Hace más de 40 años que la Cabaña Rio Pico, administrada por el productor chubutense Julián Gonzalo, está en el negocio ganadero, abocada a la cría de ovejas Merino de alto rendimiento, además de bovinos Hereford y Angus. Su especialidad es la producción de reproductores ovinos de lana muy fina, y con un volumen corporal que está a tono con el de las cabañas de punta. En los últimos días, finalmente, pudieron concretar su primera exportación de carneros en pie hacia Uruguay, de la mano de la cabaña Santa Catalina.
“Apelamos a producir buena lana, la más fina posible, sin perder parámetros como el peso corporal y el peso del vellón. Nuestros carneros están entre los 140 y los 150 kilos, lo que también los hace muy interesantes para la carne. En los últimos 20 años el Merino ha tomado un incremento en el peso muy importante. Antes un carnero grande pesaba alrededor de 110 kilos”, explicó a Bichos de Campo el propio Julián Gonzalo.
La Cabaña Río Pico se encuentra al sur de la ciudad de Esquel, pegada a un pueblo que lleva su mismo nombre. La antigüedad que tiene en el negocio es la misma que tiene en el universo de las exposiciones, dentro del cual esta cabaña se destaca.
Para el sector ovino, las muestras que se realizan en Esquel y en Comodoro Rivadavia tienen la misma jerarquía que las exposiciones en Palermo para los bovinos. Fue en una de ellas donde la familia Gonzalo tuvo el primer contacto con la Cabaña Santa Catalina de Uruguay.
“Santa Catalina, de la familia Douglas Cortela en Colonia, es una cabaña muy de punta, de las mejores de Uruguay. Han venido como jurados a las exposiciones de la provincia, y en dos ocasiones los criadores y la Sociedad Rural organizaron una recorrida cabaña por cabaña. De eso nos hemos conocido, hace ya unos ocho o diez años”, recuerda Gonzalo.
El interés de los Cortela por adquirir las genéticas de la Cabaña Rio Pico fue inmediato, sin embargo recién se concretó este año, en una exposición en la ciudad de Trelew.
“Ese evento tiene la característica de que el carnero primero circula con lana, y luego se esquila y se jura esquilado, tomando todos los parámetros de finura, sus mediciones, etc. Eso fue lo que terminó de encantar a estas personas y comenzamos las tratativas del negocio”, afirmó el productor.
El carnero que dio pie a esta historia, un Merino atado, es uno de lana muy fina, de 16,8 micrones y con un peso de vellón de 13,5 kilos, y un peso total de 142 kilogramos. Luego Santa Catalina buscó sumar uno Poll Merino, una variedad de la raza sin cuernos.
-¿La logística de esta exportación fue difícil de concretar?- le preguntamos a Gonzalo.
-Nosotros habíamos tenido una experiencia fallida con una exportación de vaquillonas Hereford a Chile que finalmente no se dio, y estábamos con mucha incertidumbre. Pero la verdad es que esto fue fluido. Empezamos los trámites el 13 de julio. El 9 de agosto empezamos la cuarentena previa de los animales y el 10 de septiembre viajaron. Fue muy expeditivo. Lo único a lo que nosotros nos comprometimos para ayudarlos a ellos fue llegar hasta Fray Bentos, la frontera en Entre Ríos, porque el transporte internacional de Argentina les salía carísimo. Lo cierto es que dos carneros se pueden llevar en una camioneta.
-¿Es común la realización de este tipo de negocios?
-Argentina en ese aspecto recién ahora esta allanando un poquito los caminos, a fuerza de perseverancia. En esta ocasión fue bastante fluido. Destacamos el trabajo del Senasa en Chubut que fue muy expeditivo y siguió los trámites. En ese aspecto fue más Senasa local que nacional. Todo está en que la gente involucrada en el tema, que está cerquita, se ponga la camiseta y se de pata.
Los trámites a concretar respondieron a los protocolos fijados para el comercio internacional entre países, y se vinculaban principalmente con los análisis sanitarios previos a salir del país.
“Son como diez análisis que hay que mandar en tiempo y forma al laboratorio que Senasa tiene en Martínez, Buenos Aires. Si el Senasa local se pone las pilas ellos llegan. Son los trámites burocráticos los que a veces pueden funcionar como una traba”, reconoció Gonzalo.
La operación se concretó en la frontera de Entre Ríos con Uruguay, de la mano del hijo de Gonzalo, un ingeniero agrónomo, que se encargó de supervisar el trayecto de los animales. Cada ejemplar se vendió por 2.240 dólares.
-¿Considerás que para un productor de la Patagonia es más difícil hacer este tipo de negocios dadas las distancias?
-Si las comunicaciones hoy fueran normales, vivir en la Patagonia no tendría que significar ningún problema. Sin embargo hay muchas cosas que hay que estudiar muy bien para que todo salga sincronizado, y que la muestra que envíes hoy llegue mañana refrigerada al laboratorio.