Hay una fábula corta de 1867 titulada “La Pastorcita”, de un escritor colombiano llamado Rafael Pombo, que al leerla recuerda mucho a la historia de Luciana Martínez, otra pastorcita pero del siglo XXI.
Aquella literatura para niños intenta dejar como enseñanza que siempre hay que hacer frente a las adversidades, no rendirse y perseverar en lo que se desea. Lo mismo se planteó Luciana cuando le propuso al dueño de un campo en Altamirano, partido bonaerense de Brandsen, hacer crecer su planteo de ovinos.
“Cuando vinimos a trabajar a este campo con mi esposo quise hacerme cargo de los 20 ovinos que tenía el dueño que nos contrató. Entonces le propuse que si nos quedábamos yo me haría cargo de ellas obteniendo un porcentaje de las ventas y quedándome con la lana. Quiero llegar a las 100 madres y estoy cerca de lograrlo”, relató entusiasmada Luciana en diálogo con Bichos de Campo.
Oriunda de Gualeguay, Entre Ríos, Luciana se mudó a Altamirano hace 13 años. Hoy tiene 65 madres entre borregas de primera parición y ovejas de segunda y tercera parición. “La realidad es que no llegué aún a las 100 cabezas porque la prioridad del campo en el que trabajo es la producción ganadera bovina, por ende tuvimos que achicar producción ovina para dar lugar a las vacas. Se complica invertir y el pasto es muy medido”, explicó.
Desde que llegó en 2008 a Altamirano, en pleno conflicto campo versus Gobierno por la famosa resolución 125, Luciana se abocó de lleno a la actividad ovina del campo mientras que su esposo lo dedicó a la producción bovina. “Cada uno en lo suyo pero trabajamos a la par. Ambos amamos el campo”, confesó.
Observar uno de los tantos videos que Luciana compartió con la redacción en su día a día basta para percibir su encanto por las ovejas. No parece ser un trabajo que le pese. Al contrario, lo hace con gusto y entusiasmo. Pasarlas al potrero para que coman, atender a algún corderito guacho o algún parto, y encerrarlas para protegerlas de los depredadores. Hasta las llama por su nombre a muchas de ellas. “No me veo haciendo otra cosa”, afirmó.
-¿Desde cuándo sentís esta pasión por las ovejas?
-Las ovejas me gustan desde que tengo uso de la razón. Recuerdo cuando iba al jardín de infantes en Entre Ríos y nos tocaba algún paseo por la sociedad rural de allí. Yo siempre me quedaba parada en los corrales de ovejas, mirándolas fijo. Me llamaban la atención.
-¿Y estudiaste algo relacionado al campo?
-Tengo primario y secundario completo. Al momento no me inscribí en ninguna carrera pero es una asignatura pendiente que tengo. Actualmente estoy haciendo un curso de ovinos dictado por el INTA. Consiste en tomar ocho clases y me gusta porque accedo a experiencias de otros productores y me interiorizo en torno a la ley Ovina incluso.
-¿Y tu familia colaboró en ese gustito por el campo y las ovejas?
-Mi familia me acercó al campo. Mis viejos siempre fueron empleados rurales. Cuando nos vinimos en el año 1989 a Buenos Aires, mi papá se instaló como empleado rural. Yo tenía 9 años y recuerdo que desde chica ya andaba entre ovejas y demás animales de campo. Mis abuelos tenían campo por otra parte, así que imposible no tener ese arraigo a lo agropecuario, a los animales y a la producción.
-¿Y cómo manejás tu plantel de ovejas?
-A las 65 madres las manejo sobre un total de 7 hectáreas. Ahora por ejemplo están en plena parición. Hacemos servicio continuo, lo que quiere decir que los carneros permanecen todo el año con las ovejas. La genética es de Tomás Estrada y la raza que crío es Hampshire Down, los famosos caras negra, muy nobles tanto en carne como en lana. Pero por sus cuidados requieren que estés encima todo el tiempo.
-¿Cuánto tiempo de tu día empeñás en cuidarlas y manejarlas?
-Mirá. La realidad es que la vida y las actividades del campo tienen que gustarte. Tenés que sentirla realmente en las venas, y sobre todo el ovino porque requiere un día a día permanente. Preocupan mucho los depredadores, en nuestra zona más que nada los zorros y los caranchos aunque también los perros vagabundos asilvestrados que andan por ahí. Por eso me manejo con perros comunes para controlar a los depredadores, atándolos cerca del corral de encierro. Yo digo que el del ovino es un trabajo diario, requiere tiempo y pasión, hay que encerrarlos cada día, no importa si hay sol, si llueve, si hace calor o frío. Ellos requieren mi atención permanente.
-¿T entonces cómo es un día en tu vida?
-Mi día arranca muy temprano, a las 7. Unos mates amargos y un pan casero tostado, más ahora con el frío, me gusta tostarlo sobre la salamandra, y al toque me voy a ver a los animales. En mi recorrida no están sólo los ovinos. Aunque ellos son lo más importante de mi trabajo, tengo también gallinas ponedoras, pollos parrilleros y le dedico tiempo a una huerta. Las semillas me las provee el INTA. Luego tengo las actividades propias de mi casa. Arranco por las ovejas, las saco de un potrero y las paso a otro para que pastoreen hasta las 4 o 5 de la tarde, cuando las vuelvo a encerrar para que pasen la noche protegidas de los depredadores.
Si hay algún corderito guacho le caliento leche y se la suministro yo. Luego de ver a las ovejas, visito a los pollos parrilleros, a los que debo alimentar cada día, al igual que a las ponedoras, las cuales son criadas libres de jaula.
En estos días también dedico tiempo a juntar algo de leña en el monte y acumular carretillas para abastecer luego la salamandra.
-¿Te queda tiempo para el descanso u otra actividad?
-No lo veo como una carga, por eso digo que el campo te tiene que gustar de verdad. En mis tiempos también coordino un grupo de mujeres rurales de Altamirano donde buscamos capacitarnos y aprender más para independizarnos en lo laboral y tener la posibilidad de proyectar cosas. La pandemia no nos ha dejado juntarnos pero continuamos nuestras gestiones por WhatsApp. Nuestra idea es conseguir un lugar para poder seguir con las charlas y las capacitaciones.
-Hablando de mujeres, ¿considerás que encontraron un espacio activo y visible en el mundo agropecuario?
-Creo que las mujeres somos más visibles ahora que surgieron diversos grupos feministas luchando por sus lugares, pero es cierto aquello de que el campo siempre se vio como un universo masculino. En lo personal yo no noté exclusión porque mi esposo siempre me dio espacios. Ambos trabajamos a la par en el campo, pero sí considero que sigue habiendo machismo. Por eso creo que deberíamos meternos más en política y tener más cupo femenino, pero con mujeres reales de campo, que conozcan la problemática, y de todas las provincias, no sólo de Buenos Aires. Me gustaría que haya más referente que hayan vivido y sentido el campo, que sepan lo que es trabajar un día de lluvia y salir en caballo cuando es necesario. Falta todavía pero de a poco vamos cobrando cada vez más visibilidad. No te niego que me gustaría que se escuche más a la mujer rural porque todavía no está ese equilibrio que yo quisiera entre hombres y mujeres, ni en el tipo de trabajo ni en los sueldos. Imaginate que si eso cuesta en la ciudad, en el campo es peor.
Fábula La Pastorcita, de Rafael Pombo
Pastorcita perdió sus ovejas
¡y quién sabe por dónde andarán!
-No te enfades, que oyeron tus quejas
y ellas mismas bien pronto vendrán.
Y no vendrán solas, que traerán sus colas,
Y ovejas y colas gran fiesta darán.
Pastorcita se queda dormida,
Y soñando las oye balar.
Se despierta y las llama enseguida,
Y engañada se tiende a llorar.
No llores, pastora, que niña que llora
Bien pronto la oímos reír y cantar.
Levantóse contenta, esperando
Que ha de verlas bien presto quizás;
Y las vio; mas dio un grito observando
Que dejaron las colas detrás.
Ay mis ovejitas ¡pobres raboncitas!
¿dónde están mis colas? ¿no las veré más?
Pero andando con todo el rebaño
Otro grito una tarde soltó,
Cuando un gajo de un viejo castaño
Cargadito de colas halló.
Secándose al viento, dos, tres, hasta ciento,
Allí unas tras otra ¡colgadas las vio!
Dio un suspiro y un golpe en la frente,
Y ensayó cuanto pudo inventar,
Miel, costura, variado ingrediente,
Para tanto rabón remendar;
Buscó la colita de cada ovejita
Y al verlas como antes se puso a bailar.