Juan Carlos Cristo es un agrónomo y magister en Desarrollo Económico Local que trabaja en el INTA de Trenque Lauquen, una agencia que dirigió durante algunos años, hasta 2021. Cuando volvió al llano y se alejó de las cuestiones administrativas, puso todo su empeño como coordinador del Proyecto Local de “Promoción de Buenas Prácticas para la reducción del uso de fitosanitarios en cultivos extensivos”. El asunto le preocupa especialmente.
Es que Juan Carlos es de los agrónomos que reconocen que al sector se le ha ido la mano con la dependencia a este tipo de insumos. Y no niegan que hay impactos tanto sobre la naturaleza y sobre la salud de las personas. Por eso cree que hay que tomar el asunto en serio, empezando por evitar casos de mala praxis en las aplicaciones. Así llegó Cristo a participar del equipo redactor de la norma IRAM 14.110 de Buenas Prácticas Agrícolas.
-¿Se usan demasiados agroquímicos en la agricultura extensiva pampeana?
-En principio sí, según datos de CASAFE, la Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes, en 1993 cuando arrancaba la siembra directa, en la Argentina se usaban 45 millones de kilos/litros de fitosanitarios. Y en el 2016 se usaban 350 millones. Se multiplicó por ocho o nueve la cantidad.
-La superficie agrícola desde 1993 a la fecha pudo haber crecido al doble, pero no ocho veces como el consumo de agroquímicos. ¿Qué pasó?
-La siembra directa tuvo su lado favorable, ya que en esta zona se comenzó a dejar de lado mucha labranza erosiva. Sabemos que acá (se refiere al oeste arenoso) se volaban mucho los suelos. En los días de viento no se podía andar por las rutas a causa de las nubes de tierra. Y en cuanto al incremento del uso de los fitosanitarios, el lado negativo fue el aumento del uso de herbicidas. Lo otro fue el precio de éstos, porque en los ’90 el glifosato costaba 20 a 30 dólares el litro. Y a medida de que aumentó la demanda, el precio fue bajando hasta llegar a valer de 3 a 5 dólares el litro, y esto favoreció el uso de herbicidas.
Mirá la entrevista a Juan Carlos Cristo:
-Cuando vos planteás a las empresas estas “externalidades” del modelo agrícola, contestan: “Bueno, pero antes eran agroquímicos más tóxicos y ahora hemos bajado mucho su toxicidad”. ¿Esto puede ser un atenuante?
-Uno generaliza, pero tenemos productores que son muy racionales en el uso, no se si la mayoría. Hemos visto que en algunos pooles de siembra se monitorean poco los lotes. Y nosotros decimos que hay que caminar los lotes para ver cada situación en particular. Por ahí aplicás en este rincón, y en el otro, no. Cuando las hectáreas son miles, cuesta mucho -en horas hombre o lo que fuere- monitorear todo.
-¿A vos y al INTA cuándo les empezó a preocupar este problema?
-Uno lo fue viendo en el contacto con la realidad y particularmente en Trenque Lauquen hay un grupo ecologista muy activo que empezó a señalar que las hojas de los árboles urbanos presentaban la sintomatología de que sus hojas se doblaban o enrollaban. Eso puede tener cuatro causas posibles. El intendente anterior resolvió hacer análisis. Yo fui el responsable de controlar la transparencia de la cadena de sacar las muestras en 10 árboles del centro y enviarlas a analizar en el laboratorio de la Facultad de Ingeniería Química de la Universidad del Litoral. Los resultados dieron que había presencia de 2,4-D y de Atrazina, un herbicida de suelo.
-Son dos herbicidas. ¿Y qué sucedió?
-El análisis es muy caro y no pudimos analizar todo el espectro, entonces nos enfocamos ahí. En Pehuajó el INTA hizo otro estudio de captar el polvo que se depositaba en el agua de lluvia, y se hallaron moléculas de herbicidas en niveles muy bajos, un nanogramo. Nosotros empezamos a buscar las causas, en Trenque Lauquen, problema que se puede ver en las primaveras, en las plazas de otros pueblos y ciudades. Sobre todo en los árboles paraíso y fresno, que son más sensibles.
-¿A partir de este conflicto ambiental es que te metiste de lleno en analizar las Buenas Prácticas?
-Sí, vimos que no sólo era la deriva horizontal. Acá en 2013 se promulgó a través de la Mesa de Medio Ambiente, que nosotros también conformamos, una ordenanza sobre el uso de fitosanitarios. Y se estableció una zona de exclusión de 300 metros para el uso de los mismos, pero es discutible, porque depende de para qué lado sople el viento. Entonces nos abocamos al proyecto de difusión y capacitación y actualización profesional del proyecto local. Creamos un sitio web con toda la información técnica validada, con todas las estrategias posibles para hacer un manejo de plagas disminuyendo los agroquímicos. Tratamos de que los productores se ajusten a la reglamentación.
-¿Es posible bajar el consumo de los agroquímicos?
-Sí. Hoy hay tecnologías como manejo integrado de plagas, rotación de cultivos, la aplicación dirigida de agroquímicos, que disminuye en un 50% a 70% la cantidad de productos en los barbechos. Pero hoy es caro. Los cultivos de cobertura ayudan a bajar el uso de herbicidas y de fertilizantes; también se volvió al uso de las rejas planas “pie de pato” que se usaban hace 50 o 70 años, que cortan las malezas a 5 centímetros por debajo de la superficie.
-¿Esas herramientas no implican una involución en el sistema de la siembra directa?
-Está cuestionada, pero se supone que no destruye al sistema en sí. Hay que buscar un equilibrio entre dos extremos. Antes la reja provocaba erosión del suelo, y ahora la siembra directa necesita del uso de herbicidas.
-¿Notás que los productores tienen ganas de buscar equilibrios?
-Son empresarios, que tratan de generar una rentabilidad sin el propósito de hacer daño. Porque tienen a sus familias en las ciudades. El ingeniero agrónomo tiene una gran responsabilidad en esto. La sociedad lo pide y tenemos que imponernos, porque estamos viendo fugas de los sistemas agrícolas hacia las napas y hacia la atmósfera.