Cada vez más productores buscan recuperar la fertilidad natural de la tierra sin recurrir a insumos químicos, y una de las prácticas que más interés despierta es el living soil, o suelo vivo. Esta técnica parte de una idea sencilla pero transformadora: el suelo no es una estructura inerte donde se plantan cultivos, sino un organismo vivo que respira, se alimenta y evoluciona. En ese ecosistema subterráneo, bacterias, hongos, lombrices y raíces trabajan de manera conjunta para sostener la vida vegetal.
En un contexto de suelos agotados por el uso intensivo y la dependencia de agroquímicos, el enfoque del “living soil” ofrece una alternativa que pone el foco en la biología y no en la química.
El Viejo Farmer, pionero de la carne orgánica y la permacultura en Argentina, fue uno de los primeros en experimentar con esta metodología en su campo. Durante una visita del equipo de De Raíz, compartió su experiencia y explicó cómo adaptó el concepto de suelo vivo a su huerta. Esta vez, contó que no tenía hojas secas para usar como cobertura, un recurso habitual para proteger el suelo, y decidió probar algo distinto: sembrar una mezcla de once especies entre gramíneas y leguminosas.
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“Cuando no tengo hojas, siembro raíces”, explicó. La diversidad vegetal que eligió cumple una doble función: protege la superficie del suelo y, al mismo tiempo, activa la vida biológica bajo tierra. Las raíces de las leguminosas fijan nitrógeno del aire y lo almacenan en el suelo, mientras que las gramíneas aportan materia orgánica y mejoran su estructura.
A medida que las plantas crecen, sus raíces van enriqueciendo el suelo con nutrientes y microorganismos. Cuando se las poda o mueren de manera natural, esas raíces se descomponen y liberan el nitrógeno acumulado, que pasa a estar disponible para los cultivos siguientes. “Lo importante es no dejar que la pradera se vuelva leñosa. Cuando la cortás, las raíces liberan el nitrógeno y el suelo se alimenta”, recomendó el productor.

El resultado es una especie de pradera viva que mejora la estructura del suelo, lo vuelve más esponjoso, aireado y capaz de retener agua. Todo ocurre sin necesidad de arar ni aplicar fertilizantes químicos.
Su huerta es el ejemplo más claro de que un suelo vivo se nota. No hay superficies desnudas ni tierra apelmazada: todo está cubierto con raíces activas, restos vegetales y una biodiversidad que se renueva. Cada cantero parece funcionar como un pequeño ecosistema autónomo, donde el suelo se regenera.
“Cuando entendés que bajo tus pies hay vida, ya no podés mirar la tierra igual”, dijo Guillermo mientras poda la pradera.
Su práctica se enmarca dentro de una corriente creciente de productores agroecológicos que buscan regenerar los suelos y recuperar autonomía productiva. En lugar de producir más, el Viejo Farmer busca producir mejor, respetando los tiempos naturales de la tierra.





