Por René Longoni, arquitecto
En noviembre de 2019 recorrimos con el amigo Molteni, los caminos del Bajo Valle del Río Negro, buscando las comisarías construidas por el ingeniero Adalberto Pagano durante su gestión como gobernador del Territorio entre 1932 y 1943. La hoja de ruta la construimos a partir de un artículo del entusiasta y generoso periodista rionegrino Carlos Espinosa. Su listado de estas “extrañas arquitecturas”, suerte de vigilantes mangrullos distribuidos en la estepa patagónica, suma en total unas 20 comisarías e hizo necesario abordar el relevamiento por etapas, definidas por cantidad y ubicación: una oriental, sobre el eje Viedma–San Antonio, y otra con prevalencia de localidades andinas, con El Bolsón como centro. Esta segunda etapa quedó en suspenso en razón de la pandemia.
Fue así que en este primer recorrido, ingresamos al paraje de San Javier, ubicado a unos pocos kilómetros de Viedma, sobre la ruta que corre paralela al río. San Javier es una localidad rural con construcciones dispersas, que puso en crisis nuestro mejor sentido de orientación.
Mientras nos acordábamos del famoso ‘turco en la neblina’ apareció un tractor, que se detuvo ante nuestras señales. El que lo manejaba era de esos tipos amables y conversadores, que cuando le explicamos qué buscábamos, sin tener mucha idea de quien fue Pagano ni su obra, nos lanzó un “Ah, ustedes andan buscando el patrimonio…”. Ahí nomás, con precisión de guía experto, nos orientó donde encontrar a la primera comisaría rionegrina, desarrollada en vertical. Y parándose sobre el asiento del tractor, mirando para atrás y señalando a una esquina nos dijo: “Allí hay otro patrimonio, el Gualeguay”.
Terminado nuestro trabajo con la comisaría, fuimos tras el “Gualeguay”, que imaginábamos una vieja pulpería, en fin un edificio con historia. El chasco fue constatar que en esa esquina no había nada, nada de nada, solo un yuyal y unos pocos árboles dispersos.
Seguimos viaje pero el asunto quedó picando. Habíamos atendido rigurosamente las señales dadas por el vecino tractorista y no hallamos, ni siquiera en ruinas, al viejo Gualeguay.
Entonces, a la primera oportunidad que tuvimos, le preguntamos a la Negra Palma por el “Gualeguay de San Javier”. Cecilia Negra Palma es docente e investigadora histórica, funcionaria del Archivo Histórico y además vecina de San Javier, que nos desayunó de inmediato: “¡El ‘gualeguay’ es un árbol! Es el que ustedes conocen como el aguaribay o el molle…”
El “schinus areira”, originario del Perú y muy difundido en Sudamérica, recibe en nuestro país varios nombres, según la región en que se desarrolla: pimientero, terebinto, además de los ya mencionados aguaribay, molle y gualeguay.
De follaje perenne, de alto y grueso fuste y aspecto parecido al sauce, los incas lo consideraban un árbol sagrado, una consideración que se ha extendido hasta nuestros días, ya que el gobierno peruano lo ha declarado “monumento natural” del país, justificado por las amplias prestaciones a la Vida que dan sus frutos, hojas y corteza.
Pero siguiendo con el relato de Palma, el valor patrimonial del Gualeguay para los vecinos de San Javier no está tanto relacionado con la utilidad medicinal, culinaria y otros usos prácticos como insecticida, aromáticos o de sellador de grietas y caries, sino más bien a su cualidades físicas.
“Los gualeguay son grandes y concurridos árboles, como lugar de reunión o punto de descanso en el camino. He escuchado historias ocurridas debajo del gualeguay… como “debajo del gualeguay nació mi mamá y todos mis tíos”…o “esperábamos que llegaran de los otros campos en el gualeguay de la entrada” o “se hablaba de bautismos bajo el gualeguay de los Linares” ….En algún momento, un vecino de San Javier quiso declarar patrimonio histórico el último gualeguay que quedaba en un viejo camino, pero no llegó a nada y al final, el viejo árbol se cayó”.
Sin embargo, descubrimos que el gualeguay como patrimonio tuvo su reconocimiento.
Cuando el Perito P. Moreno, allá por 1872 dio por concluidas sus tareas de investigador y diplomático en el lejano sur, regresando a Buenos Aires con su cargamento de fósiles, se llevó con él un retoño de gualeguay. Lo plantó al frente de la casa paterna de Parque Patricios, la que terminó siendo su Museo. No se trajo una araucaria ni una lenga, sólo un gualeguay. Bien podría interpretarse en el gesto del viejo sabio, un acto de reconocimiento.
Muchos años después y a instancias de la Asociación de Amigos de la Patagonia, el gualeguay del Perito Pascasio Moreno fue declarado “Árbol Histórico” por un decreto del Presidente Ramírez (dto nº 3369 del 23-7-43).