agroecología, educación, salud, comunicación, liderazgo comunitario y articulación público-privada, entre otros campos”.
Al igual que lo fue Silva, cientos de mujeres será reconocidas nuevamente en la próxima edición de estos premios, que se realizarán el sábado 1 de noviembre en la ciudad de Santa Fe, en el marco del II Foro Internacional de Género y Ruralidad.