El multifacético curuzucuateño Carlos Lorenzola lleva desde joven una vida entre la creación artística y el desarrollo de productos, como los cosméticos a partir de la apitoxina de las abejas como apicultor.
A sus 52 años, Carlos sigue alternando su vida entre el arte, la ciencia y la tecnología en su pago natal, del que nunca se fue, Curuzú Cuatiá, al sureste de la provincia de Corrientes, una zona eminentemente ganadera, según dice. Es que desde muy joven, la música le llenó el alma y con los años comenzaron a brotarle versos y composiciones, que fue expresando en canciones con la temática de su tierra y de su gente, como también en poemas, una novela y un ensayo.
Así vinieron los cuatro discos y los cinco libros que Carlos tiene editados. Luego realizó documentales insoslayables para quien pretende conocer y profundizar nuestra cultura vernácula, sobre todo la suya en particular, del litoral argentino, cuna del chamamé.
Pero como su alma se parece a un volcán de inquietudes que lo impulsan a expresar con una creatividad permanente todo un cúmulo de saberes que pretenden mejorar y embellecer el mundo -según relata él mismo-, un día también comenzó a plasmar su talento artístico en la plástica, arte que concreta en un entramado de alambres con una belleza singular.
Pero no sólo desarrolló su creatividad artística sino que, a partir de su oficio de apicultor, comenzó a desarrollar su creatividad como desarrollador de productos para distintas áreas del mercado, como cosméticos, con los que empezó a partir de la extracción de la apitoxina de las abejas, iniciándose con la extracción de miel y todos los derivados de ésta.
Sabores y Saberes: El mejor secreto para la belleza y la salud… en el veneno de las abejas
Hoy desarrolla, además, productos para la industria alimenticia, para el cuidado de la higiene y de la salud personal, y ha creado hasta un juego didáctico sobre el desarrollo personal, para todas las edades, en su afán por mejorar el mundo que habita.
Se puede decir que Lorenzola fue pionero, a partir de que en 2013 fue el gestor de que la extracción de apitoxina, el veneno de las abejas, fuera incluida en las normas IRAM para las buenas prácticas, con tantos beneficios para la salud y el tratamiento del dolor. Pocos años después, se aprobó. “A partir de 2020 tercericé mi desarrollo apícola, y sobre todo, las producción y comercialización de mis productos cosméticos. Vendí mi marca con algunas colmenas y me quedé con unas pocas que maneja un colega apicultor”, explica Carlos.
El hombre de Curuzú Cuatiá escribió un breve poema acerca de la apitoxina, que integrará su próximo libro: “Transformar el veneno en miel / como un antiguo alquimista, / como el pincel de un artista / haciendo brillar la hiel, / quitando la antigua piel / de una sombra ya vencida, / que mientras cierra su herida / abre surco a otra existencia / sin apego ni apariencia / germinando nueva vida”.
“Desde mi adolescencia escribí poesía sobre la vida cotidiana, los personajes que fui cruzándome en la vida o las circunstancias que fui encontrando en mi camino -continúa relatando, el creativo correntino-. En 2010 empecé a percibir una voz interior que me incitaba a incursionar en algún arte plástica. Pues, unos cinco años después, lo concreté en el arte de trabajar diversos tipos de alambres para crear figuras, como una mujer o un caballo, en los que siempre se nota su conexión con la naturaleza en plena libertad, que podríamos llamar ‘salvaje’”, aclara, Carlos.
“Comencé con alambre de cobre, luego con el de bronce y probé con el galvanizado, pero preferí el negro o no galvanizado, siempre de distintos grosores -aclara, el hombre de Curuzú Cuatiá, localidad que en guaraní significa ‘cruz de papel o grabada’ -. No suelo usar de acero inoxidable, porque en nuestro país está carísimo, salvo que me lo pida alguien en particular. He hecho, por ejemplo, una obra que es mitad mujer y mitad árbol. Realizo caballos sin riendas ni monturas, en libertad total, e hice uno con una mujer como jinete, pero con sus manos sueltas. Suelo hacer exposiciones donde me llamen, y hace poco, en una que hice en Olivos, provincia de Buenos Aires, una mujer vio esa obra y se emocionó hasta las lágrimas. Y por las redes sociales me llegan comentarios muy emotivos”, comenta.
Carlos escribe poesía desde su adolescencia. Ha publicado “Reconciliación, versos en coherencia con la vida”, “Diálogos con el viento” y “Décimas” con prólogo del reconocido payador David Tokar. Ha escrito una novela: “Alguien nos mira, una historia sin margen para el error”, donde refiere a ciertos hilos invisibles que manejan los destinos de la humanidad. En 2017 le dio por escribir, a modo de catarsis: “Contaminados”, sobre las diversas maneras como algunos nos contaminan la vida, “en referencia a los agrotóxicos y conservantes”, dice. Este libro recibió una mención especial en el certamen de ensayos de la Feria del Libro de La Habana, Cuba.
Recuerda, Carlos, que fue en su adolescencia cuando comenzó a hacer música con la guitarra, pero luego la dejó por años, cuando empezó a trabajar en comercios y luego se abocó a las tareas del campo, como apicultor. Estudió filosofía en la Universidad del Litoral, pero no obtuvo el título. Recién a sus 40 años de edad retomó la guitarra y fue cuando empezó a escribir y a componer canciones, sobre todo del género folklórico, argentino y latinoamericano, en chamamés, zambas, chacareras, huaynos, candombes y hasta joropos. Ha editado 4 discos, todos con letras y músicas propias: Desde el sol (2020), Sur (2021), Sangre eterna (2022) y Siguiendo tu luz (2024).
Ha realizado dos videos documentales: “De Pandorga y miel”, que tuvo una gran trascendencia, sobre la canción homónima de la cual Antonio Tarragó Ros es autor de la letra, y Mateo Villalba fue el compositor de la música junto a Roberto Romero. Además, “El hogar”, un documental sobre el hogar de ancianos de su ciudad. También realizó un ciclo de entrevistas filmadas, que tituló “El sendero del chamamé”, en el cual realizó un recorrido histórico del género. Y finalmente un trabajo fílmico, “Amor sin fin”, sobre la historia de la mítica banda musical “Los estudiantes”.
Finalmente, reflexiona el autodidacta correntino: “Miro mis fotos de cuando era más joven y descubro que estaba hecho ‘pelota’. En cambio, en las fotos actuales me veo muy bien. Es que hay una sabia frase que dice: ‘Para ser joven hay que vivir muchos años’, y es verdad, porque si uno está bien del alma, se va volviendo más sabio con los años, eso le mejora la cara, la salud y todo el cuerpo”.
Y dice, además: “Mi objetivo es llegar con mis obras, tanto con mi arte como con los productos que desarrollo, a la mayor cantidad de gente posible, incluso de otros países. Al mismo tiempo, siempre me mantengo en la búsqueda de mi evolución personal. Practico ejercicios de respiración, y actualmente no hay día que deje de dedicar gran parte de mi tiempo al arte. Antes me presentaba acompañado de otros músicos, pero hace dos años que me presento como solista adonde me convocan.
Carlos Lorenzola eligió dedicarnos su chamamé “Mirando el cielo”, de su disco “Sangre eterna”.