La hora es perfecta para las fotos y para disfrutar del viaje: el solcito de las seis de la tarde me da en la cara y todo se siente muy tranquilo, aunque haya que poner la doble para no quedar encajados. Vamos por la ruta provincial 11 desde Miramar a Mar del Sud a visitar una plantación de kiwi y en el camino pasamos por campos de lavanda, de maíz, de trébol blanco y hasta por el frente de la estancia La Eufemia, devenida en colegio con pensionado donde unos chicos juegan a la pelota como en una película de antes.
Estoy muy bien disfrutando del paisaje en silencio pero considero que es oportuno comenzar a conversar sobre el kiwi con mi compañero de viaje y productor, Esteban Bösenberg, ingeniero agrónomo con años de experiencia en fruticultura, primero en el Alto Valle y luego en Neuquén, y hoy dueño de un predio de 64 hectáreas con 17 dedicadas a kiwi y con ganas de llegar a 25 hctáreas más 8 de frutos secos y otras 8 para cereales y papa con riego por goteo.
Empezamos a charlar y a los pocos segundos Esteban me dice:
-Me preguntás eso porque no sabés de kiwi.
Y tiene razón. Ahora que me ha descubierto tengo vía libre para preguntar todo lo que quiera y hasta el fondo; me alegro: todo será más fácil a partir de ahora. La pregunta en cuestión es sobre el “ABC” para que producir kiwi sea un éxito. Una pregunta de rigor, para romper el hielo, pero que Esteban se encarga de dejar en claro que la respuesta no es tan simple.
“Cada producción tiene sus particularidades y es clave tenerlas en cuenta y no dar nada por sentado”, remarca. “Sin embargo en términos generales podemos decir que uno de sus enemigos es el viento, por eso en el sudeste bonaerense es importantísimo tener cortinas de álamos o de araucarias en las plantaciones; a la vez el kiwi es resistente a plagas pero no tolera ni el encharcamiento ni la falta de agua, necesita humedad ambiental, cierta nubosidad como el sol directo lo quema, y por eso es indispensable tener mallas con al menos 20% de sombreado”.
Llegamos al campo, nos bajamos de la camioneta y caminamos por las parcelas de kiwi que crecen en parrales y cuelgan sobre nuestras cabezas. Mi ojo (o cerebro) habituado a asociar la palabra “parra” a las uvas, al principio no comprende bien esta fruta amarronada y de gran porte que parece observarme, pero es cuestión de un segundo y en seguida todo se acomoda. Ha llovido muchos los días anteriores, así que aún hay olor a mojado y de algún modo –aunque no se ve ni se escucha- siento la presencia del mar como muy al fondo del campo.
La historia de Esteban con el kiwi comienza en 2010 cuando Daeki Lee, su cuñado que vive en Mar del Plata, le habla de esta fruta y en seguida le despierta interés: rápidamente se pone a investigar sobre el tema y al poco tiempo comienza a buscar posibles lugares para realizar plantaciones.
“Me interesa el kiwi porque es muy distinto a la pera y a la manzana, donde el margen que se maneja es mínimo y todo el planteo es muy sufrido porque hay desde problemas sanitarios hasta problemas para la venta”, cuenta. “Y lo que más me gusta de esto es que es algo nuevo, con un mercado para armar y consolidar, y que también representa para mí un proyecto de vida”.
Y así es porque Esteban y su familia dejaron la Patagonia para venir a Miramar. Al principio la idea era vivir en el campo pero la diaria y especialmente el camino aquí es difícil (“cosechamos con el pronóstico del tiempo en la mano”, ilustra) así que decidieron vivir en la ciudad y en Mar del Sud continuaron con la producción de este campo que originalmente también tenía kiwi pero junto a una producción de espárragos.
“Mi cuñado es un socio fundamental de la producción y del campo: yo soy agrónomo y me encargo de la producción y él es comerciante y realiza las compras, las ventas y lleva la administración económica”, explica.
Hoy Esteban está muy comprometido con la producción y con hacer crecer al sector. Es por eso que es socio de la cooperativa Ecco Argentina y de la Cámara de productores de Kiwis de Mar del Plata, la que 2022 logró obtener la Indicación Geográfica (IG) para el kiwi del sudeste bonaerense, un sello que certifica la calidad de un producto.
Como parte del recorrido en el campo pasamos por unas colmenas que Esteban me explica que utiliza para favorecer la polinización del kiwi, cuya producción necesita plantas machos y hembras (para que exista la polinización cruzada). En este punto dejamos de caminar y hacemos un alto porque creo que necesito toda mi atención en la explicación que viene:
“Con una aspiradora cosechamos el polen de la flor de la planta macho y lo conservamos en el freezer hasta que abre la flor de la planta hembra; es entonces cuando se las riega por aspersión con polen mezclado con agua”, explica. “A la vez, se colocan 16 cajas de abejas por hectárea en cercanía de los árboles macho para generar volumen de abejas que, al estar necesitadas de polen para alimentar a sus crías, van con el polen del macho a las plantas hembras”.
En cuanto a rindes, Esteban hace la diferenciación entre “la parte vieja” (que ya estaba en producción cuando él compró el campo) y “la parte nueva” que él inició, con 18 mil kilos por hectáreas y 30 mil respectivamente. A la vez, destaca que está realizando la transición para pasar a producir sin agroquímicos.
“Hoy puedo decir que vivo de la producción de kiwi y el objetivo de transicionar al modelo orgánico es que creo que en unos años me puede dar rédito y, además, veo que es muy posible porque el kiwi es una planta sana que requiere muy poco uso de fitosanitarios”.
Han pasado unas dos horas y hemos terminado la recorrida. Nos subimos a la camioneta, es el momento ideal para el mate así que propongo iniciarlo. No he podido probar ningún kiwi (estamos comenzando abril y la cosecha arranca en mayo) y lo lamento porque sería la forma perfecta de culminar esta excursión ¿kiwinera? Lo dulce, lo ácido, la carnosidad, el jugo de la fruta…
Bueno, otra vez será. Ahora nos toca recorrer los 30 kilómetros que nos separan de Miramar, ya sin sol, pero con todo el olor del atardecer.