El presidente Alberto Fernández habló este martes ante la Asamblea Legislativa diciendo muchas de las cosas que todos quisiéramos escuchar, inclusive en el agro. Para endulzar los oídos de quienes producen, perfiló como el modelo a seguir el de un país que produzca cada vez más para poder exportar, y así generar las divisas que permitan resolver los problemas estructurales de su economía. Hizo especial énfasis en la potencialidad de la agro-bio-economía.
“En el mediano plazo debemos duplicar las exportaciones por la vía de una mayor producción, no con menos consumo interno. Se trata de producir para exportar y no de saldos exportables. No se trata de exportar a costa del mercado interno sino para mejorar la vida de los argentinos. Debemos crecer, aumentar y diversificar nuestra oferta exportable. Crecer para estabilizar en vez de estabilizar para crecer”, señaló un párrafo del largo discurso presidencial.
Imposible no estar de acuerdo con esta definición sobre cuál debe ser el norte económico de la Argentina. Es algo que los productores y sus dirigentes repiten hasta el cansancio.
Lástima que Alberto siga siendo Alberto, que a su lado se ubique una Cristina Kirchner que lo mandonéa mientras abusa de su cara de sordina, y que enfrente tenga una oposición que en buen número prefirió dejar sus bancas para evitar tener que reconocer su parte de culpa en esta historia de fracaso colectivo que es la Argentina.
Una historia que Alberto, lamentablemente, no revertirá. Por más lindas palabras que utilice.
Exactamente a las 12,12, dentro de su largo discurso Alberto lanzó esta otra frase: “Uno de los desafíos más grandes que tiene la sociedad argentina es enfrentar al fatalismo”. Es decir que pidió “derrotar la falsa creencia que quieren instalar de que la Argentina no tiene salida”.
Luego de observar cómo esta Asamblea Legislativa de 2022, en uno de los momentos más críticos de la Argentina y también en un punto crucial para toda la humanidad, se fue desconfigurando para terminar siendo una simple “comparsa de la grieta en carnaval”, este humilde cronista agropecuario no tiene más opción que seguir siendo fatalista y descreer que tengamos salida, al menos en las actuales circunstancias.
Desde la letra fría, el discurso del Presidente puede llegar a ser considerado una excelente pieza, y muchas de las palabras son las que esperaba escuchar la sociedad en general y también el sector agropecuario.
Los militantes kirchneristas supieron que no serían momentos de ajuste del gasto público. Los sindicalistas escucharon que no habría reforma laboral. Los jubilados que no habría reforma previsional. Los economistas, que se había llegado a un acuerdo con el Fondo Monetario. Los usuarios, que “en Argentina se acabaron los tarifazos”. Y los consumidores oyeron que para el gobierno también “la inflación es nuestro principal problema”.
Los financistas se enteraron que se había alcanzado con China una ampliación del Swap que daría estabilidad al Banco Central. Los “planeros” que no iban a perder los beneficios sociales, aunque se los iba a tratar de comenzar a integrar a los circuitos productivos. Hasta los que se espantaban por la sumisión mostrada hace quince días por el Presidente ante Vladimir Putin, escucharon ahora de boca de Alberto que “la paz del mundo se altera por la invasión militar de la Federación de Rusia sobre Ucrania”. Los legisladores de la oposición, con buen tino, había desplegado las banderas del país invadido sobre sus bancas.
Y así con todos. Hasta los productores agropecuarios tuvieron un párrafo de agradecimiento por su aporte a la recuperación económica de los últimos meses. “El agro, fundamental para el desarrollo nacional y el crecimiento de las exportaciones, tuvo un muy buen 2021, pues la Argentina tuvo producciones récord de maíz, trigo y cebada”, elogió. También mencionó expresamente los embarques récord de las exportaciones de vino fraccionado, sin darse por enterado que el sector vitivinícola en general contrajo sus embarques un 15%.
Y así con todo. Escuchamos del presidente que la Argentina ya tenía un Plan Ganadero, aunque todos sepamos que no existe tal cosa y que lo único que hay es un miserable subsidio de 7 puntos en una tasa de interés que multiplica por ocho ese porcentaje, y dentro de una serie de préstamos para los ganaderos que son semejantes a los que reciben los demás sectores de la economía.
“Estamos de acuerdo con el presidente que hay crecer vía exportaciones, pero es contradictorio que en su gestión se tomen medidas que van en el sentido contrario. Solo hace falta mirar la intervención de los mercados de granos y carnes hoy: si quiere más exportaciones que nos deje exportar”, razonó con simpleza el presidente de la Sociedad Rural, Nicolás Pino, luego de escuchar el mensaje.
A las 12,50 los legisladores del PRO decidieron dejar sus bancas porque consideraron un insulto que Alberto pidiera a la justicia que investigue la responsabilidad penal del ex presidente Mauricio Macri por haber contraído la deuda externa impagable con el FMI, y que asumió sin autorización del Congreso, una cuestión que es verídica.
Ni el actual presidente ni la vicepresidenta Kirchner pudieron en ese momento disimular gestos de regocijo: habían logrado incomodar a sus adversarios políticos, que finalmente mostraban la hilacha. Era el fin y al cabo lo único que a ellos dos les interesaba.
El enojo de unos y la sordina de otros seguía siendo el lenguaje en el que en definitiva se comunica la política argentina, más allá de las palabras que puedan ser escuchadas con regocijo por uno u otro sector social o económico. Mientras esta siga siendo la lógica, el fatalismo sobre la sin salida de la Argentina será también irremontable.