La citrícola San Miguel es conocida por ser una de las principales empresas del rubro, tanto en el pedemonte tucumano como a nivel global. Su aniversario número 70 la encuentra en pleno proceso de reconfiguración del negocio, que no implica sólo búsqueda de inversores sino también un viraje importante en la producción: para sortear la crisis del limón decidieron destinar el 100% de sus frutas al proceso industrial.
La decisión que tomó la empresa hace ya dos años es parte de una tendencia más amplia en el sector, que busca paliar la caída en la rentabilidad y los bajos precios internacionales, y que abandona paulatinamente la venta de fruta fresca para enfocarse en los derivados e insumos para diferentes industrias.
El agrónomo Juan Martín Guerineau está a cargo de la producción limonera de la finca Caspichango una de las tres más importantes de la citrícola San Miguel, junto a Sofía y Monte Grande. Sus 600 hectáreas implantadas son menos del 10% de la superficie total del establecimiento, que consta de unas 6.600 hectáreas extra, protegidas por la Ley de Bosques y que forman parte del programa Paisajes Productivos Protegidos (PPP) de la Fundación ProYungas.
Allí, en Monteros, pleno pedemonte tucumano, Guerineau se encuentra con un panorama muy diferente al de sus primeros años de carrera como agrónomo, que dedicó a la producción cerealera. Hay grandes extensiones que requieren cuidados intensivos, la poda y la cosecha se realizan de forma manual, y dirigir equipos implica dirigir y capacitar a unas 500 personas en temporada alta.
El clima subtropical de la región ha permitido desarrollar, desde hace décadas, una tradición citrícola muy respetable. Tanto, que ha sabido reconfigurarse para enfrentar las crisis. Hoy, una importante porción del más del millón de toneladas que se obtienen de la actividad limonera, se dirige al sector industrial, y eso es lo que también redefine el trabajo de los especialistas.
“Esta finca aporta un gran volumen de producción. El año pasado produjimos unas 30.000 toneladas de limón, que son alrededor de 60 toneladas por hectárea”, explicó Guerineau en una recorrida por Caspichango junto a Bichos de Campo. Al no vender ya fruta fresca, lo que verdaderamente les preocupa es la cantidad obtenida para industrializar, más que obtener un limón lindo a la vista.
Hay un dato que demuestra que el trabajo del agrónomo, junto a sus colegas, está dando resultados: la finca produce prácticamente el doble por hectárea que el promedio provincial. De hecho, tener que preocuparse por un menor abanico de aspectos cosméticos también generó cambios en el manejo. Por ejemplo, Guerineau señaló que sólo hacen cuatro aplicaciones anuales, porque el foco está puesto en la poda y la renovación.
Durante la época de cosecha, entre abril y agosto, se reúnen unas 500 personas a diario en la finca para enviar la fruta a Famaillá, a tan sólo a 20 kilómetros de allí. En términos de logística y capacitación, trabajar con tanta gente implica un esfuerzo adicional para el agrónomo, que encuentra en la producción limonera un abismo de distancia con la cerealera.
“Para nosotros es fundamental que todos entiendan la importancia de lo que se hace en la finca, y tener una buena gestión nos permite que la producción también lo sea”, destacó.
Mirá la entrevista completa con Juan Martín Guerineau:
La poda también se realiza de forma 100% manual. Y no es porque falta tecnificación, sino todo lo contrario: dejaron de lado las máquinas y volvieron al sistema tradicional. “Esa tarea arranca generalmente en junio y tratamos de terminar en septiembre, porque ahí arranca la floración y posterior cuaje”, agregó el agrónomo.
Otro paso importante que deben atender para que el volumen de producción no decaiga es la renovación de las plantas. Este proceso se hace durante los meses más calurosos del año, cuando también se aprovecha para aplicar herbicidas y fertilizantes, y desmalezar.
Según explicó Juan Martín, anualmente la empresa renueva un 5% de sus limoneros. En el caso de la finca Caspichango, son unas 70 hectáreas cada verano, y no se dejan plantas que superen los 25 años. La idea es “ir sacando los montes viejos que producen menos, mantener la edad promedio de las plantas y mejorar la producción”, señaló.
Sin ir más lejos, en lo que deben reparar particularmente es en tener un limón con más contenido de aceite en su cáscara; buen calibre, de entre 55 y 60 mm; mayor contenido de jugo, y propiedades organolépticas aceptables.
Una cuota la aporta, lógicamente, el clima. En el pedemonte tucumano llueven entre 1500 y 1800 milímetros anuales, por lo que, en su gran mayoría, los establecimientos prescinden del sistema de riego complementario. Además, la altitud, de entre 500 y 600 metros, los protege de las heladas, un fenómeno al que la planta es muy susceptible.
Desde ya que no son ajenos a que, si pudieran utilizar una mayor porción de la finca, la producción sería superior. Pero gracias a su trabajo en conjunto con la fundación ProYungas, son parte del PPP y el monte conservado convive con las plantaciones. “Hoy estamos en zona roja, así que no desmontamos más”, aseguró Guerineau.