“Y ahora, ¿qué estará inventando el coyote?”.
Marcelo dice la frase y suelta la risa. Resulta que le dicen así en alusión a ese personaje que siempre estaba inventando algo nuevo para atrapar al famoso correcaminos. Y la risa es contagiosa, sobre todo cuando a esta cronista (como probablemente le ocurra al lector) le vienen a la mente las escenas de ese dibujo animado de la infancia.
Oriundo de General Alvear, Buenos Aires, Marcelo Caballieri es médico veterinario, al igual que su padre y su hermano. Se dedican a los bovinos y, entre él y su hermano atienden unas 30.000 cabezas por año. Pero desde hace un tiempito, fiel a su apodo, Marcelo se está dedicando a la apicultura. Pero no a la apicultura a secas, sino a algo distinto.
El tema de las abejas también le viene de familia: a mediados de la década del setenta, su padre ya tenía colmenas y Marcelo, que iba a una escuela agropecuaria, lo ayudaba. “Fui pupilo a una escuela salesiana y ahí aprendí muchas cosas, entre ellas sobre apicultura”, recuerda. “Y ya en 2006 con mi padre y un amigo de la familia decidimos conformar un grupo productor de miel y empezamos con 16 colmenas cada uno; luego se sumó mi hermano, cada uno con sus colmenas pero nos ayudamos entre todos”.
Ese 2006, con la idea de profesionalizar la producción, buscaron apoyo del INTA y se sumaron a un grupo de Cambio Rural de la zona donde eran 8 apicultores que se juntaban para realizar acciones en conjunto e intercambiar experiencias, algo muy útil cuando se produce. “La ayuda el INTA fue clave para mejorar nuestra producción, porque nosotros creíamos que sabíamos, pero había muchas cosas que no las estábamos haciendo bien y con el apoyo técnico que recibimos modificamos y tornamos mucho más eficiente nuestro trabajo”.
“La clave para hacer una apicultura profesional es tener buena genética, sanidad, alimentación y un manejo correcto, y para eso tuvimos que desaprender para volver a aprender. Venía el técnico y nos decía ´Esa colmena quemala’ y al principio uno se resiste y la quiere salvar (como ocurre cuando nosotros como veterinarios le indicamos a un productor que un animal no sirve más) pero al final comprendimos que era necesario hacer caso. Gracias a eso actualmente tenemos 900 colmenas con muy buena producción”, se entusiasma.
Hoy todo el sistema de la apicultura lo tienen muy aceitado: en su momento compraban las reinas en Tunuyán, Mendoza y ahora en Junín, Buenos Aires. Con respecto a la sanidad, el único tema donde tienen que estar atentos (¡el karma de todo apicultor!) es con la varroa, un parásito que se ubica en el lomo de la abeja y la debilita.
“Lo tenemos muy controlado porque hacemos mensualmente un monitoreo y usamos tiras de antiparasitarios fabricadas en laboratorios habilitados. Antes de tener el asesoramiento del INTA hacíamos cualquier cosa, poníamos insecticidas y no daba resultado. Hoy está totalmente controlada y hemos logrado colmenas muy sanas, al punto que no necesitamos ningún tipo de medicamento”.
Esta eficiencia de manejo se nota en las cifras: esta campaña lograron 45 kilos por colmena cuando el promedio histórico es de 30: “Este año fue mejor porque vino muy bien la primavera, con muchas flores y las colmenas están en excelentes condiciones”, describe. “Además, como la soja no tenía tan buen precio se sembró más girasol y tener este cultivo cerca siempre garantiza mejor producción de miel”.
El negocio que manejan, como de la mayoría de los apicultores, es la venta a granel para exportación. En 2009 quisieron realizar una exportación directa (a Japón y Alemania) como un desafío para ver si podían cumplir con la “enorme” cantidad de requisitos que se necesitan, y lo lograron. Pero Marcelo aclara que no piensan volver a hacerlo porque demanda mucho trabajo y no es rentable, al menos no les resultó en ese momento porque les pagaron al dólar oficial y encima en pesos. “Queríamos ser capaces de certificar la calidad la calidad de nuestro producto y lo conseguimos”, resume, “pero ya está”.
-Y ahora, ¿qué es lo de vender miel con panal?
-Desde hace un tiempo, por mi cuenta, decidí empezar a fraccionar miel para la venta. Pero no quería hacer lo típico de miel líquida, cremosa o de eucalipto, porque de eso hay demasiado. Así nació Beehive donde la diferencia es que son frascos con un panal en su interior.
-¿Cómo es eso?
-Cuando estudiaba una vez fui a la casa de un amigo y vi que habían comprado un panal de abejas y comían la miel de ahí, iba literalmente del panal a la tostada. Y eso me quedó. Hace un tiempo vi lo mismo en redes y sentí que era una buena idea y realizable, aunque tenía que darle forma. Entonces se me ocurrió probar y en dos de mis colmenas puse 20 frascos de vidrio con una plancha de cera estampada para incentivar a la abeja a que fuera allí.
-¿Y qué pasó?
-Que las abejas hicieron un panal con miel en cada uno de los frascos y lo sellaron. Lo que quiero es comercializar ese frasco como lo que es: un producto puro y directo del panal. Además, es único porque se logra solamente si hay una gran cantidad de flores y en un período muy preciso, entre el 15 de diciembre y el 15 de enero. Si se pasa de esa fecha, ya no es posible hacerlo.
-¿El producto ya está registrado?
-La idea es inscribirlo en el programa PUPAs (Pequeñas Unidades Productivas Alimenticias) dirigido a personas que elaboran alimentos artesanales en pequeña escala. Es del Ministerio de Desarrollo Agrario de Buenos Aires y permite el tránsito dentro de la provincia.
-Para hacerle honor a su apodo, ¿qué otras cosas ha inventado?
-(Risas) No sé, cosas que van surgiendo, como un caloventor con el mechero de un termotanque viejo. Ah, y una especie de prensa porque una vez durante la siesta teníamos que armar cajones y no queríamos andar martillando para no despertar a los vecinos.