Leonardo Dyzenchauz y su esposa, María Gabriela Böhmer, se conocen desde que él fue a realizar un trabajo como actor a un grupo de danza. Él salía en televisión, hacía teatro para chicos y hasta hizo el papel de filatelista en la película Nueve Reinas. Ella, médica dedicada al proyecto Jakairá, que se ocupa de mamás y papás adolescentes, y a situaciones de violencia de género.
Se casaron, vivieron en el barrio de Chacarita, en Buenos Aires, y tuvieron tres hijos. Tenían el hobby de viajar por el país, hasta que un día, hace 16 años, conocieron el mágico Valle de Traslasierra, en el centro oeste de la provincia de Córdoba. Quedaron encantados y pronto decidieron comprar una chacra de 4 hectáreas ubicada a sólo 1200 metros de la plaza de San Javier, donde los domingos se realiza la renombrada “Ecoferia”.
Cuenta Leonardo que el clima, el paisaje, el estado natural del valle, como también la vida social y los vínculos de los que llegaban de afuera con los nativos, ayudaron a semejante decisión. Explica que este valle cordobés posee un clima templado, seco, muy agradable. Y destaca que la región tiene el privilegio de conservar parte del escaso monte nativo que le queda a la provincia. Su propia chacra posee una hectárea y media de monte.
El actor comenzó a viajar para hacerse su casa y al año se mudaron a San Javier. Gabriela continuó con su proyecto Jakairá en el mismo valle, y Leonardo con su vida actoral. Pero pronto se puso a pensar qué hacer en su nuevo terreno. Además de su casa, construyó 2 cabañas para alojar turistas. Mientras, empezó a hacer cursos de capacitación en huerta, aromáticas, quesos y dulces artesanales, y fruticultura. Gabriela, en su tiempo libre, trabajaba codo a codo con él.
Leonardo comenzó montando una huerta orgánica y plantó árboles frutales. Llevó caballos y luego llamas, que más tarde tuvo dejar por el avance urbanístico y los perros sueltos. Agregó un gallinero y lo mantuvo 10 años. Crió ponedoras y una variedad de pollos de cogote pelado, que eran rústicos, fáciles de criar por un pequeño productor.
“Al principio, nuestros hijos mayores nos odiaron -recuerda Leonardo-. Cuando llegamos hace 16 años, en San Javier todo era muy rústico y precario, había pocas casas. Mi hijo Juan decía que su papá, de ser actor, ahora era verdulero. Lara tenía 5 años y él la llevaba al gallinero en la carretilla. Ella rompía los huevos al apretarlos con demasiada fuerza o se le caían”.
“Yo no sabía usar las herramientas, me dolía todo y dedicaba muchas horas a hacer pruebas y experimentos que resultaban fallidos. Había muchos animales sueltos que rompían los frutales. Hoy, con tanta urbanización en el valle, éstos han ido desapareciendo del paisaje y, paradójicamente, los extrañamos. Ahora sólo se ven muchos perros sueltos y muchas bolsas de basura, que ellos suelen romper”, describe.
A su emprendimiento lo llamaron “Churrinche”, que es un pintoresco pájaro migrante de la región, porque ellos también han ido cambiando y han tenido que ir adaptándose a su nuevo paisaje, a medida de que lo iban conociendo.
El mismo paisaje, también fue mutando y la pandemia los obligó a reinventarse una vez más. Cuenta Leonardo que al comienzo para ellos fue muy importante la ayuda del INTA de Villa Dolores. El director de ese momento, el ingeniero agrónomo Patricio Páez Morón, se especializaba en fruticultura y les enseñó a injertar, a podar y hasta los llevó a conocer una producción de nogales en Chilecito.
Luego de lo orgánico, Leonardo pasó un tiempo alternando con lo convencional, utilizando algunos fertilizantes químicos, hasta que comenzó a elaborar biofertilizantes, volcándose hacia lo agroecológico. Pero él no idealiza lo orgánico, ni demoniza lo convencional. Sostiene que “no podemos ser ingenuos”. Está de acuerdo en que hay que ir haciendo una transición hacia lo agroecológico, pero para eso hace falta invertir en conocimiento y mucho más.
Para producir ahora utiliza la fórmula de Jairo Restrepo, que habla de una serie de microorganismos que hay en el estiércol de la vaca por ser rumiante. El estiércol tiene una gran función como estimulante de organismos benéficos en el rizoma, en la zona de las raíces de las plantas.
Explica Leonardo: “El biofertilizante, que yo uso por ‘fertirriego’, lleva estiércol de vaca fresco, que me regala el Negro Araña, porque eso se oxida enseguida con el sol, más suero de leche de cabras que me regalan Nacho Rodríguez, de Granja Verbena; el Gallego Martínez; consigo ceniza y se la agrego. Además yo le adiciono un agua de algarroba de mi propia cosecha, a la que hiervo en una olla durante un día, en mi cocina solar parabólica. Las vainas larguan sus azúcares que remplazan a la melaza, para activar la fermentación de los microorganismos en el biofertilizante. Porque en realidad, la propuesta de Jairo es que se experimente y se expanda aprovechando lo que uno tiene en el entorno. De hecho, hay biofertilizantes mucho más complejos”.
Con el tiempo, Leonardo fue dejando la huerta y el gallinero para concentrarse en la fruticultura. Hoy se dedica a la producción de duraznos, ciruelas y manzanas para consumo y venta en fresco, con los cuales además elabora mermeladas y dulces caseros bajo la marca Churrinche, que vende en la Ecoferia, y además los incluye en el servicio de desayunos y meriendas a sus hospedados.
Un día Leonardo comenzó a interesarse en los nogales, porque aprendió que la nuez bien embolsada, almacenada y conservada, dura más tiempo que la fruta fresca. Además, un kilo de nuez se vende a mayor precio que un kilo de fruta. Y los nogales tienen una connotación turística, porque engalanan el paisaje y dan una buena sombra. También tienen más facilidad de ser tratados de modo agroecológico, porque prácticamente no tienen plagas, como el durazno y la ciruela pueden tener la mosca. “Pero acá no tengo Carpocapsa, no se por qué, pero no tengo”, asegura Leonardo. Fue plantando nogales de la variedad común o europea, Junglans Regia, del tipo Chandler.
Hoy tiene plantados 200 nogales en una hectárea, además de media hectárea con árboles frutales, reduciendo la huerta cada vez más. Abandonó la cría en gallinero y lo reconvirtió en un secadero de las nueces. Durante los primeros tres años de esta reconversión hizo ‘lombricompuesto’ con lombrices californianas, para abono, pero luego fue buscando hacer otras formas de biofertilizantes, que llevaran menos trabajo. De todos modos, aquello fue muy beneficioso para el suelo de sus nogales.
“En un tiempo planté Moha y Buffel Grass para cortarlo después de la cosecha y aprovecharlo como fertilizante. Ahora lo que estoy haciendo es cortar yo, con mi motoguadaña, el pasto alto que queda a los costados, lo dejo que se descomponga o que se seque y que funcione como cobertura -como ‘mulching’ o mantillo- en los suelos de los frutales”, detalla.
Luego de 15 años de intenso trabajo y compromiso, Gabriela ha dejado de coordinar el proyecto Jakairá, y ahora tendrá todo su tiempo para el emprendimiento turístico. Leonardo, en cambio, sigue participando en proyectos escénicos de Córdoba, con talleres y muestras en San Javier y Yacanto y ahora está ensayando un unipersonal. También corre deportivamente en travesías por los cerros, pero las que más disfruta, son las caminatas con su esposa, llegando a lugares de increíble belleza, con cascadas o ventanas en medio de la piedra.
Comercializan sus nueces a todo el país, de modo personalizado. Tienen 100 días al año para la explotación turística y fue acertado generar otros recursos productivos. Además del biofertilizante, hoy tienen un viverito de dalias.
Leonardo reconoce que ahora está en una etapa de simplificar su trabajo, porque ya no tiene la juventud y el brío de los comienzos. Sueña con volver a viajar como hacía cuando conoció a Gabriela y disfrutar de sus hijos y de su nieta. Con un gran esfuerzo de años, comienzan una nueva etapa, de gozar más del paraíso que se han creado en el encantador valle de Traslasierra y ahora tendrán más tiempo para conversar con quienes elijan pasar unos días en sus cabañas.
Leonardo y Gabriela nos dedican la canción “La reina del monte”, de Gustavo Vergara, interpretada por Gustavo Vergara Trío. Gustavo Vergara en voz y guitarra, Martina Vergara en voz y bombo, y Pedro Vergara en piano y voz.