Claudio Molina es el director ejecutivo de la Asociación Argentina de Biocombustibles e Hidrógeno (AABH). Ante la entrevista que Bichos de Campo hizo a la investigadora Virginia Toledo Lopez, reclamó por su derecho a réplica. La becaria del Conicet, que investiga cambios, impactos y evolución de actividades agropecuarias en el territorio, había puesto en duda la sustentabilidad de los llamados biocombustibles, e incluso puso en duda que debamos usar el prefijo “bio” para denominarlos. Ella prefiere hablar de “agrocombustibles”.
En su réplica, Molina asegura que el dilema de “alimentos vs. energía”, y la teoría sobre el eventual Impacto Indirecto por el Cambio de Uso de Suelo que producirían los biocombustibles, son dos teorías que “no tienen evidencia científica contundente para que representen una especie de postulados básicos”. El especialista contrapone que si bien “los biocombustibles no son perfectos, representan la mejor opción en la transición energética”. Y aclara que “no hay actividad económica alguna que no tenga externalidades negativas”.
En referencia al uso del prefijo “bio”, el director de AABH explica que “es importante aclarar que el término biocombustibles no es incompatible con el hecho que los mismos sean biológicos, ya que derivan de la transformación de biomasa”.
Si bien el análisis y el debate tiene múltiples puntos de vista (social, comercial, científico, ambiental, ideológico, entre otros), según el acuerdo firmado por las naciones (en Estados Unidos en 2016) derivado de la COP21 de París (2015), los biocombustibles son productos aptos para la descarbonización de la matriz energética. Tanto es así, que Argentina incluyó el programa de biocombustibles como instrumento para concretar la reducción de emisiones comprometida hasta 2030.
“Si la inserción de los biocombustibles en la matriz energética no fuera positiva, con las presiones que ejercen distintos actores de peso en el mundo contra las regulaciones que promueven dichos fluidos biológicos, seguramente en Europa -como mínimo- se hubieran eliminado sus incentivos. Por otra parte, la inserción de biocombustibles de segunda, tercera y cuarta generación es muy lenta, ya que los desarrollos tecnológicos no tienen la velocidad esperada y dichos productos siguen siendo muy caros todavía”, afirma Molina.
Desde la Asociación resaltan que no se plantea a los biocombustibles en términos de mejor precio, porque si se los compara con el petróleo, el gas y el carbón, estos siguen siendo más baratos porque utilizan una materia prima que generó la fontosíntesis hace millones de años. Sin embargo, en ese valor no se justiprecian los daños que generan al ambiente y a la salud. Incluso, remarca el especialista, el nivel de tributación específica a los combustibles minerales no llegan a compensar las externalidades negativas que generan los mismos.
El desarrollo de la producción e incorporación de biocombustibles a nivel mundial y en lo que respecta a la Argentina fue paulatino. En este sentido, Molina cuenta que “con la política argentina de biocombustibles se construyó en poco más de diez años una capacidad de producción conjunta de más de 6 millones de metros cúbicos anuales -entre biodiesel y bioetanol-, equivalente a alrededor de una tercera parte de la capacidad de refinación de petróleo en Argentina”.
“La facturación entre lo que se consume localmente y lo que se exporta, sumado a sus subproductos, a precios actuales es de más de 2.700 millones de dólares, sin computar la facturación de azúcar, cuya actividad depende como nunca de la producción de bioetanol”, remarca el experto en biocombustibles.
Es una actividad que “genera más de 60.000 empleos directos e indirectos que dependen de la cadena de valor de los biocombustibles”, afirma Molina y agrega: “Es impensable por ejemplo, sustituir a corto y mediano plazo los empleos que genera en el NOA la cadena de valor de la azúcar y del bioetanol”.
Pero, claro, cada sector tiene su visión, sus informes y teorías, sus críticas y sobre todo, intereses. Es en este punto donde surgen las preguntas de un lado hacia el otro. Veamos ahora quién recoge el guante y se atreve a responder las inquietudes de Claudio Molina:
- ¿Se han estudiado similares cambios, impactos y fenómenos producidos por el uso de petróleo y sus derivados? ¿Es preferible mantener el viejo paradigma energético, con altísimas participaciones de petróleo y carbón en la matriz energética?
- ¿Existe un sistema productivo diferente, probado y más eficiente que el actual, que sea capaz de proveer de manera sustentable y en cantidad, calidad y precio, las materias primas agroganaderas y forestales para atender la creciente demanda vinculadas a alimentación de seres humanos, ganado, energías y usos diversos?
- ¿Se estudió la evolución del bienestar de la población radicada en territorios, antes y después del avance de la producción de soja? ¿Hay una propuesta alternativa viable en lo técnico, económico, social y ambiental, para efectuar un cambio estructural que mejore la vida de los habitantes? ¿Se tuvo en cuenta otros hechos históricos que produjeron enormes daños, como la clausura de ramales ferroviarios?
Por último, Molina considera necesario avanzar en el desarrollo de trabajos estructurados de rigor científico puestos a disposición de la ciudadanía, de manera tal que el debate de agrocombustibles o biocombustibles pueda mostrar impacto real.