Hay muchas historias de mujeres vinculadas a la vida rural, que tuvieron que “hacerse camino al andar” a través de los cambios económicos, ambientales y sociales, en medio de luchas personales y colectivas por demostrar que se pueden alcanzar nuevas metas. Andrea Passerini tiene de todo un poco. A esta tambera y gremialista, que, desde 2015 coordina la comisión de Lechería de Carbap (Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa), la conocen mucho en el ámbito agropecuario, pero no todos saben sobre su historia y su vida diaria.
En el arranque de la entrevista con Bichos de Campo, Andrea se confiesa: “No estudié nada que tuviera que ver con el campo, más allá que de chica quería ser veterinaria porque vivía rodeada de animales en el campo. Es que siempre me llevé mejor con los animales que con las personas”, dice entre risas.
Su desparpajo a la hora de hablar hace pensar que Andrea no es una caja de secretos guardados, sino más bien revelados, porque no se ahorra ningún pensamiento y saca todo para afuera. “Yo no me acerqué al campo. Él se acercó a mí”, dice.
Andrea es licenciada en ciencias políticas y relaciones internacionales. Aunque confiesa: “Quería estudiar Letras, porque escribo desde muy chica. Pero me convencieron de que estudiar Letras no me serviría porque tenía que ganarme la vida de alguna manera. En ese discurso de ´tenés que estudiar algo para ganarte la vida´, estaba implícito que yo no me la ganaría en el campo; pero en realidad, yo sí me la gano en el campo, y aclaro que es mucho más que ganar materialmente para vivir, porque la vida dedicada al campo es una vida ganada”.
–Entonces ¿Cómo es que llegaste al campo?
-Mi abuelo paterno había comprado un pedacito del campo allá por la década del ´50 en el sur del partido bonaerense de Carlos Casares, y desde que nací me llevaron al campo; navidades, cumpleaños, la diaria. Por eso digo que el campo forma parte de mi vida desde el minuto 0.
-¿Y vivís en el campo?
-Cuando me preguntan dónde vivo, yo digo que me faltaría la casa rodante. Mi hijo Martín de 18 años vive y estudia en Capital Federal, por ende, mi casa oficial es ahí, pero mi domicilio legal, fiscal y espiritual es Carlos Casares, donde está el campo familiar.
-Wow, rutina complicada entonces ¿Verdad?
-Uno de los problemas que tengo en mi diaria es que mi vida es una anti rutina. Yo vivo, mitad en Carlos Casares y mitad en Capital Federal. Viajo mucho, tanto que mi camioneta se vuelve mi otra casa. Mi rutina es viajar semana de por medio. De hecho, me gusta viajar de noche, porque la ruta de noche, según mi experiencia y a pesar de lo que muchos piensan, es más segura y es un momento para estar conmigo, y para ir tranquila, sabiendo que el día laboral llegó a su fin.
-¿Y cómo organizás una rutina en el tambo entonces?
-La primera semana de cada mes hacemos un balance del mes anterior, sobre todo en temas productivos como guacheras, partos, mortandades y enfermedades. Durante todo el verano, por ejemplo, planificamos las siembras y presupuestamos la alimentación del rodeo para todo el año. Creo que el verano es una etapa crucial para el tambo, porque es ahí cuando definís tus reservas, el tamaño de tu rodeo. Muchas cosas. Por eso mis veranos suelen ser el campo.
-Hablás en plural. ¿El tambo lo trabaja toda la familia?
– Es un tema complicado. Y ahí nos meteremos en mandatos familiares que tuve que derribar. Cuando hablo del tambo, hablo de la unidad de agronegocio familiar e incluyo a mi padre y a mi hermano, pero en la práctica y día a día del negocio estoy yo más presente. Y hablo de tambo y ganadería, ya que también hacemos ciclo completo de machos Holando.
-¿O sea que la que manda en el tambo sos vos?
-Hablar de eso implica hablar de mi padre. Él siempre fue ganadero, no tambero. En su momento, cuando dividió el campo con mi tía, había dos tambos, pero los mismos fueron concebidos como una caja de ingresos mensual para bancar otras actividades más estacionales y cíclicas como la ganadería y la agricultura. Entonces, cuando se dividió el campo, a mi papá le tocó un tambo, y recuerdo que revoleó las llaves del mismo, se buscó un socio y no se dedicó nunca más a ese tambo. En ese momento yo estaba estudiando aún, y recuerdo que me empecé a ocupar del campo en la década del ´90, pero no así del tambo, ya que estaba siendo administrado por ese socio de mi padre.
Pero mandada como soy, empecé a meter la nariz y quise hacerme cargo del tambo, con bastante resistencia, casualmente, por parte de mi padre. Por eso debo decir que generacionalmente tuve el escollo de mi padre, ya que él esperaba que fuera mi hermano varón el que se ocupara, y resultó que mi hermano mayor no distinguía un caballo de una vaca. Por eso la hija mujer tomó el control, atípico para esa época.
-De modo que antes de poder encargarte del campo y del tambo, ¿Debiste vencer mandatos machistas?
-Esa fue una pelea que tuve sólo con mi padre, porque él era muy exigente y muy machista. Eso me marcó mucho. Hoy está orgulloso de mi, pero al principio, el camino con fue duro. Paradójicamente, luego de esto, nunca más tuve drama en trabajar con hombres, ni en lo gremial, ni en la tarea del día a día en el campo. Siempre se me respetó y lo que me ayudó fue mantener la humildad y las ganas de aprender. Eso también me pasó en la parte gremial agropecuaria.
-¿Cómo conjugás tu labor en el tambo con tu actividad gremial?
-Yo entré en el mundo gremial, porque siempre tuve la sensación de que hacer bien lo individual y ser buena ciudadana no era suficiente. Siempre tuve la necesidad de participar en la construcción de un colectivo, y así fue que encontré a Carbap. Empecé en el 2003 en la sociedad Rural de Carlos Casares, y después lo conocí a mi fallecido amigo Juanito Linari, que fue coordinar de la comisión de Lecheria de Carbap antes que yo. Luego tomé yo su lugar, a mediados de 2015. Él me enseñó mucho y tuve el honor de sucederlo que siempre fue un gigante como profesional y como persona. Hoy por hoy sigo en Carbap, y también me afiancé en la comisión de Lechería de CRA (Confederaciones Rurales Argentinas), aprendiendo de gente que sabe mucho más que yo de esto. Y también en un momento participé de las reuniiones de la junta de representantes de Caprolecoba (Cámara de Productores de Leche Cuenca Oeste), porque yo soy tambera de esa zona.
De modo que la crisis de la lecheria data del 2015, así que podría decirse que no tuve respiro. Siempre un año peor que el siguiente. Por ejemplo, tras la inundación de 2012 en el oeste bonaerense, donde fue muy problemática, podría decir que estuve a poco de colgar la toalla porque la inundación puso a prueba el tambo. Pero seguí, apoyada por Juanito Linari. Y mi participación fue mucho más intensa a partir de ese año.
-Y hoy ¿Trabajás sólo con hombres o también con mujeres?
-Hoy día, todas las personas con que trabajo son hombres. La única mujer del equipo es la hermosa de mi encargada. Por ende, estoy rodeada de hombres, y se me da muy bien liderar, porque lo hago desde un lugar sin ego; pregunto, escucho y aprendo. No temo mostrarme dubitativa y pedir ayuda cuando debo hacerlo, porque creo que es la manera más auténtica de vivir y liderar. Es que, si no estás abierta a hacer autocríticas y a aprender todo el tiempo ¿Para qué vivir?
-Entonces, ¿Considerarías que el campo argentino es plural y equilibrado con hombres y mujeres?
-Claramente no hay equilibrio entre hombres y mujeres, y tampoco sé si deba haberlo. A ver. ¿Qué cupo vamos a poner para que la mitad de los que ordeñan en un tambo sean mujeres? El equilibrio a veces no es la igualdad. A mí me resulta muy difícil ayudar a parir una vaca, porque hay cierta fuerza que yo no puedo hacer. Estoy orgullosa de tener mi propia fuerza femenina y puedo estar desde otro lugar. No siempre en las guerras, los que han sido visibles y obtuvieron las cucardas, fueron los que definieron las batallas. Muchas veces quienes definen las batallas no son muy visibles, y a veces está bien que sea así.
Hay cosas que hice en mi vida, que sólo las sé yo. Las que quise hacer visibles, las hice visibles. Las otras no porque son solamente mías. Es decir, no necesariamente para ser poderosa, debés hacerte visible.
Culturalmente, el campo siempre fue un universo de hombres. Y no creo que sea muy diferente el machismo del sector agroindustrial con el de otros sectores. Por eso yo comulgo mucho con la meritocracia por esfuerzo, por capacidad, por convicción y por ganas.
Y si bien estoy de acuerdo con que en algunos ámbitos es necesario emparejar la ecuación hombres- mujeres, y que ni yo puedo decir que me fue fácil ganarme un lugar en el campo, pienso que, a la vez, el hecho de que haya sido difícil, me da un valor agregado infernal. Si a mí me hubieran dado este tambo servido en bandeja, ¿Quién sería hoy yo? Lo difícil agrega valor, desafíos, y a medida que te acercás a la meta en la cuesta empinada decís ´wow, cuánto aprendizaje por lo aprendido y luchado´.
En estos establecimientos, las tamberas son muy importantes. Hoy, gracias a las redes, conocí a Lidia Sánchez, una tambera divina y apasionada de un tambo chiquito en Esperanza, Santa Fe, que muestra su trabajo diariamente, y yo creo que eso visibiliza mucho.
-¿Podrías decir que sos una mujer “de riendas tomar”?
-Sí, me considero una mujer de riendas tomar, porque me he tenido que abrir paso y hacer, en mi caso, el triple de esfuerzo para demostrar que yo podía estar a la altura de las circunstancias. Y de eso precisamente habla uno de los poemas que escribí hace poco. “La mujer que habito”, se llama, porque cuando estás todo el tiempo abriéndote paso, se forman cayos y corazas; y entonces tenés que hacerte fuerte de todos lados porque te sentís vulnerables.
-Ah! ¿También sos poetisa?
–Si. Poetisa de alma me defino. Digamos que despunto el vicio escribiendo. Ya publiqué un libro en 1996, llamado “Búsqueda Sonora”, y estoy preparando un nuevo libro de poemas. Me da felicidad escribir.
-¿Cómo llevás la cuarentena en tiempos de Coronavirus en tu tambo?
-Es complicado. Mi único ingreso hoy viene del tambo. Entonces estoy armando un protocolo de emergencia que combine el preservar a rajatabla la salud de mi gente y al mismo tiempo garantizar la continuidad del ordeñe. Estoy capacitando a dos personas que van a entrar a ordeñar. Mi idea es armar dos grupos de ordeñe, y cada uno de ellos ordeñará durante 8 días, cosa de minimizar riesgos de aparición de casos. Por más que cuidemos la proxemia, de tenerlos trabajando a mas de 2 metros cada uno, si apareciera un sospechoso, tendría que ir a cuarentena preventiva todo el grupo de ordeñe, lo que haría que tenga que bajar la persiana. Por eso haré grupos rotativos. Por 8 días ordeñara un grupo, y 8 días el otro. Y los 8 días que no ordeñen, harán otras tareas.
Pero esto es aparte de todas las cuestiones de prevención que estoy llevando a cabo. Es un laburo de docente y vigilante a la vez, porque creo que a la gente todavía no le cae la ficha de lo que está pasando. La realidad es que el ordeñe no se puede parar. Todo el tiempo trabajamos con una maquina biológica, y si nos atrasamos para ordeñarla, la ubre se enferma. Por eso hay que ordeñar cada 12 horas. Por eso hay que prevenir pero seguir haciendo.
-¿Qué es para vos el campo argentino? ¿Cómo lo definirías?
-Para mí el campo argentino es más una pasión que un negocio, y ahí tenemos un problema, porque la pasión sin negocio termina siendo frustrante e insalubre. El campo argentino, frente a la urbe, todavía está desintegrado, y hay un tema cultural complicado. Siempre estamos con conflictos. El campo argentino encarna mucho dolor todavía, y, además, es doloroso para toda la sociedad, porque cuando no se entiende algo, termina doliendo.
-¿Qué cambiarías del campo argentino?
-En Argentina tenemos tremendos problemas para construir colectivos e institucionalidad. Ahí pienso en las gremiales agropecuarias y en su vulnerabilidad, entre otras cosas, por falta de financiamiento. Es ahí cuando miro a Brasil, que gracias a una legislación pudo definir un aporte de los productores a la federación que aglutina a todas las entidades agropecuarias. Así es como ellos construyeron institucionalidad, ya que no sólo se contruye con valores, normas y ética, sino también con dinero. Nosotros solemos quejarnos de que las cadenas o entidades vinculadas al agro en otros países tienen poder de lobby y nosotros no. Nuestro problema es que no hacemos autocrítica y repetimos errores. Si los que pretendemos ser referentes o liderar espacios en lo agropecuario, no asumimos que somos parte del fracaso, no avanzaremos nunca.
-¿Creés que deberíamos aprender algo los argentinos de otros países en política agropecuaria?
-En relación a otros países, lo que creo que debemos aprender es cómo la sociedad integra al campo. Es cierto, aunque no se vea, que el campo aporta riqueza, cultura y trabajo, y es un orgullo para el país y la sociedad. Así lo ven en otros países, mientras que acá todavía tenemos que andar explicando por qué no somos todos oligarcas. Es como si en Argentina fuera una vergüenza pertenecer al campo, y esa es una deuda que todavía tenemos que saldar. Por eso digo que hay muchos campos. No me gusta hablar de ´el campo´, y al mismo tiempo, hay cientos y cientos de productores, aunque, como en el caso del tambo, todos con problemas estructurales comunes.
Creo que hay que respetar los procesos. En la vida hay procesos que necesitan tiempo. Es como un parto. Luego de 9 meses una pare un hijo y no puede apurar ese proceso. Del mismo modo, en las sociedades hay procesos. Las instituciones pueden contribuir con reglas de juego para emparejarnos la cancha, pero después hay procesos que intrínsecamente tienen que ser respetados en cuanto a sus tiempos, dificultades y dolores. Hoy por hoy nos hemos ido al otro extremo, y por querer usar fórceps, para apurar esos procesos, terminamos encontrando resultados diferentes a los que estábamos buscando.
Nada mejor que cerrar esta primera entrega de Bichas de Campo, que con un poema que identifique a la entrevistada. Escrito de puño y letra por ella misma. Prometemos más historias de vida de mujeres ligadas al campo y la ruralidad:
La Mujer que habito
La mujer que habito ha hecho un largo viaje:
montañas, desiertos, edenes y mares.
Tormenta y sequía, granizo y tornados…
La mujer que habito los ha atravesado.
La han herido mucho (ella se ha dejado);
de tanto pelearse se volvió soldado
con casco y metralla, con escudo y clavo.
Se volvió tan fuerte la mujer que habito
que sin darse cuenta se perdió en un ruido
de estruendos y esquirlas, de muecas sin risas.
Se perdió de a poco en un laberinto de sombras y prisas.
Se vació de cielo, se cubrió de espinas.
Se olvido la niña que fue en una esquina.
Se le perdió el patio de sol del abuelo,
se dejó en el pueblo las siestas de enero.
Se quedó tan sola la mujer que habito
que cierta mañana no pudo con ella:
párpados de amianto, pestañas de hielo,
mejillas ajadas, garganta sin voz.
Tuvo que caerse pesada en el suelo,
romperse en pedazos, rajarse los huesos,
vaciar de palabras todos sus tormentos.
Se acerca de a poco la mujer que habito:
me adentro en su esencia de espacio infinito.
Lava, salvia y ámbar recorren sus venas.
Su piel huele a viento, su olor huele a hierbas;
su saliva es lluvia, sus labios, cadencia.
La mujer que habito suplica clemencia.
Ya no quiere gritos, ni temor ni ausencia.
Es que se ha cansado, es que ya fue absuelta:
crimen y pecado ya pegan su vuelta.
La mujer que habito resuena silencios.
Lo que era vacío resultó estar lleno.
La mujer que habito tiene menos miedo:
llora algo en la noche, y empieza de nuevo.
(Buenos Aires, 14 de noviembre de 2019)