Estados Unidos es la cuna de los organismos genéticamente modificados (OGM), al menos cuando se trata de cultivos. Allí comenzó a sembrarse en 1995 la soja RR, primer cultivo transgénico del mundo, que un año después se instaló en la Argentina. Esa soja, así como el maíz Bt y otra serie de granos modificados, se difundieron mucho en todo el mundo y son insumos de muchísimas industrias alimentarias. Sin embargo, en ninguno de estos dos países pioneros -Estados Unidos y la Argentina- se obligó a esas industrias a identificar la presencia de esos OGM en sus preparados.
Hasta ahora. En los Estados Unidos a partir del 1° de enero de 2022 será obligatorio (hasta ahora era voluntario) etiquetar los alimentos que contengan ingredientes genéticamente modificados. Sucede que en 2016, el Congreso de ese país aprobó la Ley Nacional de Divulgación de Alimentos de Bioingeniería , que ordenó al USDA (Departamento de Agricultura) que estableciera un estándar nacional para identificar ese tipo de productos en los empaques. La ley permite hasta un 5% de ingredientes modificados genéticamente y se aplica a la mayoría de los productores e importadores de alimentos en ese país.
Incluso el USDA elaboró un listado de los OGM presentes en dicho país.
Fue el ex secretario de Agricultura de los Estados Unidos de Donald Trump, Sonny Perdue, quien anunció el Estándar Nacional de Divulgación de Alimentos Modificados por Bioingeniería el 20 de diciembre de 2018. La fecha de implementación de la norma era el 1° de enero de 2020, excepto para los pequeños productores de alimentos, cuya fecha de implementación es el 1 de enero de 2021. De todos modos, hubo un plazo de gracia y recién a partir de la semana que viene la normativa será de cumplimiento obligatorio.
Hasta ahora, según cuenta una ilustrativa crónica de la revista digital Moderm Farmer, se etiquetaba a la inversa, los alimentos que no contenían transgénicos. El Proyecto No OGM permitía poner en los envases un logo que “presenta una pequeña mariposa anaranjada que está posada sobre una hierba verde”. Esa etiqueta fue creada en 2010 por dos cadenas que querían brindarles a sus clientes información sobre los OGM. Para obtener la certificación, un producto debe contener menos del 1% de ingredientes transgénicos y eso debe ser certificado por un asesor externo.
Pero a partir del 1 de enero, el sello del USDA será de uso obligatorio. ¿Tendrá efecto en los consumidores de ese país? Es lo que se preguntó un equipo de investigadores de la Universidad de Cornell, cuyos estudios sugieren que estas nuevas etiquetas podrían pasar desapercibidas fácilmente.
“¿Necesitamos etiquetas obligatorias? ¿Si no tienen ningún efecto en el comportamiento del consumidor o en las compras de los consumidores? ¿Realmente tienen un propósito, cuando ya tenemos esta etiqueta realmente eficiente, voluntaria y sin OGM?” se pregunta Aaron Adalja, profesor asistente de gestión de alimentos y bebidas en la Escuela de Administración Hotelera de Cornell y coautor del estudio.
“En la comunidad científica, no hay evidencia comprobada que demuestre que los alimentos transgénicos tengan algún problema de seguridad o salud”, añade Adalja. “Pero dicho esto, ciertamente hay un gran segmento de consumidores que encuentran que esta tecnología es sospechosa”, aclara.
Como sea, el equipo de Cornell concluyó en que las nuevas etiquetas de divulgación obligatoria pueden no tener mucho efecto en las compras de los consumidores. Uno de los casos que estudiaron estos investigadores fue el del estado de Vermont, que en 2016 implementó una ley propia de etiquetado obligatorio, apenas treinta antes de que el Congreso aprobara el Estándar Nacional de Divulgación de Alimentos de Bioingeniería.
Por un corto tiempo, en Vermont convivieron la etiqueta voluntaria de no OGM con la etiqueta obligatoria de OGM. Eso les dio a los investigadores un excelente conjunto de datos. Aquí había un grupo definido de personas y un período de tiempo distinto: comportamiento de compra antes y después de julio de 2016.
“No encontramos diferencias, ni cambios en el consumo de productos transgénicos o no transgénicos en Vermont”, aseguró Adalja al medio estadounidense.