Sonia García habla con la convicción de quien sabe lo que dice. La avala la experiencia de veinte años junto a su esposo Franco en una metalúrgica de Tres Lomas, provincia de Buenos Aires. Entre los dos levantaron una empresa dedicada a la construcción de estructuras sólidas, principalmente galpones para el campo que hoy se alzan en diversas localidades, con fuerte presencia en Trenque Lauquen.
Pero como esas pelis donde todo va tan lindo que uno empieza a sospechar, la vida de Sonia tomó un giro inesperado hace cuatro años con la repentina partida de Franco a causa de una mononucleosis. En un mes, Franco no estaba más y de pronto todo parecía al borde del abismo porque si bien ella había estado presente en el negocio, siempre había sido “en la parte de atrás” acompañando las decisiones de su esposo que era la cara protagonista del negocio.
Los primeros días fueron un vendaval de dolor, emociones y de no poder creer lo que había pasado. Y a los dos meses de enviudar, Sonia se encontró ante la encrucijada de decidir el futuro de la empresa que habían construido juntos. Algo tenía que hacer, aunque no sabía por dónde empezar. “El primer año fue para saldar deudas y pensar cómo íbamos a seguir”, resume.
En ese período de duelo y adaptación, la duda sobre su propia capacidad para liderar el negocio era una constante. La creencia social de que la metalúrgica era un ámbito predominantemente masculino resonaba en su interior y los hechos parecían confirmarla: los clientes venían y hablaban directamente con el encargado de la empresa (soslayando la presencia de Sonia) y los propios empleados no la tomaban como referencia. ¿Qué hacer? ¿Cómo salir del lugar de “detrás de cámara” para ser protagonista”? ¿No sería más fácil dejar todo y vivir tranquila?
“Un día me levanté y me dije que yo quería sacar adelante esta empresa, que no quería venderla ni alquilar el local, quería algo más para mí y para mis hijas”, recuerda Sonia con emoción. “Así fue que me puse a estudiar y a ordenar los conocimientos que ya tenía sobre la metalurgia pesada y, además, empecé a ofrecerle al cliente cosas nuevas y pequeñas, como hacer una soldadura para resolverle un problema o fabricar una parrilla. El objetivo era tener un movimiento diario, generar ingresos, que estuviera todo en movimiento y también porque yo sentía que me tenía que ganar la confianza de los clientes y de los propios empleados”.
De esta forma comenzó una nueva etapa, marcada por la acción y la búsqueda de soluciones, donde se involucró directamente en los trabajos. En ese proceso de reconstrucción Sonia, que dicho sea de paso es técnica en producción lechera y en inseminación, tomó una decisión: dejar de sentirse definida por la pérdida y reconocer su propia fortaleza. Aunque la opinión ajena siempre había sido un factor (quizás) limitante, la necesidad la impulsó a confiar en sí misma. Los primeros contactos con los clientes fueron arduos, pero ella persistió y, paradójicamente, fue un comentario que confirmaba sus peores sospechas sobre cómo la veían, lo que terminó dándole un nuevo impulso.
“Habíamos ido con un cliente a revisar las cabreadas de un galpón y luego de escucharme hablar me dijo: ´Yo pensé que vos no sabías nada de todo esto´. Esa frase se convirtió en un catalizador, me impulsó a confiar en toda la experiencia que yo había adquirido durante tantos años y, sobre todo, a creer en mí. Por suerte tuve el apoyo de una coach que me acompañó en todo este proceso que no solo tiene que ver con conocimientos técnicos sino principalmente con cómo me veía y me veo yo misma”.
Con este panorama, a pesar de las numerosas ofertas para vender el negocio, Sonia se mantuvo firme y comenzó a imprimir su propia visión en la metalúrgica. Introdujo detalles estéticos y funcionales que trajeron una nueva clientela, especialmente mujeres, gracias al boca a boca y a su capacidad de escucha que le permitió entender qué precisaban sus clientes. También se animó a innovaciones como el corte con láser que permite, entre otras cosas, hacer repuestos que no se consiguen, como partes de mixers o cosechadoras.
De esta manera, surgieron productos nuevos, como un exitoso fogón con forma de gota (que se vende muchísimo) y otros elementos de jardín que en la versión tradicional de la metalúrgica ni siquiera existían. Es más, históricamente la parte de adelante del negocio era el lugar donde estaban las motos de Franco… y ahora se ha transformado en un showroom que exhibe las creaciones de Sonia. Porque imaginación tiene de sobra.
-¿Ya pasó lo más difícil?
-Creo que sí. (se ríe aunque hay una sombra en esa sonrisa). Todo el mundo pensaba que yo no iba a poder y tuve múltiples ofertas para vender el negocio. Había mucha gente que lo quería comprar porque lo que se esperaba era eso, que yo vendiera todo.
-¿Tan así?
-Sí, pero eso me ayudo a creer en mí y en mi equipo de trabajo para poder llegar a donde estamos hoy.
-¿Y ahora?
-Este negocio es el reflejo de mi cabeza, en este lugar se exhiben los productos que salen de mi mente. A veces, cuando ya no queda nadie y me quedo sola vengo al showroom, miro todo lo que hay y me digo: “Esto lo hice yo”. Y me emociona muchísimo.