“La Argentina se basa en un modelo de producción agropecuario mezquino”, dijo el doctor Esteban Jobbagy, ingeniero agrónomo e investigador del Conicet, en el marco de una charla que brindó en la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria (ANAV). La idea allí, en coincidencia con la Cumbre de Glasgow, era escucharlo hablar sobre los desafíos medioambientales que enfrenta la agricultura local.
La mezquindad de la agricultura local se produce, según Jobbagy, debido a la convergencia de circunstancias económicas, políticas y territoriales. En un modelo como este, argumento, se minimizan costos en vez de maximizarlos. Se utilizan prácticas que finalmente terminan configurando una agricultura semejante a una “minería del suelo”, en vez de acudir a inversiones en fertilizantes o equipos de riego, como lo haría una agricultura de perfil “opulento”.
Jobbagy mostró este cuadro tratando de mostrar las diferencias entre el modelo mezquino que tenemos y uno opulento.
La comparación de los perfiles productivos de los países que analizó el ingeniero agrónomo sirven para ver como un país como Estados Unidos, de perfil “opulento”, genera mayor productividad, aunque finalmente su método productivo predominante resulte más contaminante.
En cambio, en Argentina la producción tiene todavía un uso reducido de recursos externos, y su rentabilidad es menor. También lo es el impacto de la agricultura sobre los ecosistemas.
Sin embargo, aclaró el académico, hay que tener en cuenta los contextos de cada país: el perfil productivo mezquino de la Argentina es propio de un país con “gravámenes del Estado”. Es decir, de un país que castiga a sus productores cobrándoles retenciones y que no subsidia la posibilidad de un aprovechamiento mayor del territorio y las prácticas que se realizan sobre el mismo.
Desde la mirada de Jobbagy, existen “tres grandes avenidas” que coexisten en los tiempos que corren. Por un lado la agricultura y quienes la defienden por su alto grado de sustentabilidad económica y alimentaria. Por el otro, quienes proponen “soluciones verdes”, preocupados por proteger “los servicios de los ecosistemas”, y como último eslabón, quiene pregonan la “conservación” de a enorme variedad de especies que hay en el planeta. Según él, estas tres esferas aún dialogan poco, pero no descarta que a menudo se puedan encontrar soluciones “win-win” (que ganen todas las partes) para las tres posiciones.
Ahí es donde entra lo que el investigador llamó “Intensificación Ecológica”. Se trata de un perfil productivo que la Argentina debería adoptar para integrar dos cuestiones que le competen: el cuidado de sus suelos y el aprovechamiento máximo de sus posibilidades agrícolas.
Jobbagy definió a este modelo como una forma de “sacar más producción de la misma superficie pero usando pautas inspiradas en la ecología”.
Entre estas prácticas citó la utilización óptima de la lluvia como forma de contrarrestar los excesos hídricos que tiene el modelo de “mezquindad” actual. También “poner a trabajar” a la vegetación con el fin de sacar nitrógeno en los cultivos de invierno y de servicio. En síntesis, usar una estrategia productiva que reemplace el uso de insumos externos -como la utilización de agroquímicos- por una que obtenga servicios a partir de los componentes internos de la tierra.
Por último, Jobbagy destacó a Córdoba como una de las pocas provincias que supo integrar las cuestiones ambientales, con las de agricultura y con el manejo de los recursos hídricos, aplicando programas de buenas prácticas agrícolas y fomentando cultivos de servicio y de invierno, algo que “no se ve a nivel nacional”. También elogió el trabajo de organizaciones no gubernamentales, como la Asociación Argentina de Productores de Siembra Directa (Aapresid) y su estrategia de Municipios Verdes.