Alberto Areco, a sus 65 años se anima a contar su historia de vida y su presente ganadero, al que le puso su impronta, apostando a la calidad. Dice que le está dando buenos resultados
Cuenta Alberto que su abuelo materno era médico jujeño, que se casó con una tucumana y aprovechó para poner un sanatorio en un ingenio azucarero de Tucumán, porque la caña requería mucha mano de obra, y trabajar con ella resultaba un oficio muy hostil, que derivaba en muchos heridos. El papá de Alberto era de Buenos Aires y estando de visita por Tucumán con unos primos, conoció a la hija de aquel médico y se casó con ella. Allí nació Alberto y la mitad de sus hermanos. Luego se mudaron a Buenos Aires, donde nació el resto.
Cuando Alberto cumplió 18 años decidió estudiar agronomía en la UBA. Es que su abuela había heredado la estancia Santa Clara, en el partido de Lobería, al sureste de la provincia de Buenos Aires, y allí se fue a vivir con 23 años, apenas recibido de ingeniero. El capo queda sobre la Ruta 55, a 34 kilómetros de Balcarce y a 40 kilómetros de Pieres.
Le preguntamos:
-¿Cómo fue tu vida al llegar a la zona de Lobería?
-Comencé trabajando en tambos. En Lobería conocí a una mujer de familia inglesa, criada en el campo. Nos enamoramos, nos casamos y llevamos 32 años juntos. Algo que puedo resaltar es que los ingleses no son muy demostrativos de sus afectos, pero sí los cuidan muchísimo, sobre todo, los lazos familiares. En 2002 dejé de trabajar en tambos.
-¿Y a qué te dedicaste?
-Armé una empresa de transporte de carga y servicios agropecuarios, ‘Reseros del Sur SRL’, junto a mi amigo Sergio Iraeta (actual secretario de Agricultura de Javier Milei) y su hermano Domingo. Pero en 2008 decidimos venderla y yo me dediqué de lleno a trabajar en el campo de mi familia, junto a mi padre y mi hermano Eduardo. Mi padre, Marcos, falleció en 2017 y lo heredamos 6 hermanos. A partir de entonces, yo quedé como gerente de producción y Eduardo maneja las finanzas desde Buenos Aires. En aquel momento me propuse aumentar la escala de producción.
-¿Cómo es el campo y cómo lo trabajan?
-Tiene 5800 hectáreas, pero como es una zona baja, la hectárea cuesta 5.000 dólares, cuando a la altura de Pieres, cuesta 15.000 dólares. Hacemos 2200 hectáreas de agricultura. Una tercera parte de cosecha fina y dos partes de gruesa, repartidas en mitad girasol y mitad maíz.
-Pero su actividad principal es la ganadería.
-Sí, nuestra cabaña de Aberdeen Angus se llama Flores Chicas y tiene 65 años de vida. Su nombre se debe a que así se llamaba el campo cuando lo compró mi abuelo, y debe ser porque lo atraviesa el arroyo Las Flores. Lo hacemos en 3600 hectáreas. Contamos con 2200 vacas en producción, con unas 5700 cabezas a lo largo del año.
-¿Qué características tiene la cabaña?
-Mi padre no quiso tener puros de pedigree sino puros por cruza. Tenemos una particularidad: que no le vendemos a otras cabañas sino a criadores. Esta es nuestra principal fuente de ingresos. En nuestro caso, toda la ganadería está dedicada a la cabaña y hoy tenemos 1050 machos en destete y unos 600 con posibilidad de ser vendidos. Como productores, nos enfocamos en ese mercado.
-Pero parece que obtuvieron algo que los hizo dar un gran salto en las ventas.
-Decidimos profesionalizarnos. Sí, fuimos creciendo en volumen y en 2007 pudimos obtener la certificación ISO 9001, en calidad de gestión y de procesos, después de 3 años de trabajo, con la ayuda de un consultor. Al principio no se veían los resultados, pero poco a poco los íbamos descubriendo. Esto nos cambió la cabeza, porque implica tratar de lograr una mejora continua. Ya que lo que hace que una empresa funcione bien, es que si algo sale mal, lo tiene que corregir. Pero pienso que tenés que hacer como en tu familia: no enojarte con tu hijo -o tu empleado-, sino corregir el sistema y mejorar los procesos.
-¿Y cómo resultó en números es salto cualitativo?
-Recuerdo que, antes de obtener la norma ISO vendíamos 120 toros y 100 vaquillonas, y pasamos a vender 550 toros y alrededor de 600 vaquillonas, sin aumentar la cantidad de vientres, sino siendo más eficientes en lo que hacíamos.
-¿Qué animales venden y cómo?
-Vendemos un toro para rodeo general. No pretendemos vender a otras cabañas y tampoco creo que ellas nos quieran comprar. Nos especializamos en los criadores, en facilidad de parto, fertilidad y un tipo de hacienda que dure muchos años, toros con buenos aplomos, mansos y que les sirvan a nuestros clientes. Hacemos dos remates al año con el 20% de nuestra producción. El 80% se vende en forma directa y particular, acá en el campo, con un trato muy personal. De mayo a octubre me paso el tiempo vendiendo toros. Después me dedico a la parte agrícola.
-¿Cuántos trabajan en el campo?
-En total somos trece los que trabajamos: 8 lo hacen arriba del caballo, más un tractorista, un parquista y un veterinario que saca el semen. Cada toro que vendemos es el fruto de un trabajo que hacemos con calidad seminal. Mi encargado y yo hacemos todo, sin mucho asesoramiento.
-¿Cómo ves la situación actual del país?
-Creo que habrá un cambio positivo para el país, que va a andar mejor, pero no estoy seguro de que beneficie a nuestro sector. Porque todo lo que no es transable, va a impactar en la producción. Creo que todos los sectores nos vamos a tener que volver más competitivos y esto será un cambio difícil, duro, pero a largo plazo, mejor para el país. Supongo que el campo tendrá muchas menos trabas para trabajar, y habrá más créditos. Habrá que ver el valor de nuestros productos. Creo que en los próximos años los precios no serán buenos, y los créditos serán duros. Hace poco fui a una muy buena charla, en Balcarce, en la que nos preguntaron cuántos éramos optimistas con el gobierno actual. Y el 80% de la audiencia levantó la mano. En cambio, yo, soy medianamente optimista o poco pesimista.
-¿Si volvieras a empezar, elegirías hacer lo mismo?
-Claro que volvería a vivir de esto, porque considero que tomé bien mis decisiones importantes. Además, tengo hijos excelentes: dos son ingenieros agrónomos, de los cuales, uno trabaja en esta zona, y el otro trabaja en Australia. Una hija arquitecta que se dedica a la parquización y al diseño de jardines, y un hijo era sociólogo, pero falleció. Los 4 estudiaron en la UBA, como yo. El campo donde vivo es ideal, con un paisaje muy bello. Además cuento con muy buenos amigos y gozo de buena salud. ¿Qué más puedo pedir?
Alberto Areco eligió dedicarnos la canción de Los Wawancó “La cosecha de mujeres nunca se acaba”, porque les divierte escucharla para el tiempo de las cosechas.