La familia de Roberto Perracino resume a la cadena lechera. Su padre era empleado de un tambo y su madre trabajaba en la cooperativa Sancor. De ese matrimonio salió este productor lácteo que hace malabares para sostener a sus dos tambos ubicados en Villa Trinidad, localidad situada en plena cuenca santafecina, pero muy cercana también a la frontera con Córdoba.
Sus padres armaron el primer tambo que Roberto heredó, sostuvo y luego amplió. Comprometido con la actividad e interesado tanto en su devenir como en el de sus colegas, Roberto decidió involucrarse en el gremialismo rural. Desde hace poco más de un año es el presidente de Meprolsafe, la Mesa de Productores de Leche de Santa Fe.
“En la década de 70 mi papá todavía era tambero y con mucho esfuerzo, y la ayuda de mi madre, llegaron a comprarse un pedazo de campo e iniciaron un tambito. Mi papá era hijo de un italiano que vino desde Europa y se fue a trabajar al campo. Es la misma historia de tantas otras familias del sector”, contó Perracino en conversación con Bichos de Campo.
Con respecto a cómo está armado su tambo, indicó: “Tenemos dos explotaciones. Una es más chica, de un promedio de 2.500 a 2.800 litros por día. Es de base pastoril y está en un campo de inferior calidad. Después tengo otro alquilado hace 34 años, que tiene mejor infraestructura. En ese contamos con camas de compost. Varios años atrás empezamos en el camino de la inseminación, teniendo hoy un rodeo de altísima genética”
El camino no fue fácil, pero el esfuerzo se refleja en el resultado: “Gracias a ponerle muchísimas pilas, ganas y dinero al campo en la reinversión, hemos podido sortear el difícil trance que tuvimos en los últimos años con la debacle económica del gobierno pasado, y todo el problema que generó la gran sequía, que por cuarto ciclo nos azotó también este año”.
Con Roberto Perracino también hablamos de los problemas que tiene el sector. La lechería es una actividad muy cíclica y en los últimos años del gobierno anterior los productores la pasaron muy mal. Con los cambios macroeconómicos que dispuso el presidente Milei, el 2024 resultó ser muy positivo.
Este año las cuentas siguen dando bien, al menos por ahora, pero se viene notando una desaceleración en la actualización mensual del precio. Sucede que las industrias tienen dificultades para exportar y para vender en un consumo interno afectado por tantos años de crisis.
En cada ciclo negativo son muchos los productores que quedan afuera del sistema. “Hoy tenemos un buen precio por la leche en gran medida debido a la escasez que se generó por la caída en el número de tambos. Teníamos más de 30.000 en los 80 y ahora quedan apenas 9.000. En los últimos años muchísimas vacas fueron a los frigoríficos, no se sumaron a los tambos más grandes, y eso generó menos leche y por eso tenemos este verano de precios”, explicó el tambero.
Esta situación no está siendo aprovechada por la cadena para mejorar la comercialización de la leche, lo que ayudaría a que los productores dejen de ser entregadores del producto.
“Las cartas están sobre la mesa. Todos sabemos dónde están los problemas. Hay menos tambos y menos vacas porque no tenemos reglas de juego. Argentina no tiene ninguna regulación. Se maneja precisamente por una total libertad de mercado que no puede ser confundida con anarquía”, señaló Perracino.
A continuación, agregó: “Una cosa es tener libertad para la comercialización, otra cosa es que sea un descontrol y no haya ninguna regla de juego que permita a los actores cubrirse, y seguir operando bajo un esquema comercial que dé sustento a la actividad”.
El presidente de Maprolsafe reconoció las ventajas que trajo al sector la política del nuevo gobierno. En el 2024, el freno a la inflación le dio tranquilidad a los productores, que pudieron comprar con mejores relaciones de precios los insumos, tener un precio de la leche bien alto medido en dólares y la siempre buscada -pero pocas veces alcanzada- rentabilidad.
Pero con eso no alcanza. Se requiere de cambios que le den previsibilidad a la actividad y que hagan de la lechería un negocio posible.
“Tiene que haber un árbitro porque si no pasa lo que nos pasa, y en silencio al productor le bajan el precio, pierde rentabilidad, se van los que ya estaban al límite, y la crisis los agarra con 60 o 65 años y dicen basta”, concluyó Perracino.