Luego del temporal de lluvia, la agenda agropecuaria se colmó de denuncias de productores que responsabilizaban a las autoridades por el mal estado de los caminos rurales, a causa de la falta de mantenimiento. Y aunque en la mayoría de los casos los reclamos son correctos, porque se abonan tasas que no tienen una correcta contraprestación, existe una realidad de fondo de la que nadie –hasta ahora- parece haberse detenido: ¿Cómo se llega a una degradación de esos caminos? ¿La forma en que se trabaja en los caminos es la correcta?
Hace casi ocho años un grupo de ingenieros agrónomos de la provincia de Santa Fe se hizo estas preguntas, y se atrevió a pensar en los caminos como extensiones de los campos en los que trabajaban. Así le dieron forma a AACRUS, la Asociación Argentina de Caminos Rurales Sustentables, que en los últimos meses se formalizó como una ONG.
“Uno está centrado en su trabajo y mira al camino como la forma de llegar a su objetivo, que es el campo detrás del alambrado. Allí se intenta interpretar los procesos que ocurren y se busca mejorar. Pero comencé a ver incongruencias entre esos conocimientos y experiencia agronómica, y lo que pasaba en los caminos. Veía erosión, remoción, caminos marrones, todos conceptos contrarios a la idea de mantenimiento”, relató Daniel Costa, ingeniero agrónomo y presidente de AACRUS, a Bichos de Campo.
Se estima que nuestro país cuenta con 500.000 kilómetros de caminos rurales o calzadas naturales, repartidos entre todas las provincias agropecuarias. Se trata de una vasta red vial clave para la salida de la producción, pero también para la comunicación y la vida de quienes viven allí. Aún así, no se cuenta con estudios que determinen su estado y por el contrario, nos enteramos de ellos sólo cuando aparece un problema.
“En los últimos 60 o 70 años no se han realizado estudios de procesos. Solo se toman fotos e imágenes puntuales de los caminos. Desde el punto de vista de la conservación de los suelos, la faja de recursos naturales que nosotros utilizamos para trasladarnos, es decir los caminos rurales, no está evaluada con parámetros de sustentabilidad ambiental. Prácticamente esa rayita no existe. En un mapa vos podes mirar la erosión de los campos, su inundación, los laboreos, pero los caminos no se ven”, indicó Costa.
Fue ese el motivo que llevó al grupo de profesionales a reunirse –hoy ya integrado también por ingenieros civiles, docentes de ingeniería civil y de agronomía, biólogos y productores- para revisar la forma convencional de mantener los caminos.
Gracias a la colaboración de personas de distintas regiones del país –desde Chubut hasta Misiones-, el grupo pudo realizar un relevamiento que determinó que hoy en día se realiza un uso casi exclusivo de motoniveladoras y discos en la red vial, que terminaron propiciando una erosión hídrica y eólica por demás preocupante.
“Nosotros creamos las condiciones para que el agua y el viento sean los vehículos que se lleven a los caminos hacia las cunetas y a los bajos más cercanos. Las remociones frecuentes y masivas de suelo, de cuneta a cuneta, generan erosiones. Pero el agua y el viento no son los factores, son los vehículos. Esa misma agua o viento, en un camino abandonado, con cobertura vegetal o en la entrada de un campo, no generan lo mismo”, explicó el ingeniero.
Para realizar este tipo de diagnóstico, primero hay que entender que un camino es todo lo que está entre los dos alambrados que bordean esa vía. Entre el alambrado y la cuneta se encuentra la denominada vereda, que lejos de tener vegetación natural suele estar degradada, porque de ella se obtiene la tierra para tirar sobre la calzada en cada arreglo que se realiza. A esa vereda le sigue la cuneta, la banquina y la calzada central.
Los mantenimientos actuales se caracterizan por socavar tierra de las veredas, tirarla sobre la calzada, al tiempo en que se pasan motoniveladoras y discos para compactar el suelo y alisarlo. Sin embargo, esto genera el efecto contrario y termina bajando la densidad del suelo.
“El formato de los caminos es generalmente muy abovedado o con pendientes muy largas. De cuneta a cuneta está todo trabajado. Esa pendiente larga hace que se formen los canales que son los signos de la erosión por surco. Todos esos surcos son la consecuencia del suelo removido”, explicó el agrónomo.
“Con el sistema vigente yo necesito constantemente estar sacando de los costados para tirar arriba, para que no se me venga tan abajo el camino. Y cuando se termina la tierra, se determina correr el alambrado o hacer una cava. Es un disparate conceptual”, aseguró Costa.
¿Qué foto nos queda? La de caminos muy por debajo de la línea de los alambrados, desnudos y sin coberturas –lo que se conoce como suelos marrones-, con pendientes largas y pronunciadas que facilitan que elementos como el agua adquieran velocidad y provoquen más erosión.
“La ley universal de la pérdida de suelos dice que a mayor inclinación más pérdida. Para minimizar la pérdida hay que lograr una menor inclinación, una menor pendiente, más cobertura vegetal y compactaciones en el centro de la calzada para que el agua escurra despacio”, detalló el ingeniero.
La foto entonces debería ser otra, con caminos por encima o en el mismo nivel que los alambrados. Para eso, la propuesta de AACRUS es detectar las zonas erosionadas y controlarlas, para “parar la hemorragia de los suelos”.
“La hemorragia se produce por el sistemático pasaje de bisturíes, que son las hojas de las niveladoras. Cuando nosotros empezamos a pensar con la idea agronómica de dejar de remover y de tener cobertura, tal cual ocurre en el campo, empieza a estabilizarse el sistema. El camino no es solamente la calzada. Nosotros consideramos que al dejar de remover, y al controlar la erosión, porque tampoco se elimina completamente, esas veredas pasarán a ser corredores biológicos para la biodiversidad, para un beneficio a la sociedad y al productor”, afirmó Costa.
¿Pero el daño podría llegar a revertirse? Para el ingeniero esto es algo muy variable y depende de cada caso en particular, aunque considera que hay pérdidas que son irreparables, ya que en muchos casos ya se ha avanzado con el corrimiento de los alambrados. Sin embargo hay algo que es un hecho y es que en pocas semanas, la biodiversidad de las veredas comienza a aflorar.
Si bien su trabajo se extiende por todo el país, los proyectos más desarrollados de AACRUS se encuentran en Santa Fe, en donde ya han entablado contactos con autoridades de los Ministerios de Producción y Ambiente de esa provincia. Incluso han recibido el contacto de varias comunas interesadas en aplicar está mirada junto a vialidad.
“Esto no es algo nuevo que se tiene que probar. Ya se están implementando cambios, siempre en la medida de lo posible. Nosotros no estamos señalando a alguien como culpable sino que es un mea culpa colectivo. El concepto global es controlar la hemorragia, que el suelo no se nos escape más por la cuneta”, concluyó Costa.
Fotos: AACRUS