Es neuquino, pero vive en Cipolletti y produce en Peñas Blancas (a unos 150 kilómetros de su casa), ambas localidades de Río Negro. Asegura que “no se puede producir carne si no producís pasto”.
Es ingeniero agrónomo y también hijo de un ingeniero agrónomo. Se mantiene produciendo, experimentando y compartiendo aprendizajes. Tiene su propio ritmo y visión. La tecnología y la innovación lo siguen de cerca pero no apura los procesos.
Con pareja y dos hijos lleva adelante los desafíos del campo.
Peñas Blancas es un paraje ubicado en la margen sur del Río Colorado, a unos 10 kilómetros de la ruta, 151, en la provincia de Río Negro. Abarca unas 5000 hectáreas bajo riego en dos secciones, una que está sobre la costa del río y otra más arriba, en una zona donde también se ubica una escuela, una comisaría y la Comisión de Fomento local. “En esa parte deben ser unas 3000, pero hay partes abandonadas, pero el proyecto original eran como 5000 hectáreas bajo riego”, comenta Juan Guiñazú, que administra allí un campo familiar.
La zona, caracterizada como agrícola ganadera, convive con la industria petrolera y la adquisición de parcelas de algunos, para reinvertir y poner en producción. En esas tierras reconvertidas “hay paisanos haciendo cebolla a una escala muy chica, y un poco de verdura. El pueblito no tiene mucho movimiento, pero es lindo, pintoresco”, asegura Juan.
De esa tranquilidad, sabe sacar tajada, porque el más cercano es su vecino y como buenos vecinos se miran lo hecho, y se comparten secretos y herramientas. “Cuando sos vecino intercambias maquinaria, te haces consultas y bueno, si encontrás gente abierta y predispuesta empezás a darte una mano y podés intercambiar”, señala.
Repasa que en el campo entró a trabajar con su suegro en el 2013. “El falleció en 2019 y estaba convencido de que había que hacer cría, recría e invernada-la terminación del ciclo- porque tenía la carnicería para vender. Me invitó a trabajar con él porque yo estaba en otra empresa, también del rubro ganadero, en un engorde que había por la zona y me sumé porque vi mucho potencial y mucho por hacer asique me entusiasmé”, agrega.
El campo, que tiene unas 1.230 hectáreas, cuenta con 600 sistematizadas bajo riego. “Es un campo dividido en dos, que se hizo en la década de 40, más o menos, y estamos trabajando en re-sistematizarlo muy de a poco”.
“La producción básica que tenemos es la cría. Están las vacas en un lado de la ruta, hacemos un destete anticipado, no precoz, y nos vamos a un lugar donde hacemos la recría a pasto, que va de 4 meses hasta el año, todo dependiendo de lo que necesitemos para entregar a la carnicería. Después un engorde chiquitito que está atrás del galpón y ahí hacemos la terminación”, detalla.
“Hace ya un año y medio que tengo un cliente que es de Catriel y estamos cargando todas las semanas un chasis de engorde de 16-17 animales que se faenan en la cooperativa frigorífica J.J. Gómez y él la va a buscar en su camión”, afirma.
Producir el ciclo completo tiene sus desafíos, todos los días. “Principalmente se busca mejorar los índices. O sea yo tengo mi propia visión con respecto a la producción animal: no hago inseminación, no le compro toro a las mejores cabañas. Para mí el desafío está en los índices, en aumentar la eficiencia de producción, en ser más eficientes”, dice el agrónomo.
¿A qué se refiere? “A mejorar todos los índices, empezando por los reproductivos, que en cría son los que de alguna manera te van a cambiar el número. No hay forma de hacer ganadería bajo riego, si no tenemos un ternero por vaca por año. Esa es la clave”, asegura Juan.
“En un campo de monte, no te diría 1 ternero pero casi 0.8 terneros tendríamos que estar. El índice productivo en Argentina está muy bajo. Los desafíos no son tener una vaca linda ni un toro bonito, ni salir en una exposición, ni nada por el estilo. Me parece que el ABC de la producción está en los índices: un ternero por vaca por año, intervalo entre parto 12 meses y no mucho más”, asume.
Y añade: “Después de ahí se puede empezar a implementar o innovar con nuevas tecnologías que están buenísimas. Pero si no tenemos una base firme, no se puede”, reafirma.
“Yo en lo primero que me enfoqué, lo primero que vi en el campo cuando entré, es que los índices eran muy bajos y en eso trabajé. Hemos tenido años malos porque el Río Colorado hace cuatro años atrás se secó mucho y no pudimos regar, pero veníamos con índices de 95% de preñez”, describe.
Agrega que “nos costó estabilizar el rodeo porque iba en crecimiento y llegamos a un 95/96%. Después bajamos un poco un año que fue muy malo y nos quedamos sin pasto. Pero actuamos como se debía. En este momento me acuerdo que me quedaron 150 vacas sin preñar y no dudé y las vendí; entonces al otro año ya con un poquito mejor de pasto y la condición corporal de la vaca mejor, llegamos de vuelta al 93% y este año 95%”, detalla.
En relación a la incorporación de genética, también se toma su tiempo y fundamenta que prefiere “mejores índices reproductivos que animales más eficientes”.
“Los animales existentes los voy a ir eligiendo yo en la medida que voy dejando los reproductores. Y en algún momento voy a incorporar genética, porque el salto lo tengo que dar, pero como es un rodeo de diez años recién para mí en selección es muy poco tiempo. No hemos visto lo mejor del rodeo”.
Juan va de a poco, pero a paso firme. “Estoy terminando de armar muchísimas cosas que van desde el funcionamiento de estructuras que son básicas para poder marcar bien la hacienda, hasta con la gente que trabaja y todo lo demás para poder hacer bien, un trabajo de inseminación”.
“Uno no tiene que menospreciar sus animales tampoco porque a veces nosotros incorporamos genética y hacemos selección y nos equivocamos también. O sea, primero hay que sentar una buena población base en la que vamos a trabajar, me parece y después incorporar genética. Son formas de ver la producción”, asegura.
Juan señaló que también aplica la ganadería regenerativa. “Hemos mejorado mucho el campo desde sus principios básicos. Cuando entré eran seis potreros nomás de 100 hectáreas cada uno. Ahora tenemos fijos casi 48 potreros con eléctrico, y entre callejones y parcelas. Todavía no he terminado porque me falta dar el salto, hacer parcelas diarias y asignación”.
“Estoy en contra del paquete tecnológico de la producción muy empaquetada de la semilla, del insecticida y del herbicida. No me gusta. O sea, voy variando mucho en eso. No me gustan las recetas y vamos tratando de primero diversificar el cultivo. No hago monocultivo; hay dos, tres o más variedades cuando siembro”, refiere metiéndose en el flanco agrícola.
Y explica: “Los verdeos de verano pueden ser los únicos que hago monocultivo, pero no lo hago ningún tratamiento insecticida y poco herbicida. Solo control por ahí de algunas gramíneas. Después todo lo otro va consociado: siempre una gramínea y una leguminosa. Y las pasturas para que queden ya varios años, tienen por lo menos tres leguminosas y una gramínea segura”.
Los suelos allá no son buenos, como en el valle. “Entonces yo hago una mezcla directamente de semilla y siembro todo igual. Generalmente donde es bueno sale alfalfa con festuca y donde está malo generalmente se da bien el Melilotus con Agropiro, lotus, tréboles”, indica.
No reconoce la espectacularidad en lo que hace, pero es otro productor que silbando bajito, asegura que se puede vivir del campo y disfrutarlo.