Una lámpara sobre un escritorio de madera con mucho uso donde hay decenas de herramientas, utensilios y una silla vacía. En otro lado de la habitación, estanterías con mates, bombillas, cuchillos, alguna foto, más herramientas y un cilindro relleno con una masa espesa que remite a lacre.
Uno espera que de un momento a otro se abra la puerta y aparezca un personaje que se sentará a la luz de esa lámpara y empezará a crear elementos que connotan aventura: un cuchillo, una hebilla pesada, un estilete, una marca personal metálica, una pulsera o hasta un peto. Para profundizar esta idea sandokaniana y nippurlagashiana, una daga a medio terminar descansa a un costado.
“Antes los estribos eran de Plata 800 porque tenían que ser más duros debido a que tenían un uso diario e intenso”, describe Álvaro Etcheberry, platero de Pellegrini (´Pelle´, para los amigos), otra de las ciudades de la provincia de Buenos Aires con presencia de la obra del arquitecto Francisco Salamone. “Hoy trabajamos con Plata 925 que es más blanda porque tiene menos cobre y funciona muy bien”. También le gusta el ébano, madera oscura y dura proveniente de un árbol africano cuyo nombre científico es Diospyros crassifora.
Álvaro hace 20 años que es platero (no orfebre, aclara, porque este oficio implica una técnica más completa) y que trabaja con plata de recuperación, lo que significa que proviene de elementos (joyas, por ejemplo) que se venden y van a fundición, y no con el metal extraído directamente de la minería, que va para otros usos como la electrónica.
“Llegué a la platería porque mi suegro es soguero y un amigo de él me enseñó”, recuerda. “Arranqué como hobby en 1999 y aprendí mientras estudiaba Administración Agraria… finalmente me atrapó el oficio y aquí me quedé. Esa sensación de la pieza terminada es maravillosa”.
Dice que lo que más le piden son rastras, hebillas y cuchillos y, como regalo de casamiento, el clásico juego de cubiertos. A veces también ocurre, aunque mucho más esporádicamente, que le pidan alguna pieza religiosa para una capilla que alguien tiene en el campo. También hace bombillas y, para sacarse el gusto, lapiceras con cuerpo de ébano o de cuero.
“Creo que hay un resurgimiento del oficio y en Argentina sigue habiendo mucha demanda de estos trabajos”, asegura Álvaro, “y yo mismo he enseñado el oficio muchas veces. La clave es tener dedicación y que a uno le guste”.
El 90% de los clientes de Álvaro son argentinos, particulares, y también vende a dos negocios de Buenos Aires. Le gustaría vender afuera y dice que tiene muchas posibilidades, pero que es “muy pero muy complicado” mandar mercadería al exterior y eso lo frena.
Si bien siempre hay clientes y pedidos de los productos tradicionales, Álvaro también considera que es importante abrirse a nuevas posibilidades. Un par de años atrás trabajó junto al diseñador industrial Cristian Mohaded en la creación de una silla que es una pieza artística y que hoy está exhibida en el Museo de Arte de Philadelphia de Estados Unidos.
“Era una colección llamada Entrevero de objetos de diseño relacionados al arte y artesanía argentina compuesta por una silla, una banqueta, un sillón y una mesa. La silla estaba hecha en cuero crudo por un soguero de Tandil y tenía apliques de plata que hice yo, y se presentó en Art Basel que es una exposición de arte contemporáneo que está en distintas ciudades”.
“Fue una experiencia interesante, una puerta que se abre y que a uno le hace ver las cosas de otra manera y que me vino en el momento justo porque yo estaba buscando hacer algo distinto. Fue un proyecto de mucho aprendizaje porque es un mundo totalmente diferente al de uno y se aprende cómo se gestiona y se prepara un proyecto de este tipo. Me abrió la cabeza, entendí que uno puede llegar muy lejos y que un artista tiene la posibilidad de mostrar nuestro trabajo en otros ámbitos. Repetiría la experiencia sin ninguna duda”.
Mientras, Álvaro sigue en su taller creando piezas únicas para todo aquel que quiere tener algo distinto, hacer un regalo personalizado o jugar a ser un personaje de novela de aventuras en cualquier parte del mundo, tanto en los caminos de Sumeria como en los pastizales de la llanura pampeana.