La producción de frutillas crece en la zona de Plottier, en Neuquén, dados los atributos de una región que combina condiciones óptimas de clima, suelo y agua. En ese sector, las frutillas ocupan más de 130 hectáreas y según datos del Registro Nacional Sanitario (Renspa) son 71 los productores que tienen cultivo en un promedio 2 hectáreas.
Llega a 2900 toneladas la producción de frutillas neuquinas por campaña y el oficio reúne a trabajadores bolivianos en su mayoría. La producción se inicia gracias a dos viveros existentes en la localidad, que no solo abastecen a la región sino al país.
Benita Rojas Apaza y Ana Janco, provienen de diferentes puntos de Bolivia. Ambas fueron atraídas por mejores posibilidades laborales, llegaron a la Patagonia y se enamoraron de las frutillas, cultivo que fueron complementando luego con otras producciones.
Benita Rojas Apaza cruzó la frontera en diciembre de 2006 para instalarse junto a su marido en la provincia de Neuquén. Provenientes de Potosí, él trabajaba en la producción de ladrillos para el sector de la construcción y ella comenzó ayudando hasta que se inicio en una chacra de Plottier, cosechando frutillas.
“Vine con la idea de trabajar, ganar un dinero y volver a Bolivia a estudiar”, cuenta Benita. Pero al regresar, ni su país natal ni ella eran los mismos, y sintió que ya no pertenecía al lugar.
“Siempre pensé en tener una carrera, pero no pude. Me volví en 2009 y ya quedé trabajando en la chacra. En 2014, puse mi chacra de frutillas con 10.000 plantines”, repasa y suma que al año siguiente volvió a plantar otros 10.000 plantines y siguió hasta estos días.
Con 10 hectáreas en producción distribuidas en tres chacras, ahora prioriza la producción de frutillas pero ha comenzado a incorporar frambuesas y moras. También variedad de verduras de la huerta e invernadero.

Todo se comercializa en el Mercado Concentrador de Neuquén. “Hay años que es buena la producción de frutillas y años que no. De una hectárea se suelen sacar 3000 cajas de frutillas, cada caja tiene 3 kilos”, detalla.
La mano de obra suele ser una limitante en la región, pero Benita asegura que en las dos últimas temporadas no ha tenido dificultad. “Tengo compañeras que me ayudan y no fallan en el trabajo, por eso me fue bien”, remarca; aunque revela que lo difícil está en la mano de obra para la cosecha de frambuesa, que no gusta generalmente por ser una tarea que requiere más delicadeza.
“Mi sueño es poder congelar fruta (frutilla, frambuesa y mora) y poder vender en mayores volúmenes”, afirma con ímpetu.
Si uno indaga acerca de qué es lo que le gusta de esa vida, ella sostiene con firmeza: “Qué es lo que no me gusta dirás, me encanta la vida en la chacra; yo nací y me crié en el campo. Trabajar, ver la producción y la venta es lindo”.
“Planto frutilla y estoy pendiente de si salió la hojita, el fruto y así. Lo mismo con la verdura, me encanta”, cuenta sonriente.
De su idiosincrasia sostiene que “uno nace en la chacra, crece ayudando a los padres, y te encuentras con esta vida, es muy lindo. Sobre todo si te acompaña la economía, más aún te lleva a seguir haciéndolo”.

Ana Janco vino de Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, con un sueño muy distinto a ser productora; quería ser peluquera. Primero llegó a Jujuy y se quedó cuatro años, pero una prima que había llegado antes a la Patagonia, la incentivó a ir.
“En Santa Cruz de la Sierra es todo calor, no hay invierno. Ella me contaba que acá hacía frío, que se congelaba afuera y que a veces nevaba y me dio mucha curiosidad”, relata. “Nunca había visto nada que congelara fuera de la heladera”, dice entre risas.
“Yo allá era del campo, me encanta el campo, estar en el medio de la naturaleza”.

Hace dieciséis años se asentó en la localidad neuquina de Plottier y dejó atrás su ocupación de peluquera -que pudo ejercer al llegar- pero encontró a otras personas que como ella habían llegado desde Bolivia y le comentaron que se ganaba bien en la cosecha de frutillas y los galpones que producían. “Me decidí y empecé a cosechar. Me encantó la frutilla y dejé lo mío”, cuenta.
Luego de trabajar para los viveros donde se producía el plantín, se contagió de otros trabajadores bolivianos que fueron abriéndose a hacer su propia experiencia. “Después vi que mis paisanos plantaban frutillas y tenían su chacra, alquilaban tierras y un día me puse a conversar con una amiga y nos dijimos ´¿y porque nosotras no? Arranquemos de a poquito a ver cómo nos va´ y así nos pusimos a buscar tierra para alquilar. Planté 18 bordos (líneas de frutilla), y vi que generaba ganancia, me podía mantener y mantener a mis hijos siendo mamá soltera”, asegura.
Está convencida de que “el campo te tiene que gustar realmente, porque si lo haces solo por generar ingresos puede ser que aguantes un tiempo pero más de eso no vas a poder. A uno le tiene que gustar y uno no se puede ir de algo que le gusta”.

Ana produce frutilla, frambuesa y está incorporando mora en 2 hectáreas. Explica que “la temporada tiene tres floraciones, entonces las tres tienen sus golpes con mucha producción y duran como dos semanas. En esas semanas llegamos a sacar por línea hasta 10 cajas de 3 kilos”.
Profundizando en la manera cómo fue insertando sus productos en el mercado, Ana repasa que al principio recorrió verdulerías de Neuquén y Cipolletti y se fue haciendo conocida.
Más tarde conoció a otros productores que ya vendían por mayor hacia San Martín de los Andes, Bariloche y Regina (Río Negro), entre otros destinos. Como Benita, Ana sigue de cerca sus parcelas y procura que su producción sea cuidada.
“Siempre he tenido ese miedo de no extenderme mucho porque la mano de obra es difícil. Esta temporada fue mejor, más gente se ofreció a trabajar. En temporadas anteriores no había mano de obra, era muy difícil conseguir y la frutilla es una cosa que hay que cosechar día por medio. Si uno no cosecha en el debido tiempo empieza a cambiar de color a madurarse y ya no es comerciable”, detalla.
Se apasiona tanto por la actividad, que en temporada sus días transcurren con muy pocas horas de sueño. “Ando a las corridas, hay clientes que te piden pasar a la madrugada, y entonces me levanto para alcanzarles las frutilla a donde me dicen. Es levantarme, buscar a la gente, y cosechar lo más rápido posible para poder entregar la producción”.
Entre las proyecciones de Ana, está certificar Buenas Prácticas Agrícolas (BPA), y continuar ligada al cultivo hasta sus últimos días. “Aquí me voy a difuntear digo yo, entre mis frutillas. Me encanta la frutilla, hay personas que no me creen pero por día me debo comer como dos kilos sola y quizás más porque yo estoy pesando y dele comer, estoy cosechando y dele comer y me la paso así”, cuenta risueña.

También apuesta a producir más variedades de frambuesa y al trabajo colectivo. Se mantiene en contacto con un grupo de 27 productores que se unen para comercializar. “El cliente es de mucho volumen, pide mucho, entonces hemos tenido que armar un grupo para poder abastecer”, explica. En esa dinámica intercambian conocimiento, herramientas, y también clientes.
“Mi enfoque es que a todos nos vaya bien. En este mundo todos buscamos lo mismo, estar bien, buscar la felicidad, llevarse bien con los demás”, remarca. Ana ha encontrado el paraíso, y valora en él cada recurso.
Asegura que “de donde vengo el agua nos falta mucho, allá en Santa Cruz de la Sierra. Acá tenemos el agua que viene de los canales y tenemos agua cuando queremos sacar del piso que es el pozo, está ahí nomás, no está muy adentro”.
“Donde usted pone una semillita te produce una maravilla, por cantidad, sea lo que sea: un tomate, un morrón, una lechuga. Tengo una huertita donde tengo de todo, y eso no tiene nada de fertilizantes, solo tiene el guano de la gallina. Entonces la verdad es que de este lugar no me voy, este lugar es un paraíso”, apunta.





