El soguero Emiliano Reinares (44) nació en Murphy, a 18 kilómetros al noreste de Venado Tuerto, en la zona sur de la provincia de Santa Fe, sobre la Ruta 33, camino a Firmat. Cuenta que si bien él no tiene un padre campero ni vivió en un campo, al criarse en ese pueblo rural de 4500 habitantes, casi todos sus amigos pertenecían a familias rurales. Ellos le contagiaron una pasión por el campo que lo marcó para toda la vida, y sobre todo por los caballos y la cría de vacunos.
-¿Cómo empezó tu pasión por el campo?
-Hoy descubro en mí muchas influencias. Mi abuelo vino de España y puso un almacén de ramos generales “La Chispa”, en el pueblito del mismo nombre, a 16 kilómetros de Murphy. Fue muy concurrido porque por ahí pasaban las tropas de camino a los frigoríficos de Carcarañá. Hoy sólo quedan las ruinas. Me crié escuchando anécdotas de mi abuelo y su almacén. La familia de mi madre era bien campera y todos bien gauchos.
-¿Y cómo tomaste contacto con el campo?
-Resulta que tuve un amigo cuyos padres tenían tambo y me invitaba a montar y arrear las vacas overas. Cuando tenían excedentes de animales, hacían un remate al que llegaban paisanos de todos lados y me encantaba escuchar sus historias en la matera, o ver cómo arreglaban sus mancarrones. Yo me la pasaba en aquel campo porque los padres de mi amigo me querían como a un hijo. Pero en los últimos veinte años, lamentablemente fueron desapareciendo los tambos, avanzó la soja y ya no se ven más aquellos rodeos grandes de cría. Por ende, no se ven tantos arreos ni tantos paisanos. Y en el fondo uno teme que se pierdan hermosas tradiciones.
-Entonces después te dio por estudiar alguna carrera afín al campo.
-Cuando cumplí 18 años me fui a Casilda a estudiar Veterinaria, porque me apasionaban los animales. Pero al año, en 1998, decidí regresar a mi casa a ayudar a mi familia, porque a mi padre de golpe se le había desplomado su trabajo, ya que reparaba radios y televisores y fue cuando se abrió la importación. Trabajé durante un año en una semillera y pude volver a estudiar, pero cambié de carrera y me anoté en Administración Agraria, en Rosario. Recuerdo que cuando llegaba un fin de semana y no podía volver a mi pago, me volvía loco, porque el campo me tiraba muchísimo y lo extrañaba.
-¿Te recibiste y te volviste al campo?
-Me recibí, regresé a mi pago y en 2005 comencé a trabajar en un rodeo de cría de unas 1000 cabezas Aberdeen Angus, tanto negro como colorado. Atendía las pariciones de las vacas, que hacíamos estacionadas. Después pasó a tener Limousin y más tarde Limangus. Me daban tareas pecuarias y también agrícolas, así es que fue una gran experiencia para mí porque aprendí a manejar desde el tractor hasta la sembradora. Y después me animé a meter mano en los “fierros”. Éramos cuatro empleados y andábamos en todas las tareas. Es que el personal de campo tiene que saber hacer de todo.
-¿Cuánto duró?
-Me quedé diez años, pero yo le decía al dueño que no quería ser peón toda mi vida. Aunque gracias a él me pude armar de algunos animales y hoy me dedico a comprar y engordar algo de invernada en una chacra que alquilo cerca del pueblo, donde tengo mi caballo manso. Allí paso varias horas de mis días.
-¿En la misma época en que te recibiste de Administrador Agrario comenzaste a aprender el oficio y arte de soguero?
-En realidad, como me gusta tener caballos, siempre me gustó la soguería. Siempre tuve potros mansos, para trabajo, y la soga es una herramienta, uno comienza haciéndose las piezas para su propio caballo. Después viene la soguería fina para dominguear o desfilar. Resulta que hace unos 22 años conocí a Víctor Hugo Guevara, un paisano que hablaba poco y trabajaba los cueros de modo prolijo, pero algo rústico. Nos caímos bien porque a los dos nos gustaban los caballos. Como me vio que yo ponía interés en su asunto de trenzar los tientos me empezó a enseñar lo fundamental, a preparar el cuero, cómo lonjearlo o depilarlo.
-¿Qué es eso?
-Consiste en preparar una lonja de cuero de potro para de ahí sacar los tientos, “desvirarlos” y sacarles el filo de los bordes para que asiente mejor, de modo que después el trabajo quede más prolijo. Hugo me prestó el libro de Trenzas Gauchas, de Mario López Osornio, y me decía que no podía sacar la “Sortija doble”. Yo me puse a leer el libro y después de un año la pude hacer, y esa fue mi primera pieza. Hoy ya tengo un montón de libros sobre el tema y el arte de la soguería es mi oficio del que vivo. Recién cuando ya anduve bien con la soguería, decidí dejar de ser mensual de campo, porque quería ganar más. El hombre que fue mi patrón, fue mi amigo hasta que falleció.
-¿Y cómo te introdujiste en el ambiente de los sogueros finos?
-En 2013, unos familiares míos, los Manfroi, de Venado Tuerto, me llevaron a conocer el concurso de sogueros “El cuarto de las Sogas”, en La Rural de Palermo. Japanese Samurai Swords, Katana, Nihonto,iai swords, tsuba, armor, tousougu,antique swords,for sale. Después comencé a llevar trabajos, como invitado. Llevé un par de estribos arequeros y un rebenque tejido a lesna con tientos. La lesna es una herramienta, como un punzón, que el soguero usa para tejer u hojalar. Y esa vez me otorgaron el premio de “Mención al mejor estribo”. Me lo compró un hombre que me puso mal su dirección. Se lo envié en una caja, por correo, y me llegó de vuelta. Pero al abrirla, me habían robado los estribos y me habían puesto una botella. Así es que los tuve que hacer de nuevo. Me llevó meses y me atrasó otros trabajos. “Linda” manera de empezar… En 2017 que volví a sacar una “Mención al mejor retobo”, de una cola de vaca.
-¿Y la soguería se te volvió una pasión mayor que la de los caballos?
-Lo de la soguería es una vocación. Mi señora me ve que trabajo a cualquier hora, en mi taller. En este arte y oficio de soguero me he formado de modo bastante autodidacta. En esto siempre querés superarte y eso depende mucho de la imaginación. Cada uno va perfilando su propio estilo, su identidad. Yo trato de no hacer un trabajo igual a otro, sino que cada pieza sea única, original. Y no me gusta copiar, ni siquiera lo que yo hago. Me han llamado de talabarterías importantes para hacer trabajos en serie y los he rechazado. Claro que hay técnicas de las que no nos queda otra que copiarlas, pero después cada uno debe tener su estilo. En esto de la soguería fina, que es en lo que a mí más me gusta trabajar, nunca terminamos de aprender, y de los otros siempre aprendés algo.
-¿Cuál es tu trabajo preferido?
-A esta altura de mi vida he hecho de todo, pero lo que más hago, son juegos de soga, me gusta tejer cabos de cuchillos, el tejido a lesna me encanta. Trato de que cada pieza que haga no se parezca a ninguna de las que ya haya hecho. Y a veces miro una pieza y pienso que podría haberla hecho mejor, pero me doy cuenta de que es porque voy evolucionando.
-¿En qué eventos te gusta participar?
-Durante el año, los días 2 y 16 de cada mes se hacen remates de hacienda en Carmen de Areco. Y en abril y noviembre, se realizan dos ferias conocidas como “La Feria de Araneta”, que es el nombre de Don Lito, el dueño del campo. Allí concurren pilcheros, artesanos, se arman payadas y nos encontramos muchos sogueros. Allí a veces suelo “cambalachear” trabajos míos en cuero, por otras cosas. En uno de esos encuentros, por ejemplo, conocí al cantor y guitarrero “Pancho” Penacino, que me parece excepcional como cantor, autor y guitarrero, y un gran soguero. Nos hicimos amigos.
-Pero no vivís en el campo…
-Llevo 20 años en pareja con Noelia Malacalza, con quien tenemos dos hijos, Martina, de 19, y Juano, de 10. Mi suegro es encargado de una estancia. Si fuera por mí, viviría en el campo, pero Noelia prefiere vivir en el pueblo y ella trabaja de secretaria en un colegio. Mi casa paterna, donde nací, tiene el jardín al costado y da a la calle. Ahí me hice mi propia casa, donde vivo actualmente con mi familia y de paso estoy cerca de mi papá, que tiene 77 años y es un roble. Está jubilado, pero sigue reparando televisores y supo actualizarse, así es que ahora le traen los modernos “Led” y “Smart”. Me gusta mucho recibir amigos, compartir un asado o unas pizzas caseras al horno de barro. Y si alguno trae la guitarra, mejor.
-¿Cómo son tus días y tus sueños?
-Vivo de lo que me gusta y no sueño con tener mucha plata. Soy muy “familiero” y cultivo la amistad. No me molesta trabajar sábados o domingos con los tientos porque me gusta mucho este oficio. Trabajo en mi taller de soguería a la mañana, escuchando folclore, sobre todo, milongas sureras, pero es medio chico. Tengo el proyecto de agrandarlo, pero ahora estamos ayudando a nuestra hija, que estudia Relaciones Internacionales en Rosario. Y acá, como es zona agrícola “núcleo”, vivir no es barato. Por las tardes me voy a atender a los animales y a la noche retomo mis trabajos en cuero. La soguería fina es mi vocación y un arte que no tiene techo, uno no para de aprender y de superarse.
Emiliano Reinares nos dedicó la milonga “Un verso para el soguero”, de y por Gustavo Catrihual.