Entre los Valles de Famatina, al norte de la provincia de La Rioja, numerosos viñedos se despliegan. Se trata, en su mayoría, de explotaciones que abastecen de materia prima a la bodega y cooperativa vitivinícola La Riojana, que desde 1940 se desarrolla en la ciudad de Chilecito. Pero curiosamente su origen no es cuyano, sino que se remonta a la creación de La Caroyense en la provincia de Córdoba.
“La cooperativa nace gracias a la incursión de La Caroyense que se instala en nuestra zona a trabajar. Ellos empiezan diez años antes, en 1930, y trabajan en forma individual hasta un grave problema de clima en 1938. En 1940 se instalan con productores de La Rioja y se convierte el nombre a La Caroyense Cooperativa Vitivinícola de Córdoba y La Rioja Limitada. En 1989 se produce una escisión, la gente de Colonia Caroya regresa y los riojanos arman La Riojana, que es su continuidad”, contó a Bichos de Campo Oscar Flores, gerente general de esa cooperativa.
Con 337 productores asociados y alrededor de 30 millones de kilos de uva procesada por año, La Riojana ha logrado convertirse en una de las empresas privadas del rubro más importante de la provincia, abarcando aproximadamente el 50% de la uva allí producida. Aún así, ella integra la estadística del 5% de la uva que no es producida por Mendoza ni San Juan. De acuerdo al ranking de producción nacional, la provincia de La Rioja se ubica en el tercer puesto con el 2,5% de las vides industrializadas.
“Estamos en un 50% de vinos tintos y un 50% de vinos blancos. Nosotros en la zona hemos sido históricamente productores de torrontés riojano y la cooperativa tiene el orgullo de tener al único doctor en enología que ha estudiado a la levadura ecotípica de este torrontés, llamado Rodolfo Griguol. Eso ha hecho que se pueda desarrollar una calidad en nuestro producto que es considerada en el mundo, ya que exportamos bastante”, señaló Flores.
En efecto, el 20% de la producción de la cooperativa se destina al mercado externo, ya sea fraccionado o a granel, alcanzando los mercados de Suecia, Dinamarca, Noruega, Holanda, Bélgica, Reino Unido, Estados Unidos y Canadá, entre otros.
“Siempre hemos tratado de estar en los mercados más exigentes e importantes por una cuestión de precios. Tratamos de buscar los mejores mercados y eso nos ha permitido, a través de certificaciones de calidad, tener un buen valor, y nos ha ordenado y mejorado en cuanto a calidad”, explicó el gerente.
Actualmente La Riojana posee certificaciones como la orgánica y BRC, que da cuenta del cumplimiento de normas vinculadas a la seguridad, inocuidad y calidad alimentaria. En paralelo, para mantener a estos mercados conquistados, la bodega acompaña a sus productores en un proceso de reconversión varietal.
“La reconversión varietal lleva mucho tiempo, y el productor no solo tiene que producir sino que tiene que seguir vivo. Es por eso que trabajamos en un esquema donde hay un contacto permanente con ellos y se les va anticipando qué es lo que los mercados requieren, qué es lo que la cooperativa necesita producir, y sobre eso se hace un trabajo mancomunado. Hace 30 años atrás no teníamos varietales en la zona. Empezamos un proceso muy lento y hoy tenemos Malbec, Cabernet, Syrah y Bonarda. Es la única forma que podamos mantenernos en el mundo”, sostuvo Flores.
-Debe ser difícil competir siendo una cooperativa en un mundo de grandes bodegas, donde algunas son internacionales y van acumulando viñedo tras viñedo.
-Sí, es difícil. Te digo algunos datos que son concretos: La Riojana tiene 1.200 kilómetros hasta el puerto. Vos estás desarrollando una actividad donde no hay imprenta, donde no tenés etiqueta, caja, vidrio, donde no tenés insumos enológicos. Todo eso hace que tengamos que traer todos los insumos y el costo de flete que es muy alto. Son limitantes. Aún así, a través de la calidad y del producto que tenemos, hemos podido sobrevivir. Pero no es fácil.
Mirá la nota completa acá:
A continuación, Flores agregó: “Tampoco tenemos tren o gas natural. Todo lo que tenemos lo tenemos en condiciones que no son las mismas de nuestra competencia. Cuando vos te vas a una cooperativa en Chile, por ejemplo, no tienen costo de flete interno. Ellos tienen tratados de libre comercio que nosotros no tenemos. Por el contrario, tenemos que pagar un derecho de exportación para salir a exportar (este impuesto recién fue eliminado hace un mes en campaña por Sergio Massa)”.
-¿Qué le reclaman, en este sentido, a las autoridades como cooperativa?
-Una de las cosas que nosotros tenemos que tener en claro es que en esta industria necesitamos políticas de largo plazo. Cuando un productor decide plantar una viña, son cinco años: el primer año tenés que prender la llave de luz para extraer agua, porque utilizamos agua del subsuelo, y tenés un costo hasta el cuarto o quinto año cuando vas a estar en pleno nivel de producción. Entonces, mínimamente, tenés que pensar en que tenés que tener un financiamiento que aliente a la inversión porque, entre otras cosas, traemos al país los necesitados dólares. Pero para eso hay que darle las mejores condiciones de inversión, beneficios fiscales, tener una tasa de interés que sea acorde, que se pueda pagar y que tenga plazo.
-Siempre se habla que las economías regionales electrodependientes deberían tener un tratamiento especial.
-Deberíamos tener un tratamiento especial. Cuando hago este tipo de reclamos siempre me dicen “¿qué quieren que les hagamos, un monumento?”. Y algún día tendrían que venir a ver lo que significa producir en una zona semi desértica como es La Rioja. No sé si un monumento, pero los productores sí lo merecen.