El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) está atravesando un tiempo de vaguedades sobre su futuro. Su realidad y su destino despiertan diferentes opiniones. Pero algo es seguro: las visiones que surgen de los más encumbrados funcionarios del gobierno están muy lejos de las de sus protagonistas cotidianos.
Quizá no en Buenos Aires, pero sí en las provincias, en muchas ciudades y pueblos, el INTA es parte del panorama habitual del agro, y sus profesionales son integrantes reconocidos de cada comunidad. En Rafaela, en el corazón lechero de la provincia de Santa Fe, esto pasa con muchas personas, siendo una de ellas María Rosa Scala.
Rosarina, ingeniera agrónoma con una maestría en extensión rural, ella forma parte del INTA desde 1993 cuando ganó un concurso para integrar el programa Cambio Rural desde su lanzamiento, integrando un grupo de cien profesionales que se desempeñaron en todo el país.
Su trabajo siempre fue el de estar cerca de los productores. Fue agente de proyecto hasta 2005, cuando comenzó a coordinar el proyecto Regional Lechero, que incluía actividades de investigación, extensión y comunicación para llegar a toda la provincia, pasando luego a una influencia territorial, en el centro provincial, vinculando a diferentes cadenas productivas.
Uno de sus grandes logros fue el desarrollo del programa El Profesional Tambero. Recuerda que “hoy está reconocido dentro de los 100 logros de INTA, que salió en 2023, por ser una capacitación con una estrategia de proceso que dura tres meses, donde los tamberos hacen un curso direccionado a aprender y a profesionalizar sus prácticas”, también destinado a jóvenes vinculados al sector, para integrarlos a las empresas lecheras.
Con impacto en el 30% de los tambos nacionales, en 2005 “se desarrolló gracias a una inquietud surgida entre la Sociedad Rural de Rafaela y el INTA; y pudimos ponerlo en marcha con un manual que hoy lo tienen las facultades, los profesionales y lo utilizan también los operarios en el campo, para una secuencia de capacitación muy estricta, de 14 clases con prácticas y desarrollo de todos los temas técnicos”, describe.
Con esta formación se les enseñó a quienes ordeñan, cuidan a los animales, trabajan en cultivos y pasturas, incluso a tener una mayor conciencia sobre su economía, sobre el ahorro para el futuro y la inversión correcta, además de las cuestiones técnicas fundamentales para hacer bien cada trabajo.
La capacidad y mérito de María Rosa la hizo ganadora por unanimidad en 2019 del concurso por la Dirección Nacional Asistente de Transferencia y Extensión del INTA. Así fue la primera mujer que ocupó un cargo de tal relevancia en el organismo.
Trabajó ahí durante cuatro años y tuvo a cargo a más de 1.500 extensionistas en todo el país, distribuidos en unas 300 agencias de extensión y oficinas técnicas, habiendo estado personalmente en las 23 provincias argentinas. Cuenta: “Tuve la posibilidad de conocer las realidades de todas las cadenas productivas y del trabajo institucional que hace INTA Extensión y en articulación con investigación en todo el país”.
Ya iniciando los trámites para su jubilación, con todo un recorrido hecho dentro de la institución, Scala reconoce que, frente a la actualidad reinante, “todos los que trabajamos en INTA estamos muy preocupados, porque hay muchas versiones que corren frente a una situación peligrosa, donde se habla de cerrar agencias de extensión, de reducir la planta, tomando a los ´planta no permanente´ y a los becarios, que son justamente las personas que se están profesionalizando, que tienen maestrías y posgrados; y que están apostando al trabajo en el Estado”.
Vocación, servicio, compromiso, ética profesional y laboral es lo que incluye esta tarea. Es por eso que, esta profesional que además participa en el gremio Apinta dice: “Nos sentimos un poco dolidos por esta situación donde somos mirados de una manera diferente, pues la verdad es que trabajamos codo a codo con la gente”.
“La extensión, en particular, tiene esa capacidad no sólo de transmitir y divulgar la información que producen los investigadores, de armar actividades, sino también de saber leer ese territorio. Los problemas que tienen en la cotidianidad las productoras pequeños, medianos y grandes, que venimos acompañando desde hace más de 65 años”, defiende esa tarea.
Lo que expresa desde su experiencia es lo que comparte con sus colegas, no solo de la Estación Experimental Rafaela sino en todo el país. “Es raro sentirse ahora en esta incertidumbre, que sobre todo nos preocupa porque los jóvenes se sienten desalentados, porque justamente es una institución que siempre ha brindado la incorporación de los jóvenes en equipos de trabajo, de investigación, en el territorio, pensando en los objetivos, en los planes y en las metas que ellos tienen que cumplir”.
La indefinición sigue y solo los trascendidos no los hace aflojar. “Esperamos que rápidamente se solucione, que la sociedad nos acompañe. La sociedad es parte de la vida rural y la vida urbana, del campo a la mesa”, explica mientras recuerda las actividades de vinculación y formación que -por ejemplo- se hacen todos los años con niños y jóvenes de escuelas y universidades, en lo que este año será la Experiencia Educativa del INTA Rafaela. Esta apertura ala comunidad irá del 15 al 19 de septiembre.
María Rosa, como todos los empleados del INTA, no tienen datos certeros sobre qué quieren hacer las autoridades nacionales. “Información oficial es difícil de decir, porque es todo lo que sale por los medios, que nos vamos enterando”.
Lo más cercano a una voz concreta fue la presentación del Director Nacional de INTA, Ariel Pereda, frente al Senado de la Nación”, nos dice.
“Él plantea la situación claramente”, haciendo un llamado a que “cada uno de nosotros esté firme, trabajando, no bajando los brazos y dándole la batalla a esta situación de crisis compleja, donde se pueda comprender la importancia que tiene el INTA en el territorio”, aclaró enseguida.
Con 32 años en la institución, “puedo decirles que hemos tenido etapas de revisión. La autocrítica y la crítica es muy buena, porque uno se reacomoda a los nuevos paradigmas, a las necesidades de los contextos históricos. También vamos viviendo las distintas épocas que va transitando el INTA. Pero eso no quiere decir que tengamos que perder la autarquía, ni que tengamos que achicar la planta permanente de los jóvenes, que son los que nos continúan”, se rebela.
Los trabajadores del INTA se sienten solos, pero no quieren perder el espíritu de una institución fundamental para el desarrollo agropecuario del país. “Esperamos que pueda haber un resultado favorable y que no sea lo que se dice, del desguace del INTA, que realmente podamos reordenarnos de una manera que sea sabia, que sea inteligente, porque es una institución que ayuda mucho a la producción agropecuaria”, indicó.
Su preocupación incluye las tareas de investigación que se hacen junto con el Conicet, contando con recursos humanos que dedican su vida profesional, con doctorados y post doctorados, al desarrollo de investigaciones clave para el futuro no sólo del agro sino de la ciencia en general.
“Ellos están también preocupados y trabajan, aunque hoy se sienten también complicadas frente a esta situación de mucha incertidumbre. Sin embargo, todos allí estamos trabajando día a día, tratando de hacer lo mejor para que esto no suceda, sino que sucedan cosas buenas, aún con una modernización y un reordenamiento”.