En un mundo cada vez más acelerado, los jardines terapéuticos empiezan a ocupar un lugar central como espacios de refugio. No se los piensa solamente por su valor estético o productivo, sino como herramientas capaces de aportar bienestar físico, emocional y mental.
Esta mirada no es del todo nueva, pero en los últimos años se consolidó como una tendencia global. Un ejemplo claro fue el Chelsea Flower Show de 2024, una de las muestras de jardinería más influyentes del mundo, que dedicó un espacio destacado a proyectos diseñados con fines terapéuticos. Allí se mostró cómo la vegetación, el agua, las texturas y los recorridos pueden influir de manera positiva en la salud de las personas.
En Argentina ya existen experiencias concretas que avanzan en esa dirección. El Hospital Universitario Austral implementó un jardín terapéutico pensado para pacientes, familiares y personal de salud. Es un espacio diseñado específicamente para ofrecer calma, reducir el estrés y acompañar procesos de recuperación. La incorporación de este tipo de jardines en hospitales, geriátricos, centros de salud mental o escuelas especiales tiene un sentido mucho más profundo que lo ornamental: está vinculada con mejorar la calidad de vida, sobre todo en poblaciones vulnerables.
La paisajista Valeria Lennon, quién fue parte en el diseño del proyecto del hospital, lo resumió en una nota publicada en De Raíz: “El jardín puede convertirse en un aliado silencioso en el acompañamiento de personas en situaciones difíciles. No cura, pero alivia.” Esa frase condensa el espíritu de este tipo de espacios, que no reemplazan un tratamiento médico pero que pueden convertirse en un complemento valioso.
El diseño de un jardín terapéutico se apoya en principios claros. Debe ser accesible y cómodo, con senderos y superficies que permitan circular sin dificultad. Tiene que estimular los sentidos a través de colores, aromas, texturas y sonidos naturales. Necesita zonas de contemplación y refugio donde sentarse, descansar o simplemente mirar. La elección de la vegetación también es clave: se buscan especies seguras, fáciles de cuidar y que inviten a la interacción, como plantas aromáticas, flores o huertas. Cuando es posible, la participación de las personas en el diseño o el mantenimiento refuerza la conexión y el sentido de pertenencia.
No se trata de proyectos que requieran grandes parques ni presupuestos elevados. Se puede empezar en pequeño: una terraza, un patio comunitario, un rincón en la vereda. Lo importante es el enfoque. No es solo plantar, sino diseñar con la intención de acompañar, conectar y sanar.
Son espacios que aportan calma y bienestar de manera sencilla, que no curan pero ayudan, y que con el tiempo logran transformar la vida cotidiana de quienes los habitan.