Son casi 50 hectáreas en el sur de la provincia de Formosa, a 20 kilómetros del río Bermejo, y en la región conocida como Chaco húmedo… aunque según Miguel Gauliski, propietario del predio La Arboleda, se está convirtiendo en Chaco semiárido debido al cambio climático de los últimos 20 años.
“Se empezó a sentir en 2008 cuando sufrimos 6 años seguidos de déficit hídrico”, grafica este productor agropecuario a punto de cumplir los 70 y que hace mucho que la pelea. “Acá en la zona históricamente teníamos 1.200 milímetros anuales de lluvia y en esos años fueron la mitad, algo fatal para la producción”.
“Yo sembraba de todo un poco pero lo tuvimos que dejar porque, al no poder rescatar lo que sembrábamos, fuimos perdiendo nuestras propias semillas y no nos daba para comprar las híbridas, además de que no funcionaban tan bien”, añadió.
Otro problema era la comercialización: como sacar la producción del campo es difícil, lo que ocurre es que son los acopiadores quienes se acercan a los predios y regulan para abajo los precios, al ponerse de acuerdo entre ellos sobre cuánto están dispuestos a pagar. “Se llevan la producción por nada”, resume Miguel.
Luego de esos fatídicos 6 años el clima se recompuso. Pero desde la pandemia de 2020 hasta fines del año pasado volvió la sequía. A partir de ahí empezaron las lluvias, lo cual es un alivio para la producción y para bajar el temor al fuego: Formosa es una de las provincias con más focos de incendio debido al clima, los campos y los pastizales.
Hoy, y desde hace ya un tiempo, Miguel le encontró la vuelta a la producción en su predio gracias a haber logrado un buen manejo del bosque (la mitad de su predio tiene monte nativo). En este momento tiene un rodeo de 30 vacas criollas que viven y engordan bien sin necesidad de pasturas implantadas ni alimento balanceado. “Hago silvicultura, las vacas se alimentan de pastos nativos y del monte, no me hace falta plantar nada”, describe.
“La clave es el manejo: tenemos 4 potreros de pastizal y vamos rotando cada 4 días, no dejamos que se agoten. El ganado también consume la chaucha de los algarrobos y de la espina corona, que le gusta mucho y lo alimenta, a la vez que son los mismo árboles que le dan sombra y bienestar”, indica.
Pero esto de revalorizar el monte y de pensar en los beneficios que aporta la naturaleza no siempre estuvo presente. Todo comenzó en 1994, cuando Miguel ganó una convocatoria para organizaciones populares campesinas (él pertenecía a una cooperativa) y se fue un mes a Chile, al Centro de Investigación y Desarrollo de la Educación.
Allí vio algo que, según sus palabras, le “voló la cabeza”: un predio de 6 hectáreas donde 6 familias producían alimentos de forma agroecológica, sin usar agroquímicos. “Eso me hizo un clic mental, yo estaba viendo un Edén mientras en mi provincia, con una tierra maravillosa, vivíamos en una pobreza espantosa”, recuerda.
“Acá seguíamos produciendo algodón pero en plena crisis porque era la época de Menem y nuestro producto no era competitivo, el costo para sembrar era terrible y no nos daban los números. Hasta ese momento teníamos un subsidio familiar para los productores de algodón, que era de mucha ayuda, pero el Gobierno lo sacó y encima con el uno a uno y la importación de productos de afuera, nadie nos quería comprar lo nuestro”.
“Lo que me impactó de Chile fue que producían alimentos de una manera muy eficiente y con bajo costo, usando todo pero todo, hasta las moscas las usaban para que las comieran las gallinas para tener proteína. Era revolucionario y cada año mejoraban los rindes”, explica. “Volví a Formosa y les dije a mis compañeros que teníamos que hacer eso mismo y empezar a cuidar la tierra y el agua, pero nadie me daba pelota, me decían que me había vuelto loco; en el Gobierno provincial tampoco me escucharon”.
Pero hubo alguien que sí lo escuchó: un amigo ingeniero forestal que ya venía pensando en producir de otra manera y de asociar las fuerzas de la naturaleza a las necesidades productivas. Y así fue como Miguel empezó a capacitarse en temas de manejo de monte junto a otros pequeños productores y escuelas rurales de la zona a quienes interesó el tema. Pero mientras tanto, había que seguir viviendo de la tierra, claro.
“Cuando volví de Chile dejé el algodón y empecé a producir mandioca, batata y cosas para autoconsumo. También me lancé a producir pomelo ya que, por su suelo y clima, Formosa es la mejor provincia para este cítrico. Con unos compañeros hicimos un plan para producirlo y diversificar nuestros campos. El Gobierno provincial nos ayudó con 6.000 plantas para arrancar y hasta logramos luego hacer nuestros propios plantines pero vino la sequía y la cosa no prosperó porque casi nadie tenía perforaciones de agua”, relata.
Hoy Miguel se considera un productor conservacionista y capacitado en el manejo del monte. “Soy un defensor de los bosques nativos y hago manejo del monte, que nos provee madera para diferentes usos, como renovar el alambrado y para todo lo que se necesita en la chacra, ya que hay mucho algarrobo y urunday, ideales para postes”.
“Tengo un inventario de todas las especies presentes y hemos diseñado una red de senderos que usamos para nosotros hacer las recorridas y ver cómo evolucionan los árboles y para las visitas guiadas, porque mucha gente se interesa por nuestro predio”.
Es por todo esto que La Arboleda es considerado un “faro agroecológico que representa una estrategia para el escalonamiento de la agroecología en el municipio Villa Dos Trece y otras localidades”, según la Universidad de Lomas de Zamora, la Cátedra libre de Agricultura Familiar y Soberanía Alimentaria y la ex Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca.
“Nuestro bosque es muy diverso, con distintos ambientes, distintos suelos y por lo tanto distinta vegetación. Tenemos mucha biodiversidad y presencia de casi todas las especies del Gran Chaco. Soy vecino de un campo de 8.000 hectáreas que fue desmontado para ganadería y soja, entonces toda la fauna viene a resguardarse a La Arboleda, por eso tenemos más de 50 monos, tatú, zorro, gato montés, coatí y 104 especies de aves registradas”.
“Soy un pequeño ganadero conservacionista que un día conoció más en profundidad el monte y comprendió su importancia como proveedor de madera, leña, alimento, medicina y como hogar de la fauna”, reflexiona Miguel.
Para que se entienda bien: Miguel siempre ahí, con el monte encima… pero sin verlo ni conocerlo en profundidad. Y tuvo que irse, alejarse, para volver y entonces valorarlo, estudiarlo, comprenderlo y usarlo a su favor.
“Los pequeños productores necesitamos políticas claras de desarrollo, como acceso al agua, presencia de técnicos que realmente sepan y acompañen, préstamos blandos, provisión de insumos”, agrega.
Sobre todo pide “que la educación agropecuaria tenga visión conservacionista y no que genere solo profesionales formados para grandes producciones basadas en agroquímicos caros e inaccesibles para un pequeño productor, necesitamos una educación que forme jóvenes que se quieran quedar acá, en el territorio para seguir siendo productores”.
Cuando los productores descubren técnicas que benefician al productor sin empresas intermediarias y que necesitan ser difundidas ahi esta bichos de campo bien ahi.