En el extenso DNU dictado días atrás por el nuevo presidente Javier Milei hay un artículo que derogó la vieja ley 19.227 de 1971. Ese texto decía que “el Poder Ejecutivo podrá declarar de interés nacional los mercados de concentración de alimentos perecederos, cuando tengan participación relevante en el comercio interjurisdiccional y respondan” con una serie de objetivos, como que “faciliten el transporte y eviten el manipuleo innecesario de las mercaderías, abaratando el costo de la comercialización, sin afectar las exigencias urbanísticas”.
Esa ley, además, decía que “el Poder Ejecutivo promoverá la formación de una red de mercados de interés nacional”, que en realidad quedó trunca y cuenta con el Mercado Central de Buenos Aires casi como única expresión.
Bichos de Campo consultó al experto frutihortícola Mariano Winograd sobre el impacto concreto de esta derogación, que él apoyó por considerar que los tiempos han cambiado y debe volver a discutirse un paradigma que, es casi evidente, ha fracasado.
Este es el texto escrito por Winograd:
“La ley 19227/71, promulgada en dictadura, profundiza los objetivos de la 17422/67 que crea la Corporación del Mercado Central.
La idea de trasladar y concentrar la actividad mayorista metropolitana tiene antecedentes en Estados Unidos y Europa.
En el primer caso proviene del New Deal, de la post depresión de 1929, cuando al mismo tiempo había desocupación masiva y pobreza en las ciudades, y sobreproducción sin mercado en los periurbanos rurales. El gobierno de Roosevelt habilitó trenes gratuitos para que los farmers acudieran a la ciudad a vender sus cosechas, y playas ferroviarias que devinieron en mercados. Hunts Point en Nueva York y San Antonio (Texas) son dos ejemplos paradigmáticos.
En Europa, por su parte, los mercados tienen origen medieval, cuando una vez a la semana se habilitaba la plaza central de burgos y abadías para que los campesinos periféricos ofertaran sus cosechas. Esos mercados perduraron hasta la segunda guerra. Terminada la misma, y en simultaneo con el plan Marshall, se expandieron las ciudades y se trasladaron los mercados a la periferia con los casos emblemáticos de Les Halles, Rungis y El Borne, Mercabarna.
Si en EEUU el fenómeno ocurrió en los años 30, en Europa lo hizo en los 50.
Para la década del 60, en plena turbulencia política argentina, Julio Álvarez propuso emular las ideas urbanas en curso en el hemisferio norte y reproducirlas aquí.
Para 1967 se constituye la CMCBA (Corporación Mercado Central de Buenos Aires) y se expropia la estancia en Tapiales de los D’Elia. Para 1971, luego del debate, se promulga la ley 19.227 que estructura las ideas para el nuevo mercado concentrador de a) interés nacional b) servicio público c) auténticos productores; al tiempo que consolida la idea (ya anacrónica) de que existe algo virtuoso que es la producción y algo “parásito” que por entonces llamábamos intermediación.
Cuando se inauguró el mercado para 1984, luego de la incapacidad militar para unificar criterios entre Aeronáutica y Ejercito, fuimos protagonistas junto a la Federación Agraria, El Hogar Obrero, Coninagro y la Patronal de Quinteros, de una de las pocas medidas políticas de Raúl Alfonsín que aún perduran.
Ha corrido mucha agua bajo el puente desde 1967, 1971 y 1984 a la fecha. La mayor parte de los prejuicios que profesábamos dogmáticamente por entonces carecen de todo sentido. Una tarea patriótica y revolucionaria seria desmenuzarlos, revisarlos y actualizarlos.
El prejuicio es ineludible a la condición humana, pues opinamos sin ignorar que la verdad es infinita y todo conocimiento por mas sabio que sea es finito, Eso no debiera justificar que desconozcamos el avance de la sociedad, la tecnología, los hábitos y las costumbres.
El Mercado Central es un lamentable espacio dilapidado por la política. Derogar la ley 19227 era ineludible. Ahora es necesario que todos aportemos nuestro experiencia profesional para crear un marco normativo propio del momento actual que promueva y no dilate el desarrollo de la fuerza productivo-logística frutihortícola.