“Todo el proyecto en que estamos enrolados es el fruto de un gran trabajo de INTA Laboulaye, que lleva años”, sostiene Cecilia Rivas, quien entre risas confiesa que jamás había tenido huerta y ni siquiera plantas en su casa, en esa misma ciudad en el sur cordobés, sobre la Ruta 7. Cuenta que todo nació con el Grupo de Abastecimiento Local (GAL), creado por el INTA, que nucleaba a 8 familias.
“Dos o tres hacían producción de huerta en el patio de sus casas, o como el caso de un policía jubilado, al que le prestaron un terrenito -detalla Cecilia-. Éste producía para autoconsumo y vendía algo. Una señora, hilaba lana, y un señor elaboraba panificados y dulces con chocolates. Porque la idea original fue de abastecernos mutuamente entre los del grupo, por ejemplo, los que producían frutas, proveían al que hacía mermeladas, y así sucesivamente”.
Relata Cecilia que con el tiempo varios integrantes del grupo se fueron desanimando y abandonaron sus producciones, apartándose del grupo. En el caso de los que hacían huerta, explica que no era fácil para la coyuntura de esos tiempos, ya que algunos vivían al día y no podían aguantar a una cosecha, entre otras razones de su deserción. De modo que en el año 2002 quedaron sólo dos: ella y Esteban López, que hasta hoy siguen asociados.
Esteban, recuerda que en 2017, gracias al INTA, consiguieron un subsidio del gobierno nacional y compraron tres invernaderos que colocaron en un terreno municipal. El mismo estaba en desuso y queda en el borde la ciudad, en la zona norte, sobre la calle Córdoba, entre Laprida y San Lorenzo. Allí montaron una huerta agroecológica. Resaltan que la tierra de la zona es muy buena, pero viven renegando con el agua, porque en la huerta no tienen agua de red, y el agua de pozo no es la más recomendable.
“Tenemos dos pozos de agua y un aljibe, que perteneció al viejo hospital, que funcionaba al lado -señala Rivas-. En la otra mitad de la manzana hay un asilo de ancianos municipal, de cuyos techos hoy juntamos el agua de lluvia para el aljibe. Cuando no nos alcanza éste, usamos el agua de pozo, pero la analizamos, debido al salitre que posee. Y a veces mezclamos ambas para ‘estirar’ la cantidad”.
López da precisiones de su impronta ecológica: “No usamos hormonas de crecimiento, ni herbicidas para las plagas, por ejemplo. En otoño e invierno producimos acelga, lechuga crespa, achicoria, rúcula, escarola, rabanitos, remolacha, repollo, apio, perejil, cebolla de verdeo y puerro. En primavera y verano, a todo lo anterior suman zapallito veronés, zapallo anco, criollo y berenjena, e irán agregando cada vez más hortalizas”, asegura.
Respecto de la comercialización, Cecilia dice que sus verduras, al ser agroecológicas, tienen una calidad superior a lo que la gente puede adquirir en una verdulería tradicional. Ni hablar del sabor y los aromas, acentúa, y porque se las pueden llevar recién cosechadas. Señala que hay clientes que no podían comer ciertas verduras porque les caían mal, pero que a las suyas las pueden comer sin problemas. Además, les favorece la moda por la comida saludable y cuenta que mucha gente de pueblos vecinos les viene a comprar, ya que otra virtud de los ‘frutos’ de su huerta es que no tienen desperdicio.
“Yo uso hasta la última hoja y, en la heladera, pueden conservarse intactas hasta 15 días”, enfatiza la productora. “Acá tomé conciencia de que no solemos saber lo que comemos”, advierte la cordobesa, con sus manos llenas de tierra, pero orgullosa de aportar su granito de arena al cuidado del medio ambiente. “Nos compra la gente de Laboulaye, pero también vienen a comprarnos mucha gente de Serrano, de San Joaquín y de parajes vecinos”, agrega.
“Vendemos por whatsapp, hicimos una lista de difusión -refuerza Esteban-, todos los productos bajo la marca ‘Che Pachamama’. Los lunes y los jueves vendemos lo que tenemos disponible. La gente nos va pidiendo lo que necesita y le vamos armando su bolsón personalizado. Los pueden venir a retirar los martes y los viernes, o venir a comprar directamente en esos dos días, porque les cosechamos en el momento. A los lunes, miércoles y sábados los dedicamos a producir. A veces hacemos excepciones con los clientes, pero tratamos de concentrar la venta. Y como ambos tenemos moto, también entregamos a domicilio. Tenemos un carrito que acoplamos y en el que llegamos a cargar 30 bolsones”, indica el productor laboulayense.
“Tenemos plantineros, sembradora, rotocultivador -completa Cecilia-. Tratamos de hacer el menor esfuerzo y usar poco la pala, el sapín o la asada. Lo que más usamos es el rastrillo. Se sufre al cosechar, ya tengo hernia de disco y Esteban tiene problemas de cintura. Yo tengo las manos rotas y cuando tengo una fiesta me pongo uñas postizas”.
Cuentan, además, que en septiembre de 2024 constituyeron una cooperativa de trabajo, a la que llamaron “Unión del Sur” (cordobés). La integran también, Marcelo Vallejo y su esposa, Eva, quienes en un terreno aledaño de 8 por 30 metros plantaron árboles frutales, también de modo agroecológico, y como recién están comenzando a dar frutos, no venden en fresco, sino que elaboran “deliciosas mermeladas con recetas de Eva” -según Cecilia-. Hacen de higos, frutillas, naranjas, ciruelas, peras, damascos, duraznos y de limón, detalla. Además, se unieron dos productores de General Levalle. “Llegamos a ser diez, pero hoy somos apenas cinco”, aclara.
Reflexiona, Cecilia: “Hacer agroecología no es fácil, insume un gran esfuerzo. Tuvimos 20 días de mucha humedad, la rúcula se nos llenó de hongos y la tuvimos que tirar. Otra vez nos agarró un hongo común que nos arruinó, y otra vez, fue un pulgón que nos atacó a las lechugas y tuvimos mucho desperdicio”.
Rivas, completa la información técnica, contando sobre los productos naturales que utilizan: “Podemos prevenir con purín de ortigas, con alcohol de ajo, jabón potásico, con una infusión de cola de caballo o con cenizas de madera que juntamos luego de los asados. Usamos guano de gallinas, que es muy beneficioso, y compramos microorganismos para ayudar al crecimiento de las plantas, el cual además sirve para prevenir de las plagas. Recolectamos las hojas de los árboles de la ciudad, para abonar, y hacemos algo de ‘lombricompuesto’ o lo compramos líquido y sólido, a Rodrigo García, de la cooperativa. Además, Esteban tiene un vecino que vende leña y le da gratis el desperdicio, que aprovechamos para compostar”, informa.
“En el verano habíamos sembrado berenjenas y esperábamos cosechar unos 200 kilos, pero sufrimos tan altas temperaturas que sólo obtuvimos 10 kilos -se lamenta, López-. Felizmente tenemos mucha demanda, pero con 3 invernaderos no logramos alcanzar una rentabilidad como para vivir dos familias. Yo hago trabajos de albañilería y el marido de Cecilia es carnicero. Yo tengo esposa y dos hijos, y mi socia tiene dos, con la buena suerte de que el mayor, la ayuda. Por eso ahora estamos montando tres invernaderos más. Ya pusimos los caños, los alambres y nos falta colocar la cobertura plástica”, indica Esteban, lleno de sueños a futuro, como Cecilia, quienes no ahorran en salud, pero nada los detiene y van por más.
Cecilia Rivas y Esteban López eligieron dedicarnos la canción del cantante español Pablo Alborán: “Castillos de arena”.