Los humanos tenemos una gran ventaja: podemos jugar haciendo trampa. Gracias a la historia, es factible estudiar los errores que cometieron nuestros antepasados y así tratar de evitarlos.
En octubre de 1973 la Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo –que agrupaba a los miembros de la OPEP más Egipto, Siria y Túnez– comenzaron a restringir los envíos de petróleo crudo a los países que habían apoyado a Israel durante la guerra de Yom Kipur, uno de los cuales había sido EE.UU.
Se trataba de un momento horrible para encarar esa restricción, porque dos años antes el presidente de EE.UU., Richard Nixon, había abandonado formalmente el patrón oro y el dólar había comenzado a devaluarse para acelerar las presiones inflacionarias.
La explosión de los precios del petróleo generó más inflación e inauguró un ciclo de turbulencias económicas globales que en América latina derivó en la denominada “década perdida” de los años ’80.
Sin embargo, esa política generó una reacción que se expresaría décadas después con la implementación del uso obligatorio de biocombustibles, la promoción de fuentes de generación de energías renovables y la investigación orientada a desarrollar los yacimientos de petróleo no convencionales (shale y tight oil), lo que hizo que EE.UU., increíblemente, se transformase en un gran exportador de petróleo a partir de 2015.
Este año Argentina armó algo parecido contra China, pero con la carne vacuna, dado que comenzó a restringir los envíos de ese producto crítico a la nación asiática tratándose nada menos que del segundo proveedor en importancia. Lo advertimos con tiempo desde Bichos de Campo: sin importar cuáles sean los motivos internos que llevaron al presidente Alberto Fernández a establecer el cepo cárnico, el aspecto central es cómo esa medida iba a ser interpretada en China.
El Partido Comunista chino (PCCh) tiene un criterio de reciprocidad en materia de relaciones internacionales. Cuando el presidente Mauricio Macri decidió congelar las obras de las obras de las represas santacruceñas heredadas del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, descubrí que eso había ocasionado el bloqueo del aceite de soja argentino por parte de la nación asiática a modo de represalia, lo que en su momento generó un escándalo, cuando no debería haber ninguno, pues así es como siempre han razonado los miembros del PCCh.
Luego del cepo de Alberto Fernández, encontramos que, de golpe, China interrumpió la importación de carne porcina argentina sin dar ninguna explicación. Por ahora es temprano para saber si tal evento está relacionado con el cepo cárnico vacuno. Pero es conveniente estar atento.
Están recién salidas del horno las estadísticas de comercio exterior argentinas y, sorpresa, luego de un bache en los meses de junio y julio, en agosto pasado las divisas generadas por las exportaciones de carne vacuna se recuperaron de manera notable gracias a la suba de precios, promovida por el cepo, que se registró especialmente en el caso de los cortes congelados enviados a China.
Si bien la “OPEP de la carne” fue instrumentada por la Argentina, los beneficios de la misma derramaron también hacia Brasil y Uruguay (no en el caso de Paraguay que tiene vedado el mercado chino al reconocer a Taiwán como una nación independiente).
En este medio ya habíamos advertido que, más allá de los daños generados por el cepo, un grupo pequeño de empresas frigoríficas está trabajando a toda máquina para aprovechar el momento, que combina precios planchados de la hacienda con la suba de valores registrada en el principal mercado externo al cual se dirige la mercadería argentina.
La buena noticia es que el cepo tiene muy poco tiempo de vida y que el presidente Alberto Fernández tiene la oportunidad de revertir la medida y pedir disculpas al gobierno chino. O puede sentarse a esperar la respuesta que ya debe tener entre manos el PCCh. Que la providencia lo ilumine.