San Martín de las Escobas es una pequeña localidad del centro de la provincia de Santa Fe. En esa región poco propicia para el desarrollo de los búfalos, Marcelo González tiene una peculiar actividad relacionada a estos grandes animales: ofrece terapia bubalina.
La región donde vive Marcelo junto a su hija, Iriana, que tiene 10 años, está enclavada en una región productiva donde predominan la agricultura y la ganadería bovina, especialmente el tambo. Los búfalos son, o eran, una postal inusitada para esta zona.
La historia de locura de Marcelo, empezó hace largo tiempo. Todo se remonta a cuando el era muy pequeño, dado que desde temprana edad empezó a montar caballos, y esa relación con los animales sigue vigente hasta hoy.
El mismo González explica que no sabe cuándo ni a qué edad empezó a montar. Solo que lo hace desde que tiene noción. “Puede ser al año, a los tres, seis, no sabría decirlo. Desde que recuerdo estoy con los caballos”, dice a Bichos de Campo. Además, cuenta que a lo largo de su infancia, quería ser jinete, pero que su padre no lo dejó por los peligros que podía llevar esa actividad, entonces, para evitar golpes y mantenerlo a salvo, algo que ya le había pasado a el, su padre lo alejó por un tiempo.
Si manejaba, o amansaba caballos, con sus estímulos y castigos, pero sin jineteada. Marcelo y los animales empezaron a sellar esa relación que mantiene hoy, incluso llegó a Iriana, su pequeña hija.
Pero en algún momento, los búfalos llegaron a su vida. A sus vidas. “Una vez fui a Corrientes, hace 23 o 24 años atrás, y vi un búfalo manso que manejaba un nenito de 7 años, que lo llevaba con un palito. Me quedó eso en la cabeza”, recuerda González de ese viaje que le cambió la vida a el y a muchos más. En Corrientes es un poco más normal divisar esos animales rústicos, por los pastos y el acceso al agua.
A partir de ahí, Marcelo se embarcó en la “locura” bubalina, y decidió traer algunos desde Corrientes, pero no fue fácil. “Era muy costoso traerlo, por más que me lo regalaron allá, traerlo era muy costoso, hasta que me entero en San Vicente había un señor que había traído unos búfalos. Me contacté con él, le conté lo que quería hacer, que lo quería amansar, quería ver la curiosidad que tenía, y este hombre me dijo estás loco, es imposible”.
Pero esa locura tomó forma. Su contacto lo llamó algunos días después, y le dijo que le iba a seguir la corriente de la locura, y le iba a regalar algunos. Le regaló tres, para ver que podía hacer con ellos. Como los llevó chiquitos, le daba la mamadera, y tuvo que empezar a ver qué hacer con ellos.
El búfalo es una especie que tiene muy mala fama. Todo el mundo cree que es difícil o imposible domesticarlo. Pero Marcelo no está de acuerdo. “Un bicho le dicen, pero no es un bicho. Es un animal cariñoso, tierno, inteligente. Para mí, no lo tomen a mal, pero yo creo que el búfalo es superior al caballo. Es más inteligente, pero no te lo digo yo, es la experiencia y lo que yo creo”.
Es así que con el tiempo, González apostó por los búfalos, hasta que se convirtió en terapia, como la equinoterapia con caballos, pero bubalina. Marcelo ofrece sin fines de lucro abrir las puertas de los corrales para que los niños con discapacidades, o problemas de sociabilización puedan pasar un rato con ellos, acariciarlos, tocarlos, sentirlos, y de esa forma sentirse mejor.
Explica que llegó a tener 600 chicos anotados para pasar tiempo con los búfalos, algunos los miran y se van, pero para otros es muy importante.
“Invité a un nene que tenía una discapacidad, y empecé a preguntarle a él que me cuente lo que sentía. Me llamaba la atención la curiosidad del búfalo, por más que era un chico, con el búfalo. Y ese nene le contó a otro chico, y así empezaron a venir. Un día le digo a un amigo que iba a hacer terapia con búfalos, y me dijeron que estaba loco”, dice el amansador, contabilizando ya la segunda vez que le dicen que estaba loco.
Como historia reciente, González cuenta que hace pocos días, “una mamá trajo un nenito con problemas neurológicos, y muchos tipos de tics, y va agarrando cada vez más. El nene se recostó sobre el búfalo grande, estuvo un rato, empezó a estar ahí, se levantaba, lo caminamos, lo hicimos acostar de vuelta y empezó a calmarse. En un momento nos dimos cuenta con la hermana del nene que él dejó de temblar y sacamos el teléfono y empezamos a controlar. La primera vez fueron 40 segundos sin temblar. Luego un minuto. En un momento llegó a estar cuatro minutos sin ningún tic, sin temblar, y la mamá me mira, me pone la mano en el hombro, y me dice ´mi hijo por cuatro minutos fue normal´”.
Mirá la entrevista completa con Marcelo e Iriana González:
Sobre este hecho reciente, Marcelo afirma que “a veces no entendemos el valor del tiempo, y para esa mamá era importante que su hijo por cuatro minuto fue normal, y eso se atribuye a lo que se produjo con el animal. El búfalo le transmitió tranquilidad. Sentía ese calorcito en el cuerpo y que era tibio, y que le hacía cosquillas en los pelos en la panza. Sentía por el pecho que era tibio, sentía cosquillitas y eso lo relajó y lo calmó”.
La terapia de los González y sus búfalos, esa locura que empezó hace poco más de dos décadas y hoy se está transformando en algo que estudia la ciencia, tiene poco de locura. O bastante, de la buena. “La semana que viene el neurólogo que lo atiende al chico de la semana pasada, viene a ver de qué se trata. Le interesa mucho”.