Si existe algo en lo que la Argentina ha marchado decididamente a contramano del mundo es la acuicultura. Hace más de diez años que, a nivel global, la cría de peces aporta tanto volumen como la captura a mar abierto y en aguas continentales. Es como decir, en épocas remotas, que la oferta de carne de la ganadería alcanzó a la de la caza. O que la agricultura igualó la recolección de frutos silvestres.
Aquí en la Argentina, sin embargo, todo es diferente. Se extraen del mar entre 700 mil y 800 mil toneladas anuales, mientras que la oferta de los peces de criaderos llega a solo 4.000 toneladas.
El estado apenas embrionario de la acuicultura local fue discutido hace unos días en un seminario realizado en la Bolsa de Cereales de Buenos Aires. Allí se recordó que el origen histórico de la actividad data de mitad del siglo XIX, cuandos, para fomentar la pesca deportiva, se introdujeron en los ríos y lagos cordilleranos los primeros ejemplares de trucha traídos de Europa y los Estados Unidos.
Luego, en los años 80, aparecieron los primeros criaderos estables en el sur del país y una década después se instalaron empresas de mayor envergadura en la represa de Alicurá. Finalmente, en este derrotero, a principios del siglo XXI se inició la cría de otras especies de aguas cálidas en el norte del país, en especial el pacú.
Queda claro que, más allá de estos progresos, la Argentina dejó pasar el tren varias veces. Del otro lado de la Cordillera, Chile comenzó a desarrollar la acuicultura en la misma época y hoy es el segundo productor mundial de salmónidos. Produce 1,23 millones de toneladas de carne que exporta a todo el mundo, incluso más de la que obtiene la Argentina de su actividad pesquera.
Hay muchos otros ejemplos en la región. Brasil produce 700 mil toneladas anuales, Ecuador 370 mil, México 195 mil, Perú 115 mil y Colombia unas 90 mil.
Debe ser repetido: con una geografía extensa, más de 4.000 kilómetros de costas y una gran reserva de agua potable, la Argentina produjo en 2016 apenas 4.000 toneladas de peces de criadero.
La mayor parte de ese volumen proviene de dos empresas: la yerbatera misionera Rosamonte y la chaqueña Teko, que combina la piscicultura con arroz. En ambos casos se cultiva el pacú, una especie autóctona que explica la mitad de la producción, con 1.946 toneladas.
La trucha, en los criaderos del sur del país, aporta otras 1.413 toneladas. El resto surge de pequeñas producciones en cautiverio de surubí, carpas y dorados. Además hay algunos emprendimientos pequeños para criar esturiones en La Rioja o tilapias en Entre Ríos y Corrientes, un pez con mucha demanda en todo el mundo, con una carne semejante a la de la merluza pero que aquí no ha prendido todavía.
En el seminario, la coincidencia general fue que la Argentina está ahora en mejores condiciones que nunca para comenzar a sembrar peces. No solo porque sigue intacto su potencial para hacerlo y tiene una oferta de alimentos balanceados importante.
Además de las cualidades naturales, al parecer ha habido avances organizacionales importantes. Por ejemplo, los investigadores del Conicet, el Inta y las universidades de todo el país ahora trabajan enlazados en una red llamada “Refacua”. Y básicamente porque desde fines de 2015 el país cuenta con la Ley 27.231, que regula la actividad y prevé diversos estímulos financieros e impositivos para los emprendimientos de este tipo. El subsecretario de Pesca, Tomás Gerpe, reveló que, aunque demorada, la reglamentación de esa norma estará lista este mes.
Los desafíos inmediatos parecen estar claros. En el sur del país se intentará aprovechar el potencial productivo que podría llegara 30 mil toneladas de truchas, para exportar y reemplazar paulatinamente las importaciones de salmones chilenos, que suman unas 6 mil toneladas anuales. En el norte, la idea es multiplicar las especies y seducir al consumidor local, para tener mercados más estables para los pequeños productores.
Artículo publicado en el suplemento Agro de Télam el 11 de agosto de 2017